Por Carlos Fernández Barallobre.
1936. Desfile conmemorativo del 14 de abril, día de la república.
Amaneció lluviosa aquella mañana del 14 de abril de 1936. Madrid como el resto de España estaba de fiesta. Se iba conmemorar el quinto aniversario de la llegada al poder de la segunda república española, que había sucedido tras la precipitada e injustificada marcha al exilio del Rey Alfonso XIII, tras unas elecciones municipales, que una vez escrutados los votos,-nunca se llegaron a publicar los resultados- los concejales electos monárquicos ganaron por abultada mayoría a los republicanos.
Miles de madrileños comienzan a tomar posiciones en torno al paseo de la Castellana, pues la tribuna presidencial se encuentra emplazada a la altura de la calles Fernando III El Santo y Ayala.
Ya muy de mañana se observa por las calles de Madrid el desfile de las milicias juveniles de los partidos socialista, comunista y anarquista, así como de otros que sustentan con su apoyo al llamado Frente Popular, que ha ganado de forma fraudulenta unas elecciones celebradas el día 16 del pasado mes de febrero, que se dirigen a presenciar el desfile militar, que va a recordar el advenimiento del régimen que acabó con la secular monarquía española
Poco a poco ministros y otras autoridades civiles y militares, van ocupando sus lugares en la tribuna presidencial a la espera de la llegada del presidente en funciones de la república, Diego Martínez Barrio. Siete días antes, el 7 de abril, 238 diputados habían votado a favor de la destitución del presidente Niceto Alcalá-Zamora, con 5 en contra y 174 diputados que no quisieron votar. Las izquierdas, de forma rencorosa no habían olvidado la actitud de Niceto Alcalá-Zamora, hacia los radicales y la C.E.D.A, ganadores de las elecciones de noviembre de 1933. Pero a la izquierda sectaria y dictatorial le daba absolutamente igual saltarse las leyes con tal de lograr sus siniestros fines, que no eran otros que asaltar de cualquier modo y manera el poder. Y desde aquella fecha prepararon un auténtico y sangriento golpe de estado que tendría se punto álgido en el mes de octubre de 1934, cuando hicieron estallar, en todo el territorio Nacional, una violenta revolución, que tuvo a Cataluña y sobre todo a Asturias, donde se libró una auténtica guerra, como los lugares más dramáticos de aquella puñalada artera de socialistas, comunistas y anarquistas al corazón del poder legítimo de la II república española, de la que ya nunca se repondría.
A la once en punto de la mañana, Diego Martínez Barrio, tocado con sombrero de copa, en coche descubierto, acompañado por el ministro de la Guerra General Carlos Masquelet y rodeado por la escolta presidencial a caballo, llegó a la tribuna presidencial.
1936. El presidente en funciones de la II república, Diego Martínez Barrio, acompañado por el ministro de la guerra general Masquelet.
Una vez apeado del vehículo, el presidente de la república fue saludado por el presidente del consejo de ministros Manuel Azaña y sus ministros. Tras ello, en el mismo automóvil en que había llegado, acompañado ahora por el general José Miaja, jefe de la primera División Orgánica, recorrió el paseo de la Castellana revistando a las tropas que iba a participar en la parada militar.
Una vez situado el presidente en su lugar de privilegio, el general Miaja solicitó permiso para dar comienzo al desfile en las que iba a participar cuatro agrupaciones: Infantería, Artillería, Montaña y Motorizada. En primer lugar pasaron los batallones Ciclistas de Infantería.
En el momento en que delante de la tribuna presidencial pasaba el Regimiento de Infantería Wad-Ras nº uno, al mando del coronel Ángel Bartolomé, en uno de los laterales de la tribuna, donde se hallaba situado el escuadrón de la escolta presidencial, estallaron unos petardos que con sus explosiones produjeron una enorme confusión y pánico entre los invitados y público en general.
Ante ello las fuerzas de la Escolta Presidencial salieron a la calzada y rodearon la tribuna presidencial. La pertinaz lluvia hizo que el piso estuviese resbaladizo cayendo algunos de los caballos de la escolta El general Miaja, que había desfilado en primer lugar, volvió rápidamente y consiguió imponer su autoridad haciendo que los soldados volvieran a la calzada y continuara el desfile.
Fuerzas de Asalto acudieron al lugar del suceso y practicaron varias detenciones, entre ellas la de un individuo, que fue identificado como Isidoro Ojeda, cocinero de oficio, de 42 años de edad y que vivía en Canillas, acusándole de ser el que había hecho estallar la traca Por su estado de embriaguez, -según informaron los diarios de la época-, desde la Dirección general de Seguridad fue conducido a la Casa de Socorro.
1936. El escuadrón presidencial rodea la tribuna principal tras el estallido de unos petardos en el desfile del 14 de abril.
Reanudado de nuevo el desfile, ante la tribuna presidencial pasaron los regimientos de Infantería de León, con su bandera y cuyo paso fue acogido con manifestaciones de extraordinario entusiasmo. Tras él el Regimiento nº 3, y a continuación la Agrupación de Ingenieros, al mando del coronel Salvador García de Pruneda, constituida por tres compañías del regimiento de Cazadores, con escuadra y banda, y dos compañías de Aviación, y grupo de Alumbrado, con estandarte, escuadra y banda. A continuación, una compañía de Carabineros con bandera y música, y después cuatro compañías de Infantería de la Guardia civil y un grupo de escuadrones del mismo Instituto. Después, dos compañías de infantería de Seguridad y Asalto, una de especialidades de este mismo Cuerpo y un escuadrón de caballería
1936. La Guardia Civil en el desfile del 14 de abril.
El paso de las fuerzas de la Benemérita es recibido con división de opiniones. Unos aplauden, pero otras abuchean a la Guardia Civil, la insultan. Se grita UHP, UHP (unión de hermanos proletarios) y se dan mueras al cuerpo y vivas a Rusia. Entre los espectadores se encuentra, vestido de paisano, el alférez del cuerpo Anastasio De los Reyes López, que junto a otros Guardias Civiles, también de paisano, se enfrentan con los alborotadores afeándoles los abucheos e insultos e intentan dispersarlos. De inmediato suenan unos disparos. Uno de ellos ha alcanzado al alférez a traición por la espalda. De los Reyes cae al suelo herido de muerte. También resultan heridos los Guardias Civiles Emeterio Moreno, Antonio García y Benedicto Montes, que incluso dispara contra los agresores su pistola reglamentaria. Estos huyen a la carrera del lugar de los hechos, muy cerca de la tribuna presidencial.
El Alférez de los Reyes López sería trasladado con urgencia al botiquín de la Casa de la Moneda, donde fallecería por un disparo por la espalda que le interesaba el hígado, mortal de necesidad
Alférez de la Guardia Civil Anastasio De los Reyes.
Al tener conocimiento de los sucesos de la Castellana, el Juzgado de guardia, que era el número 14, se constituyó en la Casa de la Moneda y ordenó el levantamiento del cadáver de don Anastasio de los Reyes.
Calmada la situación se reanuda de nuevo la parada militar con el paso de la Cruz Roja, con los perros auxiliares y elementos al hombro, al mando del teniente coronel de esta institución Luis Blanco Soria. Agrupación montada, al mando del general Cardenal Jefe de la primera Brigada de Artillería, Integrada por un grupo de escuadrones de Caballería; regimiento de Artillería número 2, con estandarte, escuadra y banda; regimiento de Artillería a caballo, plana mayor de Intendencia, una compañía montada de este Cuerpo y otra en automóvil, plana mayor de Sanidad militar, una compañía montada y otra en automóvil de este mismo Cuerpo. Finalmente lo hicieron el Parque divisionario de Artillería, el Parque central de Automóviles y los elementos motorizados de la Guardia civil, Asalto y Cruz Roja.
A la una menos cuarto de la tarde, cuando muchos invitados y público habían abandonado con premura el paseo de la castellana, finalizo el desfile. El Presidente de la República, el Gobierno y las demás personalidades oficiales se retiraron en sus automóviles.
Después de los sucesos, varios jóvenes pertenecientes al Frente Popular, como protesta de los sucesos ocurridos, organizaron una manifestación que recorrió varias calles dando vivas a la república, frente popular y Rusia, y donde algunos de los manifestantes agredieron a algunos ciudadanos, acusándoles de fascistas. Contra ellos, en ningún momento intervino la Fuerza pública.
Lo que si resaltaban los diarios madrileños, sobre todo los de izquierda, era de que en la calle de Serrano a la misma hora se había formado una manifestación integrada por elementos, que los diarios tildaban de fascistas, y que dio motivo de alborotos y carreras, al cortarles el paso violentamente las fuerzas de Asalto, especialmente en la calle de Villanueva. La manifestación volvió a rehacerse y fue necesario el envío de más efectivos de las fuerzas de Asalto, que practicaron 30 detenciones.
Anastasio de los Reyes estaba a punto de jubilarse cuando fue asesinado. Al ver que no llega a su domicilio, su hijo David de 24 años de edad, inicia su búsqueda, dando con su cadáver en el depósito judicial de la calle Santa Isabel, donde ha sido trasladado desde el botiquín de la Casa de la Moneda. El ambiente se ha caldeado en exceso por todo Madrid. Ante ello, el gobierno temeroso de que ocurran incidentes, decide por su cuenta, que el entierro del alférez de los Reyes se haga de forma clandestina, en la intimidad, sin consultar para nada con la familia. Y que el cadáver del alférez sea llevado esa misma noche al cementerio de la Almudena par su inhumación.
Su hijo David ha solicitado el cuerpo de su padre para velarlo en familia, tras pasar por numerosos despachos oficiales, sin conseguirlo. Ante tal atropello, el teniente coronel Florentino González Vallés, Jefe del Parque Móvil de la Guardia Civil, donde prestaba sus servicios al alférez asesinado, ha querido también, sin lograrlo, al oponerse la autoridades frente populistas, hacerse con el cadáver de Anastasio a fin de instalar la capilla ardiente en el acuartelamiento de la Benemérita. Vallés se entera entonces de las dificultades de la familia para hacerse con el féretro. Sin pensárselo, acompañado de otros guardias Civiles y militares de distinta graduación, se dirige al depósito judicial exigiendo la entrega del cuerpo del alférez. Un médico del depósito les informa que el cadáver esta solamente a disposición de la dirección General de Seguridad y que solo a ella se entregará. González Vallés de forma tajante y poco amistosa, corta la discusión diciendo: “Nos llevamos por las buenas o por las malas, en nombre del Ejercito y Guardia Civil, el cadáver de nuestro compañero”.
Sacan el ataúd y lo colocan en un furgón fúnebre que se dirige al parque Móvil de la Guardia Civil situado en los altos del Hipódromo. Un vehículo oficial, en el que viaja el general Sebastián Pozas Perea, Inspector general de la Guardia Civil, obliga a González Valles a detenerse y devolver el cadáver del alférez de los Reyes al depósito judicial. González Valles se niega en redondo a cumplir dicha orden, manifestando que él asumiría todas las consecuencias de su insubordinación, algo que al final le costaría la destitución de su cargo en el Parque Móvil y su arresto de dos meses, que cumpliría a partir del día 17 de abril en el penal militar de Guadalajara. El General Pozas, pusilánime de condición e incapaz de retenerle, le deja marchar. En las salas de banderas de los diversos acuartelamientos madrileños del ejército, así como en los de la Guardia Civil, llega la noticia de la postura atrevida y valiente del Teniente Coronel González Valles y su enfrentamiento con el general Pozas, reconocido masón, creando una corriente de adhesión y compañerismo hacia el mando de la benemérita, que se verá reflejado, al día siguiente con la asistencia casi masiva de jefes, oficiales y suboficiales al entierro del alférez De los Reyes.
Instalada la capilla ardiente, el Teniente Coronel González Vallés recibe una comunicación de parte del gobierno que señala el día 16 de abril, a las once de la mañana, como fecha para la celebración del entierro. El gobierno persiste en su idea de realizar un entierro casi clandestino, eligiendo la hora de las once de la mañana a fin de restar la presencia de mandos militares en el mismo, al hallarse, en esa hora, en jornada laboral en sus respectivos cuarteles y destinos. Vallés junto a sus oficiales, tras una reunión, deciden desobedecer dicha comunicación y fijan las tres de la tarde como hora de salida del entierro del alférez De los Reyes, Redactan una esquela que será enviada para su publicación al diario ABC, la cual será censurada por el gobierno, que obliga al diario monárquico a publicarla sin la hora del entierro para evitar una multitudinaria concentración. Curiosamente en la esquela tampoco figurará la condición de Guardia Civil del alférez Anastasio De los Reyes.
1936. Esquela del Alférez Anastasio de los Reyes, publicada en ABC.
Una hora antes de las tres de la tarde de la tarde del día 16, los altos de Hipódromo al final de la Castellana -la actual calle del Príncipe de Vergara- y lugares adyacentes, donde está situado el parque móvil de la Guardia Civil, comienzan a llenarse de un inmenso gentío y donde destaca también la presencia de un gran contingente de fuerzas de Seguridad y Asalto y Guardia Civil, situados en las cercanías de la entrada al cuartel.
Al entierro no asistió ningún Ministro del gobierno del Frente Popular. En cambio, acudió una impresionante multitud, donde destacaban numerosos Diputados de los grupos de derechas, juventudes Falangistas, Tradicionalistas, de Renovación Española y del partido Nacionalista español así como de uniforme, gran cantidad de miembros del Ejército y de la Guardia Civil, de todos los empleos. La comitiva fúnebre, como veremos, será hostilizada con nutrido fuego de pistola y ametralladora por grupos marxistas, en diversos lugares del recorrido.
Al organizarse la cabecera del duelo, apareció por la misma el Teniente de Asalto Máximo Moreno furibundo izquierdista, que se había distinguido con su colaboración en el artero golpe de estado contra el gobierno legítimo de las II república, en la revolución de Asturias del 34, por lo que fue detenido, juzgado y condenado a 30 años de cárcel, siendo posteriormente, al llegar al poder el Frente popular, amnistiado y reintegrado al cuerpo de Asalto. Un nutrido grupo de asistentes al entierro quieren agredirle, lo que hará que el general Pozas, Inspector de la Guardia Civil, y el jefe Superior de Policía de Madrid, señor Rivas, medien en el asunto y pidan a Moreno que se retire, salvándole de ser linchado por la multitud, que ya se encuentra en un excitación máxima y que descargará sobre Rivas numerosos golpes destinados a Moreno que huye del lugar.
Pasaba algo de las tres de la tarde cuando el entierro se puso en marcha. Detrás del féretro, que era llevado a hombros por compañeros del alférez De los Reyes, iba la presidencia oficial del duelo, compuesta por el subsecretario de Gobernación, señor Cremades; el de la Guerra, general Julio Mena, el inspector general de la Guardia Civil, general Pozas; el director general de Seguridad, Alonso Mallol, Jefe superior de Policía de Madrid, señor Rivas y el comisario general Antonio Lino. A continuación marchaba la presidencia familiar, en la que figuraba el hijo de la víctima, David de los Reyes.
Detrás de la comitiva marchaban dos coches con una gran cantidad de coronas, enviadas por la familia, compañeros de diversas unidades del Ejército, Armada y Guardia Civil.
Al llegar el cortejo a la altura de la Escuela Normal, suenan los primeros disparos contra los que acompañan el cortejo fúnebre.
1936. Presidencia del entierro del alférez Anastasio de los Reyes.
En las Inmediaciones de la esquina de la calle de Miguel Ángel, desde un edificio en construcción se hace fuego de ametralladora contra el cortejo, que ve caer, tras la rociada de proyectiles a varias personas heridas, causando un gran temor entre muchos de los asistentes que escapan del lugar como pueden.
Guardias, militares y varios paisanos salen a la carrera, pistola en mano, en persecución de los agresores que huyen. Fuerzas de la Cruz Roja se hacen cargo de los heridos que yacen en el suelo. Guardias de Asalto y civiles penetran en la obra en construcción, pero no dan con los agresores, aunque la Guardia de Asalto realizará varias detenciones entre los obreros, conduciéndoles a la Dirección General de Seguridad. El diputado derechista líder de la Confederación de derechas autónomas CEDA, señor Gil Robles, que iba en el cortejo acompañado del conde de Peña Castillo, tuvo que refugiarse detrás de un automóvil para salvar su vida.
Tras ese nuevo tiroteo, numerosos militares se sitúan, provistos de sus armas reglamentarias, por los laterales del paseo de la Castellana a fin de proteger al cortejo de nuevas agresiones.
Restablecido un tanto el orden, el cortejo fúnebre siguió su marcha, pero al llegar a la esquina de la calle de Lista, desde la azotea de una de las casas de la zona, se hacen contra el cortejo una docena de disparos, que causan de nuevo temor entre los asistentes, muchos de los cuales se tiran al suelo para protegerse. Las fuerzas de la Benemérita y de Asalto penetraron en el interior de la casa, pero los agresores se dieron a la fuga escapando por los tejados de las casas colindantes, sin que se consiguiera detener a ninguno de ellos. El general Pozas, que va a la cabeza del entierro, decide que el mismo no continúe por la Castellana, a lo que se niegan de forma airada varios oficiales. Incluso uno de ellos zarandea por las solapas al general Pozas acusándole de masón.
1936. Nutrida presencia de la Guardia Civil en el entierro del Alférez del Cuerpo, Anastasio de los Reyes.
Ya en el paseo de Recoletos y desde una obra en construcción situada al lado de la embajada de Brasil, se vuelven a producir disparos contra el cortejo. Algunos obreros que presenciaban el paso del cortejo, y al observar que diferentes asistentes al entierro saludaban con el brazo en alto, contestaron con sus puños cerrados y alzados.
De seguido sonaron numerosos disparos que hicieron que fuerzas de la Guardia Civil repeliesen a tiro limpio la agresión, penetrando en la obra, y deteniendo a una treintena de obreros, que fueron trasladados a la Dirección general de Seguridad.
Al llegar a la plaza de Cibeles, algunos de los asistentes al entierro intentan que la comitiva se dirija al palacio de las Cortes de la carrera de San Jerónimo, con intención de, en la escalinata principal, rezarle un responso al féretro del alférez. Algo a lo que se opondrá David, el hijo del guardia civil asesinado, continuando el cortejo hacia la Puerta de Alcalá.
A la llegada a la plaza de la Independencia, ante la puerta de Alcalá se despidió el duelo y el cadáver de Anastasio De los Reyes fue colocado en un coche fúnebre, que emprendió su marcha hacia el Cementerio Municipal, después de desfilar los asistentes al acto ante el féretro del alférez asesinado. La mayoría de los jefes y oficiales de la Guardia Civil y del Ejército y personalidades que asistían al entierro, continuaron acompañando el cadáver hasta el Cementerio del Este, adonde llegó alrededor de las cinco de la tarde y recibió cristiana sepultura.
Cuando ya el cortejo fúnebre marchaba con dirección al Cementerio, un nutrido grupo de jóvenes, que había asistido al entierro, se estacionó en la plaza de la Independencia dando gritos y vivas a España y a la Guardia Civil, organizándose después una espontánea manifestación, que inició su marcha calle de Alcalá arriba en dirección a la plaza de Manuel Becerra.
Al llegar los manifestantes a ese lugar, una sección de Asalto al mando del Teniente José Castillo Sáenz de Tejada, significado marxista, afiliado a las juventudes socialistas de las que era instructor paramilitar, destinado en la 2ª Compañía de Especialidades con sede en el acuartelamiento de Pontejos de la capital, les cortó el paso.
1936. Asistentes al entierro del Alférez De los Reyes se parapetan tras los árboles para esquivar el tiroteo contra ellos.
En ese instante y sin ningún tipo de aviso, Castillo ordenó a sus guardias abrir fuego, contra quienes iban en primera línea del cortejo, resultado muertos, a consecuencia de los disparos, el primo hermano del Jefe Nacional de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, Andrés Sáenz de Heredia, de 24 años soltero, estudiante, domiciliado en la calle de Velázquez, número 122, con una herida de arma de fuego en la cabeza, con salida de la masa encefálica; Manuel Rodríguez Gimeno, de veintiocho años con otro balazo en la cabeza; Luis Rodríguez Verges, de veintitrés años, soltero, comerciante, natural de Madrid y con domicilio en la calle de Alcántara, número 17, que recibió un balazo en la cara, con orificio de salida por la parte posterior de la cabeza, quedado muy malherido el miembro de la Comunión Tradicionalista, el estudiante Luis Llaguno, al que el oficial de asalto disparó a quemarropa. Castillo, a duras penas, pudo abandonar el lugar de los hechos, amparado por su propios hombres, ante la ira de centenares de manifestantes que quisieron lincharlo allí mismo. Tras prestar declaración en la Dirección General de Seguridad, Castillo fue puesto en libertad, sin cargos, regresando al servicio, En aquella ocasión Castillo si disparó, sin ningún problema, contra el pueblo, como se había negado a hacer en la revolución de octubre del 34 y por lo cual sería condenado. El “pequeño matiz” fue, que en esta ocasión, los españoles no eran de izquierdas y marxistas. El gobierno, de forma cómplice e indigna, protegió al sanguinario teniente, que, abusando de su cargo, había dejado tres cadáveres en las calles madrileñas, sin ni siquiera abrir una investigación oficial de los hechos.
Como consecuencia de los sucesos acaecidos en el transcurso del entierro del alférez De los Reyes encontrarían la muerte en aquella luctuosa jornada, además de Luis Rodríguez Vargas, Manuel Rodríguez Jiménez y Andrés Sáenz de Heredia y Arteta, José Rangel y Julio Mir. En varias Casas de Socorro y en otros centros benéficos recibieron también asistencia médica 32 personas heridas.
1936. Asistentes al entierro del alférez de la Guardia Civil Anastasio de los Reyes saludan con el brazo en alto.
Las represalias del fraudulento y sectario gobierno no se hicieron esperar. Fueron fulminantemente cesados, además del Teniente Coronel González Vallés, los jefes y oficiales del cuerpo comandantes Marcelino Muñoz Lozano, Eduardo Nofuentes Montoro, Rodrigo Pareja Aycuéns y Emiliano López Montijano y los capitanes José Argelés Escrich, Jesús Cejudo Belmonte, Rafael Bueno Bueno, Antonio Jover Bedia y Luis Maroto González.
El día 17, el gobierno remitió a las Cortes un proyecto que establecía las mayores sanciones para los militares que apoyasen a organizaciones o partidos contrarios al frente popular De seguido el ministerio de la Gobernación, que de forma interina conducía el “señorito de La Coruña”, el sectario y vengativo Santiago Casares Quiroga, comenzó a disolver organizaciones y privar de derechos a los militares retirados por la ley de 1931, conocida como ley Azaña, que participasen en actividades contrarias a lo que ellos consideraban defensa del régimen.
Aquel asesinato del alférez de la Guardia Civil Anastasio de los Reyes, se convertiría en el primer aldabonazo de aquella primavera trágica y que finalizaría tras el alevoso asesinato, por parte de agentes del gobierno, del líder del bloque Nacional en la oposición José Calvo Sotelo con el estallido del Alzamiento Nacional, en aquellos días de mitad del mes de julio y la posterior guerra de liberación española.
Una vez más, como venía siendo habitual desde aquel otro 14 de abril de 1931, los grupos republicanos de izquierda y de extrema izquierda culparon de forma mentirosa y malintencionada a las derechas y como señaló Azaña en las Cortes “a la provocación del fascismo”, Siempre el fascismo. Ellos no tenían culpa absolutamente de nada. A pesar de haber dado un artero y criminal golpe de estado contra el gobierno legítimo, en octubre de 1934. Robando de forma descarada y criminal las elecciones del 16 de febrero de 1936. Persiguiendo y declarando fuera de la ley a Falange Española y encarcelando a sus principales mandos, así como a un elevado número de militantes. Pasándose por el forro de sus caprichos malvados y partidistas la posterior decisión del Tribunal Supremo de declarar a Falange Española como una asociación legal, que no consentirían que se cumpliera. Todo aquello que les molestaba era tildado de fascista y perseguido implacablemente, con la intención de aniquilarlo con extrema violencia, por el sectario gobierno, en su imprudente y jamás vista decisión, de ser beligerante contra la mitad de los españoles. Se fue creando de esa forma, alentado por el gobierno fanático, rebosante de odio y maldad, un clima inaguantable contra aquella media España que no se resignaría a morir y que se defendería, como así fue, vigorosamente con todos los medios a su alcance.
Sonaba la hora, como acertadamente predijo José Antonio, en el transcurso de un multitudinario acto celebrado, en noviembre de 1935, en el Cine Madrid de la Plaza del Carmen, de la capital de España y donde se atrevió a formular en su intervención, ante miles de militantes falangistas, un vaticinio:”la próxima lucha que acaso sea más dramática que las luchas electorales, no se planteará alrededor de los valores caducados que se llaman derecha e izquierda; se planteará entre el frente asiático, torvo, amenazador de la revolución rusa en su traducción española y en frente nacional de la generación nuestra en línea de combate”, que se cumplió inexorablemente. No hubo ya más salida. O alzamiento o revolución. El asesinato y posterior entierro del alférez De los Reyes, ayudó de forma considerable a aquella irreconciliable división entre españoles, a aquel ambiente insoportable, que desembocaría en un encarnizado conflicto bélico, que se alargaría por espacio de casi tres años.
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