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1936. El asesinato de José Calvo Sotelo.


José Calvo Sotelo.


El domingo 12 de julio hacia las diez de la noche era asesinado por cuatro individuos, posiblemente cercanos al Carlismo o a Falange Española –este hecho no pudo probarse nunca- en la calle Augusto Figueroa de Madrid el teniente de la Guardia de Asalto José del Castillo y Sáenz de Tejada.


Tras asistir a una corrida de toros en la plaza de las Ventas, y dar un paseo con su esposa, Consuelo, con la que había contraído matrimonio el 20 del pasado mes de mayo, el teniente José del Castillo y Sáenz de Tejada, camina decidido de cara al cuartel de Pontejos, situado en la plaza del Marqués de Pontejos, al lado de la Puerta del Sol, donde está ubicada, su unidad, la 2ª compañía de Especialidades, para incorporase al servicio nocturno. Los relojes marcan las diez de la noche, cuando Castillo desde su la calle de Augusto Figueroa, dobla la esquina hacia la de Fuencarral, del barrio madrileño de Chamberí. En ese instante cuatro jóvenes al grito de “ese es”, dispararon sobre él, quedando Castillo tendido en el suelo, herido por dos balazos que le interesaron el brazo izquierdo y la región precordial, La bala que entró por el quinto espacio intercostal, fue la que le causó la muerte casi instantánea. José Castillo, fue evacuado hacia la clínica de la calle de la Ternera, donde nada se pudo hacer por salvar su vida.


Castillo era conocido por su manifiesta filiación socialista. Con motivo de la revolución de Asturias de 1934, un siniestro y sangriento golpe de estado, perpetrado por socialistas, comunistas y anarquistas contra el legítimo gobierno radical-derechista de la república, para impedir la llegada al poder del partido que había ganado las elecciones de noviembre de 1933, la CEDA, José Castillo, sería sometido a un consejo de guerra, al negarse, con la sección de morteros que mandaba, a tomar Villaviciosa y expulsar de ella a los revolucionarios marxistas que habían hecho toda clase de desmanes, asesinando a numerosos vecinos. Castillo argumentó que él no disparaba contra el pueblo, negándose a imponer el orden y siendo detenido. Condenado y expulsado del ejército -tan solo cumpliría un año de cárcel, pue con el fraudulento triunfo del Frente Popular, Castillo fue amnistiado y se reincorporó al Ejército, solicitando una plaza en el Cuerpo de Seguridad y Asalto, adonde iría destinado el día 12 de marzo, concretamente a la 2ª Compañía de Especialidades, acuartelada en el cuartel de la Plaza del Marqués de Pontejos, en Madrid, a la lado del ministerio de la Gobernación y donde se hallaban los grupos más exaltados, izquierdistas y marxistas de esa fuerza de seguridad. Desde ese momento y ya afiliado a la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), se compromete, junto a otros compañeros de armas, los capitanes de Asalto Carlos Faraudo, de la Guardia Civil, Fernando Condés, a instruir a las milicias de las Juventudes Socialistas Unificadas, donde se fogueaban los más conocidos pistoleros socialistas y comunistas.

Teniente de Asalto José Del Castillo,


El día 14 de abril de 1936, con motivo de la fiesta del quinto aniversario de la llegada de la II república, un magno desfile militar inundó las principales calles de Madrid. Al paso de las unidades de la Guardia Civil, un grupo de marxistas abucheó e insultó al Benemérito Instituto. El alférez del Cuerpo, Anastasio de los Reyes, que se hallaba entre el público, se revolvió contra aquellos insultos y se enfrentó a los matones marxistas, que lo asesinaron de un disparo por la espalda.


En su multitudinario entierro, que el gobierno intentó por todos los medios prohibir, se daría a conocer, debido a su comportamiento malvado, el teniente de asalto José Castillo. Miles de personas, donde destacaban jóvenes falangistas, requetés, Renovación Española, CEDA y una ingente cantidad de policías, militares y guardias civiles, acompañaron el féretro del infortunado alférez, en un recorrido por las calles de Madrid, desde los altos del Hipódromo al Cementerio del Este, donde sería cristianamente sepultado. La comitiva fúnebre fue atacada en numerosas ocasiones por pistoleros marxistas, sin que el gobierno enviase a las Fuerzas de Asalto para darle protección.


Sin embargo cuando el cortejo llegó a la plaza de Manuel Becerra, allí se hallaba una sección de Asalto al mando del Teniente Castillo que le cortó el paso. En ese instante y sin ningún tipo de aviso, Castillo ordenó a sus guardias abrir fuego, contra quienes iban en primera línea del cortejo, resultado muertos, a consecuencia de los disparos, el primo hermano del Jefe Nacional de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, Andrés Sáenz de Heredia, de 24 años; Manuel Rodríguez Gimeno, de 30; y Luis Rodríguez Verges, de 23 años, quedado malherido el miembro de la Comunión Tradicionalista, el estudiante Luis Llaguno. Castillo, a duras penas, pudo abandonar el lugar de los hechos, amparado por su propios hombres, ante la ira de centenares de manifestantes que quisieron lincharlo allí mismo. Tras prestar declaración en la Dirección General de Seguridad, Castillo fue puesto en libertad, sin cargos, regresando al servicio, En aquella ocasión Castillo si disparó, sin ningún problema, contra el pueblo, como se había negado a hacer en la revolución de octubre del 34. El “pequeño matiz” fue, que en esta ocasión, los españoles no eran de izquierdas y marxistas. El gobierno, de forma cómplice e indigna, protegió al sanguinario teniente, que, abusando de su cargo, había dejado tres cadáveres en las calles madrileñas, sin ni siquiera abrir una investigación oficial de los hechos.


Tras aquellos indignantes sucesos, José Castillo, por derecho propio, pasó a encabezar las listas de la “media España que no se resignaba a morir”, Se convirtió en el centro de amenazas e incluso llegó a sufrir dos intentos de atentado.


La noticia de su muerte produjo una enorme conmoción e excitación entre sus compañeros del Cuartel de Pontejos donde estaba destinado.


Numerosos mandos se trasladaron al dispensario de la calle de la Ternera, adonde habían llevado a Castillo tras el atentado y donde falleciera y cuyo lugar también se desplazó el director general de Seguridad Alonso Mallol, quien tuvo que soportar sin rechistar que dos oficiales de asalto, quizás los más exaltados y vehementes, el capitán Eduardo Cuevas de la Peña, jefe de la 6ª Compañía, y el teniente Alfonso Barbeta, de la 2ª Compañía, la misma que la de Castillo, se enfrentasen a él, lanzándole uno de ellos, a sus pies, su gorra de plato, en actitud desafiante, pidiendo venganza a lo que Mallol a pesar de la grave insubordinación respondió pidiendo calma.


La capilla ardiente se instaló en el salón rojo de la Dirección General de Seguridad y allí fueron la esposa de Castillo, sus familiares, jefes y oficiales de la Guardia de Asalto, así como varios miembros de las milicias socialistas, en especial los que componían “La Motorizada”, y un capitán de la Guardia Civil, vestido de paisano, Fernando Conde, gran amigo de José del Castillo.


Tras regresar de la clínica de la calle de la Ternera, donde se encontraba el cadáver del Teniente Castillo, el también teniente de asalto Barbeta hizo formar a la compañía de Castillo para decirles a los guardias en tono muy exaltado que el asesinato del teniente Castillo ni debería ni podía quedar impune, “Muchachos esos canallas acaban de matarnos al teniente Castillo, Tendríamos poco de hombres si no nos cargamos esta noche a cuatrocientos señoritos. Esta noche a partir de las doce vamos a armar la gorda”


Un grupo de oficiales de asalto encabezados por el capitán Antonio Moreno, jefe de la 2ª Compañía se dirigieron desde el cuartel al ministerio de la Gobernación donde se entrevistaron con el ministro Juan Molés a quien le exigieron el inmediato castigo de los culpables, que ellos consideraban que habían sido miembros de Falange Española. Consiguieron que les proporcionaran una lista con el nombre y dirección de miembros de Falange sospechosos para ir a detenerlos inmediatamente. En la elaboración de aquellas listas de falangistas que habían de ser arrestados participaría el miliciano socialista Manuel Tagüeña Lacorte.

Capitán de la Guardia Civil Fernando Condés Romero.


En la media noche del 13 de Julio en el cuartel de Pontejos se concentraron numerosos mandos de la Guardia de Asalto, la mayora de ideas marxistas, que indignados por el asesinato de su compañero Castillo, clamaban por la venganza. Junto a ellos el capitán de la Guardia Civil Fernando Condes y el teniente de asalto Máximo Moreno, quienes convencerían a Antonio Moreno y Barbeta que no era necesario cargarse a “cuatrocientos señoritos” ni listas de gentes de base, sino elegir a tres o cuatro bien escogidos, por ejemplo los dirigentes. Las tesis de Condes y Moreno triunfan y deciden ir en busca de José Calvo Sotelo, José María Gil Robles y Antonio Goicoechea, los tres máximos líderes de la derecha.


Barbeta ordena a un cabo de su confianza, Emilio Colón Parda, que seleccione a ocho o diez guardias para participar en un servicio reservadísimo.


Más allá de la una de la madrugada el teniente León Lupión daba orden de organizar la salida de varias camionetas de guardias de asalto a fin cumplir la venganza, un alevoso asesinato, que ya está en marcha.

Al mando de la camioneta rotulada con el número 17 de la Dirección General de Seguridad, Compañías de Asalto, que fue en busca de Calvo Sotelo, irán, vestido de paisano, el antes mencionado capitán de la Guardia Civil Fernando Condés Romero, instructor de la milicias socialistas y que se había incorporado de nuevo a la Guardia Civil, gracias al fraudulento triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, por el cual fue amnistiado tras ser condenado y expulsado del ejército, por su intentona de tomar el Parque de Automóviles de la Guardia Civil de Madrid, con motivo de la revolución de octubre de 1934. Junto a él, viajaron en que se haria famosa camioneta, José del Rey Hernández, guardia de asalto, socialista, adscrito a la escolta personal de la Diputado socialista Margarita Nelken; el estudiante del último curso de Medicina, Federico Coello García, afiliado al Partido Socialista y persona muy afín a Indalecio Prieto; Luis “Victoriano” Cuenca, pistolero socialista, perteneciente a la “Motorizada” del PSOE, guardaespaldas y persona de absoluta confianza del socialista Indalecio Prieto; los miembros de las juventudes socialistas, también de la “Motorizada” escolta de Indalecio Prieto, Santiago Garcés y Francisco Ordóñez. Formaron también parte del mismo, los Guardias de Asalto Orencio Bayo Cambronero, que conducía el vehículo, y a quien sacaron de su casa para la realización del servicio, y los guardias Amalio Martínez Cano, Enrique Robles Rechina, Sergio García, Bienvenido Pérez Rojo, Ismael Bueso Vela, Ricardo Cruz Cousillos y Aniceto Castro Piñeira.

Camioneta Hispano-Suiza nº 17 de las Compañías de Asalto, donde asesinaron a José Calvo Sotelo.


Tras aquella camioneta, -toda la operación coordinada por el comandante de la Guardia de Asalto Ricardo Burillo y dirigida por el teniente del mismo cuerpo, Andrés León-, abandonó el acuartelamiento de Pontejos, un vehículo ocupado por los oficiales del Cuerpo de Asalto, Capitanes Antonio Moreno Navarro e Isidro Avalos Cañada, y los Tenientes Andrés León Lupión, Alfonso Barbeta y Máximo Moreno. Estos serán los encargados de ir en busca de Gil Robles y Goicoechea, a los que no encontraran, afortunadamente, en sus domicilios.


La camioneta marcada con el nº 17 se dirigió hacia la calle de Velázquez, donde se encontraba el domicilio del Diputado líder del Bloque Nacional José Calvo Sotelo. En el portal se hallaban dos policías de guardia nocturna, Antonio Oñate Escribano y Andrés Pérez Moler, que al ver llegar la camioneta oficial y quien estaba al mando enseñarles el carnet de la Guardia Civil, les franquearon el paso al grupo.


Llamaron varias veces al timbre de la puerta. A las llamadas acudieron la doncella y la cocinera que en un principio se negaron a abrirles a pesar de que dicen que son policías que vienen a realizar un registro, amenazándolas con que si pueden pasar, derribaran la puerta.


A las voces y gritos de las empleadas de hogar acude el diputado Nacional en pijama y con un batín negro, pues a la hora en que se produce el asalto a la vivienda, entre las dos y tres de la madrugada, todos los miembros de la familia están durmiendo. Son además del diputado José Calvo Sotelo, la cocinera y la doncella, la esposa de Don José, Enriqueta Grondona; sus cuatro hijos Conchita, de diecisiete años; Enriqueta, de quince, que se encontraba enferma con fiebre; José, de doce años, y Luis-Emilio, de nueve, el hermano de la doncella, de quince años, que hacía las funciones de botones y una institutriz francesa Calvo Sotelo sorprendido e indignado se asomó a un balcón para preguntar a los guardias que estaban en el portal si en verdad ese grupo que le aporreó la puerta, eran policías. Estos le responden que sí. Además Calvo Sotelo se fija que en al cale esta estacionada una camioneta de la dirección general de Seguridad. Desconcertado les abre la puerta irrumpiendo de forma brusca en su domicilio unos diez o doce hombres, vestidos de uniforme y de paisano, Recorren todas las habitaciones simulando que realizan un registro. Uno de ellos arranca el hilo del teléfono del despacho y tira al suelo una bandera monárquica que había encima de la mesa. Un guardia se sitúa junto al otro teléfono que estaba en el pasillo.


Finalizado el falso “registro” el capitán Condés comunica a Calvo Sotelo que tienen orden de conducirlo a la Dirección General de Seguridad. Calvo Sotelo sorprendido exclama: “Eso ya no. ¡Soy Diputado y me protege la Constitución!». Ningún ciudadano puede ser detenido sin orden de la autoridad. Y además como diputado gozo de inmunidad y para detenerme es necesario de un juez pida el oportuno suplicatorio a las cortes y que estas lo concedan”.


Condés le replica que ellos van a ejecutar la orden de trasladarlo a la Dirección de seguridad. “la orden es verbal, y en la Dirección le darán todo tipo de explicaciones. Probablemente será cuestión de minutos, Pero la orden la cumpliremos por las buenas o por las malas”

Calvo Sotelo contesta: “Esto entonces es muy sencillo. Ahora mismo voy a llamar por teléfono a la Dirección de Seguridad para que me lo aclaren”


Condés de forma seca y cortante se lo prohíbe. “¿No me permiten que hable por teléfono? -dice Calvo Sotelo-. “Esto es un secuestro” Al hace ademán Calvo Sotelo de ir hacia el teléfono, Luis Victoriano Cuenca, de un fuerte tirón rompe el hilo telefónico.


En ese instante hace su aparición la esposa de Calvo Sotelo, Enriqueta, que le abraza y a quien uno de los sayones le grita:” Señora, retírese; las mujeres sobran” Calvo Sotelo encolerizado grita: “Quiero saber quiénes son ustedes”.


Entonces Condés se identifica como oficial de la Guardia Civil. “Esto es otra cosa” –dice Calvo Sotelo- “A un oficial de la Guardia Civil, me entrego y me confío. Esperen que me vista”

“No te vayas, Pepe, No te vayas” le dice llorosa su esposa.


Calvo Sotelo tendrá que calmar a su esposa muy inquieta: «Estate tranquila. Esto es un atropello que tendrá sus consecuencias. Veras la que voy a armar. Si es verdad que es una orden del Gobierno, dentro de una hora estaré de vuelta. Soy un diputado de la Nación y el Gobierno, eso me consta, no cometerá ningún atropello contra mi inmunidad”.


Entonces le pide a su esposa que le prepare un maletín con algo de ropa, una estilográfica y unas cuartillas. Ella de nuevo le ruega que no se marche, pero cumple el encargo. A Calvo Sotelo ni siquiera le dejan vestirse en su alcoba en privado. Tras besar a sus cuatro hijos —solo la hija mayor se ha despertado— se despide de su mujer abrazándola y a la que promete telefonear en cuanto llegue a la Dirección General, “a no ser que estos señores me lleven para darme cuatro tiros”, le dice. ​


Baja las escaleras acompañado de la institutriz con quien habla en francés, lo que enfurece a uno de los guardias que le ordena que hable en español. Calvo Sotelo le ha dicho que avise a sus hermanos Luis y Joaquín, a Andrés Amado y Arturo Salgado Biempica.​ Se encuentra con el portero de la finca al que le dice: “Me llevan detenido. No he podido hablar por teléfono”. Al llegar a la camioneta le ordenan que se siente en el tercer departamento de cara a la marcha, entre dos guardias uniformados uno de ellos Aniceto Castro Piñeira. Queda desocupado el banco de enfrente. En el departamento posterior se coloca Luis Cuenca. El capitán Condés se ha sentado junto al conductor y a su lado José del Rey. La camioneta nº 17 arranca a toda velocidad en dirección a la calle Alcalá. Cuando llega a la altura de la calle Ayala, el pistolero Luis Cuenca de forma fría, dispara a Calvo Sotelo dos tiros en la nuca, de izquierda a derecha y de abajo arriba, falleciendo el líder del Bloque Nacional en el acto. El cuerpo se desploma sobre el piso de la camioneta y queda encajado entre los dos asientos.​ El capitán Condés no hace ningún comentario ni ordena detener la marcha al oír los disparos, se limita a decirle al conductor que se dirija al cementerio del Este.


Cuando la camioneta se aproxima a la calle Alcalá sus ocupantes se cruzan con el coche en el que van los Capitanes Antonio Moreno Navarro e Isidro Avalos Cañada, y los Tenientes Andrés León Lupión, Alfonso Barbeta y Máximo Moreno, que regresar de intentar asesinar de forma anfractuosa al líder de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) José María Gil Robles, y a Antonio Goicoechea de Renovación española y a quienes no hallaron por fortuna en sus domicilios.


Poco después la camioneta llega a las puertas del cementerio del Este. Son cerca de las cuatro de la madrugada. Condés y Del Rey bajan los primeros y dirigiéndose a los dos sepultureros que están de guardia, Esteban Fernández Sánchez y Daniel Tejero Cabello les dicen que traen un cadáver sin documentación, encontrado en la vía pública y que a la mañana le traerán la hoja de filiación.

Conducen el cuerpo sin vida de Calvo Sotelo hasta el depósito, dejándolo en el suelo junto a una mesa de mármol.


Tras dejar el cadáver de Calvo Sotelo la camioneta abandona el cementerio regresando al cuartel de Pontejos, donde tendrá lugar una reunión en el despacho del comandante Ricardo Burillo de Condés, Cuenca, Del Rey, el capitán Moreno y los tenientes Alfonso Barbeta, Alfredo León Lupión, y Máximo Moreno.


El capitán Condés ordena a todos los que han participado en el alevoso crimen que guarden silencio y al conductor Orencio Bayo que limpie de la camionera los restos de sangre.


Fernando Condes, una vez cometido el alevoso asesinato, informó de la “acción” a Indalecio Prieto, quien lo escondió, protegió y lo disuadió del suicidio. Gracias a otro conspicuo socialista Juan Simeón Vidarte, Condés, sería escondido también en casa de la también diputado socialista Margarita Nelken. Miembros cercanos a Prieto, serán lo que roben, con posterioridad, a punta de pistola, el sumario del asesinato de Calvo Sotelo.


Lo que vino después, la búsqueda incesante del Diputado Nacional; su localización y aparición ya asesinado; su impresionante entierro y las consecuencias del mismo se escapan a estos comentarios. Su injustificado e incalificable asesinato, fue sin duda la mecha que encendería la gran hoguera guerrera en la que, cuatro días después, quedaría convertida España por espacio de casi tres largos años.



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