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1936. LA CHECA DE LOS SERVICIOS ESPECIALES DEL MINISTERIO DE LA GUERRA.



El socialista Francisco Largo Caballero rodeado y escoltado de milicianos en septiembre de 1936.


Es quizás, Francisco Largo Caballero, uno de los socialistas más siniestros de la historia asesina, delictiva y delictuosa del PSOE. Fue sin duda, con su postura fanática, reaccionaria, malvada, llena de odio y bolchevique, uno de los máximos culpables de llevar a España a la guerra civil, al echarse en brazos del comunismo más perverso. El 4 de septiembre de 1936, iba a alcanzar el zenit de su patética carrera al convertirse en presidente del gobierno del Frente popular, que pomposa y fatuamente seria conocido con "el de la Victoria ".Con él iba a alcanzar gran protagonismo la checa del ministerio de la guerra.


Una checa dependiente de la segunda sección de Estado Mayor, con sede en el Palacio de Buenavista, que quedó al cargo del socialista Fernando Arias Parga y del miembro de las Juventudes de Izquierda republicana, Prudencio Sayagües, que contaban para sus servicios con una cuadrilla de pistoleros, donde destacaban unos hermanos, los Colinas Quirós, afiliados al partido comunista y que eran los encargados, sin ningún tipo de control, de saquear y asesinar por su cuenta. Un sujeto depreciable, cura excomulgado, llamado Pablo Sarroca Tomás, gran amigo de Manuel Azaña, se convirtió en unos de los interrogadores más implacables y malvados de aquel lugar, del que nos ocuparemos en un próximo artículo.


El terror que implantó aquella checa de los servicios especiales del ministerio de la guerra, tuvo un enorme radio de ejecución, pues no solo actuaron los chequistas en pueblos de la provincia de Madrid, sino que ampliaron sus fechorías a pueblos de la provincia de Toledo, donde pasaron, arrasando, con total impunidad, como una ola siniestra de crimen y latrocinio.


Con la llegada de las tropas Nacionales a la casa de Campo, en los primeros días del mes de noviembre de 1936, la checa del ministerio de la guerra tendrá un “inusitado y febril trabajo”. Un grupo de chequistas se desplazó al pueblo toledano de Navalucillos, donde los hermanos Colinas Quirós, que mandaban la partida de facinerosos, detuvieron a un elevado número de personas, que no habían cometido ningún tipo de delitos, llevándoselos consigo a la checa del ministerio de la guerra, tras robarles todo lo que tuvieran de valor en sus respectivos domicilios; dinero, joyas, ropas, e incluso aves de corral y cerdos. Tras permanecer cuarenta y ocho horas detenidas en la checa, serían arrancadas con violencia de la misma y trasladadas a Paracuellos del Jarama, donde fueron ejecutadas y enterradas en una zanja.

Manuel Salgado Moreiras.


Con las tropas Nacionales peleando en la ciudad Universitaria, Arias y Sayagües huyen a Valencia, pasando la checa del ministerio a ser comandada por un sujeto despreciable, un anarquista llamado Manuel Salgado Moreiras, según orden dada por el comité Regional de Defensa de la C.N.T. a cuyo frente estaba Eduardo Val, y que no contó con ninguna disposición gubernativa para ello. De tal modo, la checa dejaría de llamarse de los servicios especiales del ministerio de la guerra para pasar a ser nominada como checa del Ejército del Centro.


Salgado y sus pistoleros anarquistas, trasladaron la checa a los amplios sótanos del ministerio de Hacienda, en la calle de Alcalá. Allí se vieron reforzados por elementos de la disuelta checa de Agapito García Atadell –del que daremos cumplida información en próximos artículos-, a las órdenes de Ángel Pedrero, -que pocos meses después sería designado por su amigo, el Ministro socialista de Defensa, Indalecio Prieto, Jefe del Servicio de Investigación Militar (S. I. M.), de la Demarcación del Centro-, ejerciendo un inusitado terror y refinado sadismo, para cazar y asesinar a sus víctimas. Salgado también se rodeará de César Ordax Avecilla, Manuel Penche, Bernardino Alonso, Pedro Orobón y una mecanógrafa llamada Manolita.


Salgado, ideó, de forma malévola y canalla, con la intención detener a más personas a las que consideraban enemigos del frente popular, crear una falsa embajada, la de Siam, pues tenía noticias, totalmente infundadas, de que los refugiados en otras embajadas de la capital se encontraban armados y dispuestos a apoderarse de centros oficiales en cuanto el ejército Nacional iniciara la toma final de Madrid. Salgado, para ello, se valió de un estafador, un delincuente habitual llamado Antonio Verardini, ingeniero de profesión, que por causas de aquel “idílico frente popular”, donde imperaba sobre todo “la ley”, era nada y nada menos que comandante del ejército rojo.


Verardini contacta entonces con un personaje a todas luces curioso, indeseable, maligno y de doble filo, llamado Alfonso López de Letona. López de Letona era hijo de César López de Letona Lomela, que había sido Coronel de Caballería del Regimiento de los Usares de Pavía número 9. Igualmente, afiliado a Renovación Española, era sin dudas uno de los hombres de confianza del líder Antonio Goicoechea, con quien llevaba colaborando desde 1933, hasta el punto de ser él quien, el día 17 de julio, acompañó, hasta la frontera portuguesa en Salamanca, al líder del partido monárquico que consciente del riesgo que suponía para su vida seguir en Madrid- no olvidemos que a Goicoechea le fueron a buscar los asesinos de Calvo Sotelo a su casa para hacerle también desaparecer- se puso de esa manera a salvo, instalándose en el país vecino. López de Letona, una vez que su jefe quedó libre de todo peligro, regresó a su casa de Madrid. Sin embargo Letona no era “trigo limpio”. En 1931, había sido procesado por “robo, duplicidad, falsedad y estafa”, algo de lo que volvería a ser acusado en 1934, por su cuñado, Vicente Silió Beleña.

Antonio Verardini y su esposa Lupe Sino. Terminada la guerra española, Lupe sería el gran amor del irrepetible torero Manolete.


Aquello llevó a Letona a ser huésped de comisarías y de cárceles madrileñas, donde conocería a lo más granado del hampa madrileño, entre ellos a Antonio Verardini, que al igual que López de Letona, se encontraba preso por estafa. Verardini, que había sido cabo de la Legión, terminaría convirtiéndose, en el otoño de 1936, en un miembro destacado de la CNT y una de las personas de confianza del mismísimo Cipriano Mera.


Ante el fracaso del Alzamiento en la capital de España, Letona, preso de un inusitado pavor, por ser militante de Renovación Española, buscó refugio en la casa del Conde de Arcentales, para pasar posteriormente a vivir, en casa de una de sus hermanas, en la calle Lista, n º 87 bajo izquierda. Allí Alfonso no sería molestado.


En noviembre de 1936, con las tropas de las cuatro columnas Nacionales, diseminadas ya por la Casa de Campo y ciudad Universitaria, la caída de Madrid parece inminente. Es entonces cuando Antonio Verardini, comandante ya de las milicias confederales de la CNT y muy bien relacionado con el ministerio de la Guerra, pide refugio en casa de la hermana de López de Letona, donde coincidirá con Alfonso. Al comprobar que las tropas de Franco son detenidas en la ciudad universitaria, Verardini se va de Lista 87, con la promesa hecha a su amigo carcelario Alfonso, de que cuidaría siempre de él.


El 2 de diciembre Verardini, acompañado por un individuo llamado Manuel Penche, visita de nuevo a Alfonso y le invita a que le acompañe al Ministerio de la Guerra. Allí serán recibidos por un tipo alto, enjuto, de anchas gafas, llamado Manuel Salgado Moreira, jefe de los Servicios especiales del propio ministerio como hemos apuntado anteriormente.


Salgado, le comenta a Letona, de que conoce su pasado de derechista y le invita a rectificar errores y ponerse al servicio de la causa del frente popular. Desde ese instante, Letona, que da su conformidad, pasa a colaborar con los Servicios Especiales del Ministerio de la Guerra, decidiendo traicionar, como así sería, a sus correligionarios de Renovación Española. Salgado le facilitará un volante donde figura como miembro de los servicios especiales del ministerio, ordenando a las Milicias de Retaguardia que lo consideraran como un significado agente. A partir de ese momento López de letona y Verardini trabajarán al unísono, Apuntar como curiosidad que Verardini, se casó con Lupe Sino, el gran amor del irrepetible torero Manolete, en octubre de 1937, en una ceremonia oficiada por el general José Miaja.


Uno de los primeros “trabajos” de López de Letona, como “flamante” miembro de los servicios especiales se desarrolla el día 13 de diciembre y consistirá en detener en una casa de la calle de Pontejos de Madrid, a once muchachos que simpatizaban con Falange Española y se hallaban escondidos en dicha casa, a fin de no ser movilizados por su quinta, para servir en el ejército rojo.


La operación, dirigida por Verardini, finalizó con el asesinato en Chamartín de la Rosa de los once muchachos, que una vez asesinados, fueron despojados de todas las alhajas y objetos de valor que llevaban encima. El crimen fue presenciado por un mecánico llamado Modesto Eraña Elguiazu, que fue obligado por los asesinos a ir en uno de los automóviles, y que relataría el hecho, una vez finalizada la guerra de Liberación Española, ante las Autoridades judiciales Nacionales. Las once víctimas fueron Enrique Gómez Gallardo, Antonio Gómez Martín, Pedro Sanz Villegas, Pedro Bernabéu Villegas, José Molina Oltra, Antonio, Pascual y Julián Martínez Martín y Secundino Rodríguez, no conociéndose la identidad de los dos restantes.


Verardini, tercero empezando por la izquierda, con las manos en los bolsillos, junto a Cipriano Mera el coronel Casado y otros mandos militares.


Verardini, puso en conocimiento de López de Letona la idea de Salgado de crear la falsa embajada de Siam y a López de Letona se le ocurrió establecer esa falsa embajada en el hotel del padre de su cuñado que estaba incautado por la CNT, y se encontraba situado en el número 12 de la calle Juan Bravo.


El hotel fue amueblado y acondicionado con micrófonos, a fin de escuchar las grabaciones de las personas que allí se escondieran. Verardini se hizo llamar Gerard y adoptó el puesto de Secretario General de la Embajada de Siam, ayudado por Manuel Penche, un chófer llamado Emilio y la cocinera del hotel.


Varios de sus hombres comenzaron a correr por las calles de Madrid, que en aquella embajada daban refugio a los que huían del horror, el crimen y la sangre que las organizaciones del Frente popular habían impuesto. Era como una “isla en el mar rojo” -enorme novela, prácticamente desaparecida de Wenceslao Fernández Flórez, para aquellas personas que confiadamente se refugiaron allí para salvar su vida.


En la creencia de que se hallaban en territorio extranjero, los refugiados no guardaban secretos y hablaban libremente de sus proyectos, ilusiones, sus miedos, el lugar en donde habían permanecido escondidos, donde estaba este o aquel amigo, dando numerosos detalles que conducirían, lamentablemente, a la muerte a infinidad de personas.


Los empleados, todos ellos con acusados rasgos orientales, para mayor credibilidad y confusión de los refugiados, habían instalado micrófonos en todas las habitaciones, recogiendo de esa forma gran cantidad de información, que era enviada a la checa del Ministerio de Hacienda, para la realización de sus actividades criminales.


Alrededor de unas veinte personas se refugiaron en la falsa embajada, durante los primeros quince días del mes de diciembre de 1936. López de Letona llevó a aquella “embajada” con engaños al militar Pascual Fernández Aceytuno que se encontraba preso en la cárcel de Ventas. Con la autorización de Salgado Moreira, López de Letona consiguió que recuperase en libertad gracias a un aval del Ministerio de la Guerra y le llevó, junto a su familia, a la Embajada de Siam, en un coche del propio ministerio. Igualmente Letona trasladaría en su propio vehículo a Fernando Guillis y José María Reus Ruiz de Velasco.


El General José Miaja Menat, presidente de la junta de Defensa de Madrid.


El general Miaja defensor de Madrid, conoció, en esos primeros días de diciembre, de la existencia de la “falsa embajada de Siam”, realizada sin su consentimiento. Ante algo tan terrorífico, según sus propias palabras, ordenó el cierre de la falsa legación diplomática de la calle Juan Bravo. Salgado se reunió a Verardini y López de Letona, para comunicarles que Miaja estaba al tanto del plan urdido, por lo cual decidieron realizar una asalto a la ficticia embajada para deshacerse de los refugiados y asesinarlos.


En la noche del ocho de diciembre de 1936 y tras extraer todo la información que creían necesaria, la totalidad de los refugiados en aquella fantasmal y tétrica “embajada” fueron sacados violentamente por milicias de la C.N.T., los llamados “Campo Libre”” y montados en camiones y trasladados al Colegio de Huérfanos de Telégrafos, incautado por la propia C.N.T. y situado en la carretera de Hortaleza, número 75, donde fueron vilmente asesinados, entre otros, José María Reus Ruiz de Velasco, Abdón López Turrión, Fernando Guillis Mercedes, Manuel Laguna Alfonso, Francisco Barnuevo Sandoval y Enrique Larroque Echevarría.


Salgado Moreira y Verardini, declararían ante las autoridades rojas, como testigos en un juicio que se seguía contra varios acusados de espionaje a favor del ejército de Franco, y allí, en sede judicial, darían a conocer textualmente lo que sigue acerca de aquel abominable hotel de Juan Bravo: "Al folio 119 y 120, obran los siguientes particulares de la declaración prestada en 11 de mayo de 1937 por Antonio Verardini Díez-Ferreti, soltero, de veintisiete años, con domicilio en Madrid, calle de Torrijos, núm. 26: ... “Que la decisión de liquidar la Embajada de Siam fue por iniciativa del Jefe de Servicios Especiales, D. Manuel Salgado. ... Que el que declara era Agente del Servicio Especial por elección del Jefe en dicho Servicio, D. Manuel Salgado, quien le utilizaba en la forma que creía conveniente, sirviéndose al mismo tiempo el que habla de personas a las que utilizaba como agentes suyos.”


“A los folios 122 a 124, en declaración prestada por el jefe de los Servicios Especiales, Manuel Salgado Moreira, en 12 de mayo de 1937, se manifiesta por dicho individuo: “Que por tener confidencias de que individuos refugiados en embajadas trataban de promover un conflicto de orden público, echándose a la calle armados en el momento en que se aproximasen los facciosos a Madrid, había pensado en poner en práctica lo siguiente:“Establecer una embajada falsa, para lo que se puso de acuerdo con Verardini, buscando el personal seleccionado, sobre todo en cuanto a los rasgos faciales, que habían de ser típicamente orientales”. “La idea de que esta embajada se atribuyese a Siam era debido a que dicho país no tenía representación diplomática en Madrid y era, por lo tanto, poco conocido. Los gastos de la embajada eran sostenidos por la citada checa de Servicios Especiales, y otros ateneos anarquistas, los cuales realizaban numerosas detenciones a cuenta de la información que inadvertidamente suministraban las gentes alojadas allí”. “


“Que dichos refugiados fueron llevados... de acuerdo con Verardini, ignorando el que declara en qué forma, exceptuando al Sr. Aceituno, que se encontraba detenido en el Servicio Especial y que el declarante dispuso fuese a la Embajada, figurando que era puesto en libertad. Que es cierto que el declarante estuvo en una ocasión en la Embajada de Siam con Verardini, escuchando a través de un micrófono instalado las conversaciones de los refugiados... Al ver que ya no era de interés la Embajada de Siam..., resolvió terminar con tal Embajada.”


Además de en la carretera de Hortaleza, los chequistas del Ministerio de la Guerra cometieron, algunos de sus numerosos asesinatos, en la carretera del Pardo, donde se encontraba la 39 Brigada, de significación anarquista y en Hoyo de Manzanares, entre ellos los de Julio Anrich Rodríguez Navarro, José Massó Aguiló, Alfonso Fernández Mota, Félix Ochoa Lara, L. Leopoldo Meyer Muñoz, José Miguel del Campo, Gonzalo Vellando Vicent, Juan Bombín Velado, Julio Romero García de Quevedo, Joaquín Zalvó Quilis Enrique Zacagnini Wertsmayer, Pedro Fernández Macías, Germán y Eloy de la Iglesia.


Pero sin duda el más sonado de los crímenes de aquella perversa checa fue el asesinato del Barón de Borchgrave, agregado diplomático de la embajada de Bélgica en Madrid. El día 20 de diciembre de 1936, el Barón salió de la embajada belga en su coche oficial. Detenido por agentes de Servicios Especiales, fue conducido, en primer lugar, a la checa de Fernández de la Hoz, número 57, trasladándole con posterioridad a una checa sita en la calle de Serrano, número 111, en donde funcionaba el comité regional de la C.N.T., verdadero rector de las actividades de la checa de Servicios Especiales. De allí fue llevado por la carretera de Chamartín a Alcobendas, donde sería asesinado. Tras el crimen, uno de los chóferes de los asesinos, un tal Lozano, le robó a la víctima su abrigo de cuero y el reloj de pulsera que entregó al Secretario del Comité Regional de Defensa, Eduardo Val. El Barón Borchgrave también sería despojado de sus gemelos de oro, su botonadura de camisa, sus zapatos y calcetines.

Serrano 111, en donde funcionaba el comité regional de la C.N.T., verdadero órgano rector de las actividades de la checa de Servicios Especiales del ministerio de la Guerra.


Ocho días después, el Encargado de Negocios de la Embajada de Bélgica en Madrid, Joe Berryer encontraría el cuerpo sin vida del Barón Borchgrave en una fosa común en la localidad de Fuencarral junto a otras veinte víctimas. El cadáver, horriblemente mutilado, presentaba tres disparos a quemarropa, uno en la espalda, otro en la ingle y un tercero en la cabeza, detrás de la oreja izquierda. Los asesinos, para evitar su identificación le habían cortado las iniciales marcadas sobre la ropa interior del señor Borchgrave y sólo pudo ser identificado por el nombre del sastre belga que llevaba en su traje.

Barón de Borchgrave, agregado diplomático de la embajada de Bélgica en Madrid

El gobierno de Largo Caballero dio largas al asunto y rehuyó todo tipo de responsabilidad. Incluso intentó acusar de espía al barón, pues en una primera versión del asesinato, el gobierno del Largo sostuvo que Borchagrave había sido apresado y asesinado por elementos de las brigadas internacionales, al considerarlo espía al servicio de los Nacionales franquistas y de haber favorecido la deserción de voluntarios belgas de las propias brigadas comunistas y socialistas. Lo único que había hecho el Barón era atender y agilizar los deseos de algunos compatriotas belgas, enrolados con engaños en las siniestras brigadas internacionales, que deseaban volver a Bélgica en calidad de repatriados. Eso le costó la muerte a manos de los sicarios de los servicios especiales.


Al cumplirse un mes del alevoso crimen y no haber encontrado las autoridades judiciales republicanas ninguna pista sobre el caso, el gobierno del Rey Leopoldo III, cuyo primer ministro era Paul Van Zeeland, exigió disculpas oficiales, honores militares en los funerales de la víctima, una indemnización a la familia, y por último, castigo para los culpables. Ademas ante crimen tan incalificable, presentó una reclamación al Tribunal de La Haya, pues le constaba que el asesinato de su diplomático, había sido cometido por agentes oficiales del Gobierno del Frente Popular.


El Rey Leopoldo III de Bélgica.


Como los belgas carecían de pruebas, el gobierno del socialista Largo Caballero, defendido por Felipe Sánchez Román, decidió someter también el caso ante el Tribunal de la Haya. Pero en enero de 1938, ante la falta de pruebas, los dos gobiernos finalizaron su contencioso, excusándose el gobierno de Madrid con esta nota: “El Gobierno español reconoce que, a pesar de la actividad desplegada al comienzo de la instrucción, ha habido un desfallecimiento por parte de nuestros servicios judiciales en la prosecución del asunto, aumentado por las dificultades de encontrar la pista. Todo ello producido por las circunstancias excepcionales en que se encontraba Madrid en aquella época. El Gobierno español presenta al belga sus excusas. El Gobierno belga reconoce que ningún agente gubernamental parece haber tenido, directa o indirectamente, participación en el asesinato del Barón de Borchgrave. Y que la responsabilidad del Gobierno español no se encuentra comprometida en este punto. Ambos Gobiernos deciden, de común acuerdo, que en estas circunstancias no hay lugar a proseguir el asunto.”


El asesinato del barón tuvo una enorme resonancia internacional, y puso de manifiesto, ante el mundo entero, la total inhibición del Gobierno del socialista Largo Caballero, que colaboraba de modo activo en los crímenes de las checas.


A pesar de que el gobierno de Largo se avino a pagar una indemnización de un millón de francos belgas, aquel pérfido asesinato, provocó dimisiones en el gobierno belga, que desde ese instante se acercaría al bando Nacional, al que reconocería el 13 de enero de 1939.


En el ministerio español de Asuntos Exteriores, una lápida colocada en lugar de honor, recuerda, desde la liberación de Madrid por el Ejército Nacional, el nombre del Barón de Borchgrave. Seguro que ahora con la nueva ley de “memoria democrática” que quiere implantar el criminal y malvado gobierno del matón Sánchez, la arrancan de su sitio y ponen otra donde dirá que el barón de Borchgrave, murió a causa de una gripe.


Al finalizar la guerra de Liberación Española, Veradini huyo a Orán. López de Letona, tras un consejo de guerra, celebrado en Madrid, sería condenado a muerte por las autoridades nacionales, siendo fusilado en el Cementerio del Este de Madrid, en enero de 1943. Por su parte Salgado Moreira, que se distinguiría en la sublevación del coronel Casado contra el gobierno comunista de Juan Negrín, en marzo de 1939, en la batalla de las calles de Madrid, embarcaría en Gandía junto al propio Casado, Val, García Pradas, Manuel González Marín y otros, a bordo del crucero “Galatea” con destino a Inglaterra, escapando así del fusilamiento, a todas luces merecido, tras diseñar un malvado, ruin y diabólico plan como fue la puesta en marcha de la falsa embajada de Siam, jugando con los sentimientos más nobles de aquellos españoles inermes y engañados a los que asesinaría de forma artera y cobarde.


La checa del Ministerio de la Guerra se ensañó en los fusilamientos y asesinatos de jóvenes de ambos sexos, de corta edad, que aparecieron, una vez finalizada la guerra de Liberación española, en zanjas cavadas en zonas del extrarradio madrileño, donde operaron los miembros de la siniestra Checa. Aquella injustificable persecución decretada en el Madrid rojo por las organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas, contra indefensas víctimas, fue de una ferocidad sin paragón en la historia universal.


Carlos Fernández Barallobre,

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