Una de las escuadrillas más viles, canallas y asesinas de aquel Madrid rojo de 1936, fueron sin duda “Los Linces de la Republica”, que junto a la escuadrilla del Amanecer, a quien ya nos hemos referido en esta serie de artículos y la brigada de García Atadell, que será quien cierre este repaso al horror sádico, crimen y latrocinio, de socialistas, comunistas y anarquistas, en aquel atribulado Madrid del verano y otoño de 1936.
El alzamiento ha fracasado en Madrid con la matanza del cuartel de la Montaña. En los primeros días de agosto la Dirección General de Seguridad al mando de Manuel Muñoz, decide incorporar a la dirección, concretamente a la secretaria particular y las inspecciones de guardia de las comisarias madrileñas, a numerosos miembros del Cuerpo de Seguridad y Asalto, a quienes se les encomienda la realización de registros, detenciones, en virtud de confidencias o noticias recibidas.
En ese grupo de guardias de asalto sobresaldrán por su maldad, crueldad y brutalidad, el teniente, militante comunista, Juan Tomás Estalrich; un cabo de asalto, llamado Felipe Marcos García Redondo, que sería promovido a capitán; un Capitán de Milicias llamado Emilio Losada, socialista y empleado temporero de la Sección de Estadística del Ayuntamiento de Madrid, que formarán una de las escuadrillas de asesinos y ladrones más siniestra de aquel Madrid rojo de 1936. “Los Linces” mantuvieron una estrechísima relación con la checa oficial establecida en la calle de Fomento al mando del Comité Provincial de Investigación Pública, y con otro perverso de aquello lugares sito en la calle Martínez de La Rosa, donde operaba otra siniestra brigada, en este caso socialista, al mando de Agapito García Atadell. En ella, Los Linces de la República cometieron todos sus asesinatos, torturas y robos a los detenidos, siendo muy frecuentemente elogiados los servicios de la referida escuadrilla de «Los Linces» en noticias publicadas por la Prensa de Madrid, sobre todo por ABC o El Socialista, durante los primeros meses de la subversión roja, en las que les felicitaba por la localización de alguna radio clandestina, un ciudadano emboscado o un desafecto.
Estalrich, un individuo de mala catadura, era un seguidor entusiasta de los sistemas de interrogatorio soviético, que había estudiado con agrado, pues era un comunista convencido, que gracias su militancia obtuvo diversos ascensos, llegando, en marzo de 1939, a mandar una de las brigadas, que querían sostener la dictadura comunista del gobierno del socialista Juan Negrín, que se enfrentaron en las calles de Madrid a las tropas del coronel Casado y del anarquista Cipriano Mera. El teniente intentó por todos los medios, implantar, entre los Linces, unos métodos de refinada tortura. En los sótanos de la checa de Martínez de La Rosa, con un olor insoportable a humedad y orines, mantenían a los detenidos, a fin de sonsacarles información, en una habitación durante horas. Una de sus “técnicas” para hacer cantar a los detenidos, era “El gancho”. La víctima era atada por las muñecas y colgada de un gancho fijado en el techo. A los pies de la víctima se ataba pesas, a fin de producir una mayor tracción sobre sus articulaciones. Suspendido de esta forma y desnudo, era azotado brutalmente para que confesara. “La ducha fría” era otro de los métodos empleados en aquellos interrogatorios a que sometían de forma despiadada a personas de derechas, católicas, sacerdotes, religiosos, militares o falangistas. La ducha era un pequeño cuarto en cuya parte exterior se hallaba instalada una manguera que introducía agua fría a gran presión. En él se encerraba a la víctima completamente desnuda y era sometida a una prolongada y violenta ducha.
Guardias de Asalto marxistas saludando con el puño en alto.
Otro procedimiento sádico era “El submarino seco” que consistía en que si la víctima no hablaba, le colocaban una bolsa de plástico que le cubría toda la cabeza hasta el cuello ajustándola al mismo, con el objetivo de generarle asfixia. A veces también utilizaban un cinturón que ceñían alrededor del cuello para provocar estrangulación. Tras ello, golpes, patadas, puñetazos y culatazos.
Los Linces de la Republica, al igual que otras partidas y escuadrillas de facinerosos marxistas, actuaban de esta manera. Se detenía a la víctimas, casi siempre en sus domicilios, otras veces en su lugar de trabajo o en la calle, por un grupo de individuos cuyo número era de dos a cuatro y que casi nunca presentaban ningún tipo de documentación oficial que acreditase su condición de policía o agente de vigilancia, que casi siempre se atribuían, Tras el registro el detenido era conducido a una de las numerosas checas para ser interrogado. A los familiares que se hallaban presentes en la detención se les indicaba el centro al cual se iba a llevar al detenido para interrogarle y posteriormente darle “el paseo”. Estos, iniciaban entonces una frenética, desesperada e infructuosa búsqueda, que al no dar resultados, les llevaba a la dirección General de Seguridad, a fin de revisar un fichero, donde se hallaban numerosas fotografías numeradas, de frente y de perfil, de todos los cadáveres aparecidos en Madrid muertos con signos de violencia.
El cabo Felipe Marcos García Redondo, se distinguiría como uno de los jefes de los piquetes de ejecución de la matanza de Paracuellos del Jarama, donde fueron asesinados miles de patriotas, en el mes de noviembre de 1936. También García Redondo tendría destacada participación en los asesinatos ocurridos en el pueblo toledano de Torrijos, en julio de 1936, y donde, entre otros, fue asesinado el sacerdote Liberio González Nombela, de 40 años y natural de Santa Ana de Pusa (Toledo), párroco de Torrijos desde 1926 y que se distinguió por fundar numerosas obras de piedad, y caridad. Fue un destacado colaborador y animador de la Adoración Nocturna, Acción Católica; Hijas de María, Padres de Familia, catequesis, escuelas dominicales, conferencias de San Vicente, socorro de los pobres, Apostolado de la Oración, escuelas nocturnas de obreros y, sobre todo, las escuelas católicas.
Beato Liberio González, asesinado cerca de Torrijos (Toledo) en agosto de 1936.
El día 23 de julio las autoridades frente populistas cerraron la iglesia y prohibieron los cultos. El cura González, unos días después, se desplazó a la casa de sus padres en Santa Ana, a ocho kilómetros de distancia de Torrijos. Vestido de sotana fue detenido en la tarde del día 18 de agosto de 1936 y llevado al ayuntamiento de Torrijos. En el camino, Liberio, fue obligado a bajar del camión donde iba detenido y fue colocado en el arcén de la carretera, junto a un poste de teléfono, simulando su fusilamiento y recibiendo varios disparos a los lados, que no le causaron daños, entre las risas y carcajadas de los milicianos marxistas.
El conductor del camión declaró que, mientras interrogaron en el ayuntamiento de Torrijos a Liberio González, lo mandaron a él y a su cuñado con diez milicianos a fusilar al párroco de Santa Ana de Pusa, Juan Francisco Fernández, al que también habían detenido.
El sacerdote Liberio fue retenido en el ayuntamiento y tras ello obligado a subir de nuevo a un camión, que se detuvo en el cruce de Barcience. Allí la turba, compuesta por guardias de asalto, milicianos y mujerzuelas, le obligó a bajar del camión y caminar. Liberio González, con una actitud de gallardía, valor y serenidad encomiables, fue caminado hacia atrás, dándole la cara a sus verdugos, Obligado a detenerse y con los fusiles ya apuntándole, dijo en voz alta: “Dios os perdonará”. Una cerrada descarga de veinte o treinta fusiles acabaron con la vida del sacerdote. Un testigo presencial afirmaría: “Sonó una descarga cerrada de muchos, de más de cien tiros y quedó muerto en el acto. Yo vi que, cuando ya estaba tendido en el suelo, un miliciano le descargó dos o tres tiros en la cabeza. Su cuerpo quedó insepulto, siendo cubierto con una manta, y superficialmente enterrado allí mismo.
Una vez asesinado, quienes le mataron festejaron el hecho con una merienda en el bar de Leoncio Carrillo, en la Plaza Mayor de Torrijos, dejando constancia histórica con unas fotografías, que se hicieron, en las que unos y otros se ponían, a modo de trofeo, las gafas del difunto. Liberio González fue beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007, dentro de un grupo de 498 mártires españoles.
Los Linces, pasarían con posterioridad, a mediados del mes de septiembre, agregados al puesto de mando establecido en la Casa de Campo, que estaba dirigido por el teniente coronel Julio Mangada y donde, además de servir como escolta personal del excéntrico coronel, establecieron otra Checa en la casa del guarda. Allí continuaron su labor represiva, sanguinaria y cruel, marcada con sus numerosos asesinatos.
Todo lo que lograban rapiñar de los saqueos y robos, según declararía el propio guardia de Asalto, Felipe Marcos García Redondo, ante la Causa General, promovida por el Ministerio de Justicia, el 2 de febrero de 1943, las alhajas y objetos de mayor valor eran llevados al despacho del propio Director de Seguridad Manuel Muñoz, y entregados a éste en persona, recordando el declarante haber sido mandado llamar por dicho Director de Seguridad, a fin de que le entregara un cáliz y una custodia procedentes de un registro realizado en una casa de la calle del Barquillo.
Monolito que recuerda el lugar de Barciene, donde fue asesinado el Beato Liberio González por los enemigos de Dios y España.
Entre los asesinatos cometidos por “Los Linces de la República” figuran los de Hipólito Gete García y Luis Gete Hernández y la detención por elementos de la Escuadrilla de Los Linces, al mando del guardia de asalto, Felipe Marcos García Redondo, de Eusebio y Tomás Merás del Hierro, que tras ser conducidos al puesto de mando del coronel Mangada, en la Casa de Campo, donde fueron interrogados y torturados, para ser entregados con posterioridad, para su ejecución, a miembros de la “checa” de Fomento, que los asesinó seguidamente.
En los días 29 y 30 de noviembre de 1936, “Los Linces de la República” detuvieron a Laura López Jáuregui y a sus hijos Isabel y Salvador Renedo López, así como a la señorita María de la Luz Álvarez Villanueva. A continuación fue también detenida la niña de quince años Laura Renedo López, que por hallarse enferma no había sido detenida al mismo tiempo que su madre y sus hermanos. Las personas secuestradas fueron conducidas al puesto de mando del Teniente coronel Mangada, establecido en aquella-época en el Palacio Nacional, donde se decidió el asesinato de todas ellas, sin que ni siquiera fuera perdonada la vida de la menor Laura Renedo.
Uno de los asaltos a domicilios más sonados, que Los Linces realizaron en Madrid, fue el del abogado César de la Mora en la calle de Alcalá 66, del que se llevaron numerosas joyas, dinero y valores, a pesar de que este abogado era tío de Constancia de la Mora, casada con Ignacio Hidalgo de Cisneros, jefe de las Fuerzas Aéreas del Frente Popular y futura jefa de la prensa republicana.
Curiosamente la hermana de Constancia, Marichu de la Mora, era amiga personal de José Antonio Primo de Rivera y de su hermana Pilar, militante de Falange Española y una de las fundadoras de la Sección Femenina del movimiento fundado por José Antonio Primo de Rivera. Las zonas que más utilizaron Los Linces, para sus macabros asesinatos, realizados casi siempre al anochecer y madrugada, fueron la Casa de Campo, las carreteras de Andalucía y Toledo, así como la zona del Hipódromo, la Pradera de San isidro o la Dehesa de la Villa.
Carlos Fernández Barallobre.
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