Aparecido en El Español Digital 12/8/2023
Antonio Molle Lazo: en memoria de su martirio (10-VIII-1936)
El 10 de agosto de 1936 moría en Peñaflor (Sevilla) el joven Antonio Molle Lazo, de 21 años de edad, a manos de una turba de milicianos frentepopulistas.
Era un muchacho afiliado al tradicionalismo y encuadrado en una unidad de requetés de Jerez de la Frontera que aún se encontraba en período de formación y que con el tiempo gestaría el Tercio de Nuestra Señora de la Merced. Fue capturado en combate, pero cayó asesinado siendo ya prisionero. ¿El motivo de su muerte? No consentir en renegar de su fe en Cristo y de su amor a la España católica.
Breves trazos de su vida
Antonio Molle había nacido en Arcos de la Frontera (Cádiz) un 2 de abril de 1915, que aquel año era Viernes Santo, y al poco pasó por delante de la casa la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno: todo parecía presagiar desde el principio el final martirial de nuestro personaje. Hijo de Carlos Molle Gutiérrez y de María Josefa Lazo, fervientes católicos y de firmes convicciones patrias, aprendió de ellos la firmeza en los principios, la devoción religiosa y el valor de la vida familiar.
Antonio Molle
A los cinco meses marcharon por motivos laborales del padre a Jerez de la Frontera, donde se asentarían definitivamente. No se puede decir, desde luego, que la familia conociera en ningún momento una situación económica boyante, sino que siempre vivieron de forma más bien modesta: en ocasiones incluso el padre y los hijos quedaron en el paro laboral.
En Jerez, Antonio se formó en la escuela y creció en su primera etapa de niño y adolescente en el Colegio del Buen Pastor de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (Hermanos de La Salle). No destacó nunca en los estudios, que le costaban bastante, pero sí lo suplió, en cambio, por el notable esfuerzo puesto en ellos.
Asimismo, resaltó por su calidad humana en el trato con los demás, la reciedumbre de carácter que poco a poco se iba forjando y la piedad religiosa que mostró desde pronto como miembro de las congregaciones devocionales que los Hermanos de La Salle tenían en el colegio. También se inició de forma temprana en el amor a Jesucristo Rey, conforme a la instauración de su fiesta por el papa Pío XI en 1925, año en el que precisamente recibió la primera Comunión. Por otro lado, recibió de niño el escapulario del Carmen, quedando vinculado al convento de los carmelitas calzados de Jerez como terciario seglar. Resaltó ciertamente por su devoción mariana y por el rezo del Santo Rosario.
Uno de sus compañeros ofrecería este testimonio: “Antonio fue un congregante y un colegial modelo. Cumplió siempre con exacta fidelidad todas sus obligaciones, y ya entonces podíamos admirar en él que era joven que no consentía jamás el mal en su presencia, y augurábamos todos que había de ser un defensor formidable de la religión en estos calamitosos tiempos”. Otro amigo afirmaría: “Antonio no podía tolerar que en su presencia se faltase lo más mínimo a Dios, a la religión y a la caridad con sus compañeros”.
A los 15 años, en 1930, terminó sus estudios en el colegio, si bien permaneció unido a él mediante la asociación de antiguos alumnos y en las prácticas de piedad y los entretenimientos de éstos, y emprendió la vida laboral. En un primer momento, fue admitido como meritorio en la estación de ferrocarril de Jerez de la Frontera: un empleo en el que no ganaba un salario, sino que había de hacer méritos para poder pasar a ocupar una plaza ya remunerada. Jamás escondió su fe religiosa en un ambiente más bien hostil, dominado por los marxistas, sobre todo socialistas, quienes finalmente consiguieron a nivel nacional que los empleos ferroviarios quedaran restringidos a hijos de trabajadores del ramo.
De este modo, Antonio Molle se vio en la calle y hubo de buscar trabajo. Lo encontraría como escribiente en unas bodegas y más tarde como taquillero en un teatro, conociendo la realidad del paro obrero en algunos momentos breves, dada la crítica situación económica de la España republicana. Junto con su padre, participó en algunas asociaciones profesionales, pero experimentaron cómo eran crecientemente manipuladas y desviadas por los elementos marxistas hacia sus objetivos políticos.
En todo este tiempo, Antonio fue forjando una personalidad firme en sus convicciones, hasta el punto de animar a otros amigos a ir a las iglesias de los barrios más conflictivos para asistir a la Santa Misa, a pesar de las amenazas de los socialistas a los católicos que vivían allí o que iban a esos templos. También procuraba evitar que sus amigos se dejasen llevar por conversaciones y actitudes que pudieran conducirles hacia la pérdida de la virtud e inclinarse a una vida de vicio. Fue muy aficionado al deporte para evadir los peligros morales que pueden acechar en los años jóvenes y además mediaba en las frecuentes peleas en los juegos.
Con 16 años, en 1931, Antonio Molle se afilió a la Juventud Tradicionalista, que contaba con una sección de cierto relieve en la céntrica y conocida calle de Francos, de Jerez de la Frontera. La simpatía hacia el carlismo le venía por línea familiar, pero fue ante todo la defensa de la fe, de la España católica y de los derechos de la Iglesia lo que le decidió a dar el paso. Le gustaba mucho asistir a las reuniones y tertulias del Círculo Tradicionalista y de la Sección de Juventud, tratar con sus amigos acerca de los problemas presentes, entretenerse allí mismo en distracciones y juegos, comprometerse en las actividades, etc.
Se ofrecía voluntario para acudir disfrazado a los mítines en los que se alentaba a las masas contra la religión, con el fin de conocer los planes de los revolucionarios y poder tomar las precauciones necesarias para evitar el asalto a iglesias y conventos y saber las líneas directrices que se marcaban en otros aspectos con que se pretendía extirpar de España la fe católica. Con valentía se entregaba a colaborar en las campañas electorales y en la distribución de la propaganda y pegadas de carteles, pese a la violencia desencadenada por las formaciones marxistas.
Camino hacia el martirio: el tiempo de prisión
En febrero de 1936, el Frente Popular llegó al poder y se acentuó la persecución religiosa. El 2 de abril, día de su cumpleaños, habían de pasar por la estación de ferrocarril unos batallones del Ejército y Antonio fue con un montón de hojas debajo del brazo para repartirlas entre los soldados al grito de: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Rey!”.
Poco después fue detenido y conducido a la cárcel de Jerez. Allí, como los antiguos mártires, se mostró pleno de alegría y entonaba los numerosos cánticos religiosos que conocía, como el Cantemos al Amor de los amores, el Corazón Santo, Tú reinarás y la Salve, Regina. Frente a las prohibiciones de los carceleros para cantar, se dedicó a escribir en las paredes la letra, con lo cual hubieron de dejarlo por imposible.
Recibía la visita de sus amigos y sólo lamentaba no poder oír la Santa Misa ni comulgar, ya que estaba prohibido. Así que se entregó de lleno al rezo del Santo Rosario, solo o con otros católicos que fueron llegando también allí por la persecución religiosa y política que se estaba desatando en España. Pidió a los amigos que le llevaran libros religiosos y sobre todo se dedicó a leer con gran interés las historias de los mártires, encontrando gran consuelo en lo que ellos habían padecido, a la vez que pensaba que lo que él sufría no era digno de parangonarse con sus gestas.
En poco tiempo, el alma de Antonio se estaba transformando hacia una entrega absoluta, heroica y martirial. Su modelo eran los mártires y su corazón se encendía cada vez más en ansias de martirio por amor de Cristo, al que se pisoteaba en España. Otro devoto tradicionalista, encerrado con él en la cárcel de Jerez por aquellos días y con quien hablaba largos ratos, ha transmitido muchas de estas noticias y ha referido que le dijo un día: “Sufriré los más grandes tormentos antes que apostatar de mi Dios”. A la cárcel fue a parar asimismo su hermano Carlos, detenido por defender con otros jóvenes el convento de Santo Domingo de Jerez, de los dominicos, frente al asalto de las turbas marxistas. Por fin, el 16 de mayo, fue puesto en libertad.
El martirio
El 18 de julio de 1936, el Alzamiento iniciado en Melilla el día antes se extendió por otras partes de España y triunfó pronto en Jerez, Cádiz y Sevilla. Antonio Molle se reunió entonces con los otros “requetés”, los combatientes carlistas, para formar una unidad a disposición de las autoridades militares y que sería el origen del Tercio de Nuestra Señora de la Merced. Los requetés profesaban una sincera fe religiosa y una honda devoción, especialmente hacia Cristo Rey y la Virgen María, teniéndose a sí mismos como auténticos cruzados y confiando en la restauración de la España católica.
Después de afianzar el éxito del Alzamiento en Jerez, los requetés de esta ciudad marcharon a Sevilla para apoyar las operaciones del general Queipo de Llano y allí restablecieron la tradicional enseña española, roja y gualda. Desde Sevilla fueron enviados unos días después a la localidad de Peñaflor el 8 de agosto: el 6, fiesta de la Transfiguración y primer viernes, había comulgado con devoción.
El día 10, fiesta de San Lorenzo, se celebró Misa en el convento de las Hermanas de la Cruz (fundadas por Santa Ángela de la Cruz), pues la iglesia de Peñaflor había sido profanada por los marxistas, y Antonio asistió y comulgó. Algunos han dicho que tal vez se ofreciera en ese momento como víctima de inmolación al Señor, según supusieron por el aspecto tan recogido que presentaba y porque cayó mártir a las pocas horas, pero no existe ningún otro dato que pueda corroborar esa victimación. Lo que sí es muy probable es que realizase una aceptación de la muerte, habitual entre los requetés.
Ese mismo día 10 se produjo un fuerte ataque de los milicianos frentepopulistas a Peñaflor, que cogió de sorpresa a los defensores; el pueblo finalmente no sería perdido por éstos al llegar refuerzos, pero entretanto se produjo el martirio de Antonio Molle.
Habiendo permanecido para defender a las Hermanas de la Cruz y a otras mujeres, en un acto de caballerosidad, fue apresado por los milicianos, que le sometieron a una tremenda paliza y a vejaciones, burlándose de él e intentando hacerle blasfemar y renegar de su fe. Gracias a algunos testigos, el relato de lo acontecido es bien conocido. Intentaron varias veces que gritara: “¡Muera la religión!” y “¡Viva Rusia!”; a lo cual sólo respondía: “¡Viva Cristo Rey!” y “¡Viva España!”
También, cuando le amenazaban con ir a matarle y a beber su sangre, dijo: “Me mataréis, pero Cristo triunfará”. De los labios de Antonio, sin embargo, no se escuchó ningún insulto. Ante su negativa a blasfemar y a renegar de la fe, le mutilaron las orejas y le sacaron los ojos y parte de la nariz, pero únicamente decía: “¡Ay, Dios mío!” y seguía profesando: “¡Viva Cristo Rey!” Recibía golpes en todo el cuerpo, pero fundamentalmente en la cabeza. Sobre su pecho seguía llevando, también ensangrentado, el “Detente” con el Corazón de Jesús sobre el fondo de la bandera española. Y, comprendiendo que llegaba ya su final, pues uno de los asesinos dijo que iba a dispararle, extendió cuanto pudo sus brazos en forma de cruz, colocó sus piernas asemejándose a las del Crucificado y, con todas cuantas fuerzas pudo sacar aún de su interior, gritó con voz potentísima: “¡Viva Cristo Rey!”
Entonces le fusilaron así, en posición de cruz. Cayó al suelo de la carretera, con los brazos abiertos y cruzada su pierna derecha sobre la izquierda. Algunas gotas de sangre habían coloreado sus alpargatas blancas. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde. Conservaba todavía cierto movimiento y algunos quisieron rematarle, pero otro les gritó: “¡No arrematarlo, dejadlo que sufra!” Sin embargo, muchos no se contentaron con esto y le volvieron a propinar golpes y cuchilladas. Finalmente, dejó de respirar y su corazón se detuvo. Murió en la carretera y quedó allí solo.
Fama de santidad
Las fuerzas nacionales consiguieron finalmente mantener Peñaflor y entonces se recogió el cadáver de Antonio. De inmediato, los testigos contaron el relato de lo sucedido y se le dio fama de muerte martirial. En la iglesia, restaurado el culto tras las destrucciones y la profanación, se celebró una Misa por su alma y por otros caídos en la localidad. Los restos de su sangre fueron también enseguida besados por la gente. El cadáver, con honores militares, fue trasladado a Jerez de la Frontera, donde recibió sepultura, y tiempo después se llevó desde el cementerio a la iglesia del Carmen ante el creciente número de visitas de devotos a su sepultura.
Por suscripción popular se construyó un monumento conmemorativo en Peñaflor y pronto se difundió la fama de su muerte martirial por toda España. Durante la guerra, corrieron estampas y oraciones entre los combatientes y entre la población civil por miles y miles, e incluso llegaron a varios países de Europa y de América.
También empezaron a llegar noticias de curaciones atribuidas a él por intercesión milagrosa y se escribieron algunas biografías. Todo ello fomentó la idea de abrir el proceso de beatificación y canonización y se constituyó canónicamente ya en 1940 en el convento de Nuestra Señora del Carmen, de los Padres Carmelitas Calzados de Jerez de la Frontera, la “Junta de Cristo Rey”, actualmente Asociación de Fieles “Servidores de Cristo Rey”, desde la cual se trabaja en este fin, con gran empeño sobre todo por parte de quien fue amigo de Antonio Molle, D. Sixto de la Calle Jiménez
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