14 DE MAYO DE 1981. LEMONA (VIZCAYA) GUARDIA CIVIL JOSE OLALLA DE LA FLOR. GUARDIA CIVIL MANUEL SANCHEZ BORRALLO.
Guardias Civiles José Olalla de la Flor y Manuel Sánchez Borrallo,
A las diez de la mañana del jueves 14 de mayo de 1981, dos Guardias Civiles JOSÉ OLAYA DE LA FLOR Y MANUEL SÁNCHEZ BORRALLO, resultaban muertos y un tercer Guardia civil, Anselmo Jiménez, herido, al ser alcanzado de lleno un Lan Rover del Instituto Armado en el que viajaban por la explosión de un potente artefacto, compuesto por diez kilos de Goma 2 y abundante metralla, que había sido colocado por un comando de la banda terrorista, marxista y antiespañola ETA, a un lado de la carretera por la que circulaban, cerca de la población vizcaína de Lemona.
El atentado ocurrió entre las diez y cuarto y diez y veinte de la mañana. Hora y -media antes el convoy formado por tres “Land Rover” del Benemérito Instituto y dos furgonetas con cuatrocientos cincuenta kilos de explosivo y detonadores, abandonaron la fábrica de “Explosivos Riotinto” de Galdácanó, para distribuir la dinamita en distintas canteras de la provincia vizcaína.
Guardia Civil José Olalla de la Flor.
Tras efectuar la primera entrega el convoy se dirigió hacia la cantera Pekomi, sita en “Pena Lemona” barrio de San Ignacio, de Lemona, y a escasa distancia del kilómetro 20 de la carretera nacional 240 Bilbao-Vitoria. El convoy lo abría un vehículo de la Guardia Civil ocupado por tres Guardias. Tras él una furgoneta “Ebro” propiedad de Aquilino Equillor, a quien acompañaba su hijo. Inmediatamente otro vehículo de la Guardia Civil. Seguía a éste, un furgón con detonadores, propiedad de Iñaki Ibarretxe. Cerraba la marcha otro “Land Rover” de la Guardia Civil. Este vehículo se quedó parado junto al bar San Ignacio con el propósito de custodiar a sus compañeros.
Guardia Civil Manuel Sánchez Borrallo.
Hacia las diez y cuarto y después de descargar 400 kilos de explosivos y cierta cantidad de detonadores el convoy se puso de nuevo en marcha para hacer entrega de los 50 kilos restantes. El orden de los vehículos fue el mismo que al subir a la cantera; por lo que el último era la furgoneta con los detonadores dado que el «Land Rover», de cierre había quedado junto al bar. Cuando el convoy iniciaba el viaje hacia la segunda cantera, y tras recorrer escasamente cien metros, se produjo la explosión. El explosivo estaba colocado en un talud a la izquierda de la carretera oculto con piedras. El primer vehículo policial pasó junto a la carga sin sufrir ningún percance. Lo mismo hizo la furgoneta con los 50 kilos de explosivos que restaban por entregar. No obstante en el momento en que el segundo vehículo policial pasaba frente al montón de piedras en donde estaba escondido el artefacto se produjo una potente explosión, seguida de otra de menor potencia. Unos quince kilos de explosivo y me tralla alcanzaron de lleno al «Land Rover» que como consecuencia de la onda expansiva fue desplazado unos metros hasta la cuneta, en donde quedó volcado.
El conductor, el Guardia Civil José Olaya de la Flor y el Guardia Civil que ocupaba el asiento contiguo, Manuel Sánchez Borrallo, quedaron atrapados en el amasijo de chatarra en que se había convertido el vehículo. El primero falleció en el acto y su compañero agonizó durante unos momentos, falleciendo poco después. El tercer Guardia Civil, Anselmo Jiménez, que ocupaba el asiento posterior resultó herido de consideración en pierna y cara por impacto de metralla. Anselmo Jiménez Allín, fue trasladado por los compañeros ocupantes del primer vehículo hasta el bar San Ignacio en donde procedieron a dar aviso a una ambulancia, que le trasladaría a la ciudad sanitaria de Cruces, en donde recibió asistencia médica. Los cadáveres de los dos Guardias Civiles asesinados fueron conducidos al depósito del Hospital Civil, siendo posteriormente trasladados al Gobierno Civil de Vizcaya, en donde quedó instalada la capilla ardiente.
Poco después de las diez de la mañana del día siguiente, los féretros con los restos de José Otaya de la Flor y Manuel Sánchez fueron sacados del edificio del Gobierno Civil, donde había sido instalada la capilla ardiente. Al acto fúnebre, que tuvo como marco los jardines de! Gobierno Civil- de Vizcaya, además de familiares, y gran cantidad de amigos y compañeros asistieron el delegado general de Gobierno para el País Vasco, Marcelino Oreja Aguirre; el director general de la Seguridad del Estado, Francisco Laina; e! subdirector de la Guardia Civil, general Francisco García Laclaustra; el consejera del interior del Gobierno Vasco; gobernador civil, presidente de la Au- diencia, así como otras autoridades civiles y militares.
Familiares y autoridades ocupaban los lugar preferentes Los dos féretros fueron trasladados a hombros de doce compañeros de las víctimas. Precedían a los mismos una treintena de guardias 'civiles y policías nacionales portando quince coronas. La comitiva llevó hasta el pie del improvisado altar bajo las notas de una marcha fúnebre interpretada por la unidad de música del Regimiento de infantería de Garellano. En el momento en que los féretros pasaron junto a los familiares se produjeron momentos de tensión y escenas emotivas, que quedaron ahogadas por los aplausos y vivas a España a y la Guardia Civil de muchos de los presentes.
La misa funeral fue oficiada por el capellán castrense de la 541 Comandancia, quien inició la homilía señalando que “el terror, la violencia y e! fanatismo ha golpeado una vez más en esta porción selecta que es la Benemérita. Crimen, por otra parte, que denuncia por sí mismo el grado de violencia, de crisis moral en la que vivimos”.
Concluida la misa funeral, los féretros, a hombros de compañeros de las víctimas, fueron sacados a la calle Elcano. Mientras que los restos mortales de los dos guardias civiles eran introducidos en los furgones que les llevarían al aeropuerto de Sondica, vía Madrid, las numerosas personas congregadas en los alrededores del Gobierno Civil, que no les fue permitida la asistencia a los funerales, irrumpieron en aplausos y vivas a España y al Cuerpo, así como gritos en contra de ETA.
Un numeroso grupo de personas increpó duramente al alcalde de Bilbao, señor Castañares, cuando se dirigía a su vehículo particular. Asimismo dieron gritos de PNV asesino y vivas al teniente coronel Antonio Tejero.
Los restos mortales del guardia civil Manuel Sánchez Borrallo llegaron por la tarde a Silos de Calañas, Huelva, su pueblo natal, donde recibirían cristiana sepultura. El cadáver del guardia civil fue trasladado hasta esa localidad por carretera procedente de Sevilla, a cuyo aeropuerto llegó procedente de Bilbao. Una escolta de la Guardia Civil y Policía Nacional acompañó al furgón fúnebre hasta Silos de Calañas. El féretro con los restos mortales, envuelto en la bandera Nacional, fue trasladado a hombros de sus compañeros hasta la casa cuartel de la Guardia Civil, donde quedó instalada la capilla ardiente. La banda municipal de música interpretó el Himno Nacional mientras autoridades, familiares, vecinos y numerosos mineros de la zona guardaban un impresionante silencio. Finalmente se dieron vivas a la Guardia Civil y gritos contra ETA.
En la localidad cacereña de Madrigal de la Vera los restos mortales del guardia civil José Olalla recibirían cristiana sepultura.
La comitiva llegó a primeras horas de la tarde al Ayuntamiento, donde quedó instalada la capilla ardiente. A las seis, el féretro fue trasladado, a hombros- de miembros de la Guardia Civil, a la iglesia de la localidad, donde se celebró un funeral. La totalidad del vecindario acompañó a los restos durante este traslado, así como numerosos- vecinos de localidades limítrofes.
Ofició la ceremonia el párroco, quien condensó en su homilía el odio y la violencia. Asistieron al funeral el presidente dé la Junta Regional extremeña, gobernadores civil y militar de Cáceres y el jefe de la 222 Comandancia de la Guardia Civil, así como una compañía de este Cuerpo y representantes de la Policía Nacional.
Terminado el acto religioso, el cadáver de José Olalla recibió cristiana sepultura en el cementerio de la localidad. Durante el recorrido se escucharon gritos de “Viva España “ y “¡Viva la Guardia Civil!” y se exhibieron pancartas con las leyendas: «¡La Policía con Franco no moría!» y «¡Terroristas, al paredón¡».
Representaciones de alumnos de los distintos centros docentes de Madrigal ofrecieron ramos de flores ante la tumba de su paisano asesinado por ETA.
Según el auto de procesamiento dictado por la Audiencia Nacional en noviembre de 1988:”José Antonio Borde Gaztelumendi, junto a Enrique Letona, José Luis Barrena y Juan María Otegui, integrados en ETA, decidieron atentar contra la Guardia Civil. Tras recabar información sobre los movimientos de un convoy de la Guardia Civil en una cantera de Lemona (Vizcaya), confeccionaron un artefacto explosivo, que ocultaron entre las piedras de la cantera".
En 1990 fueron juzgados y condenados por ese atentado los etarras Enrique Letona Viteri y José Luis Barrena Pagay, alias Txistu, a dos penas de 29 años por el asesinato de José y Manuel, y a 19 más por el asesinato frustrado de Anselmo Jiménez Allen.
Enrique Letona Viteri, salió de prisión en 2003 al acogerse a beneficios penitenciarios tras cumplir algo más de 15 años.
Juan María Otegui Elicegui, alias Txato, murió en un atentado perpetrado por los GAL (Grupos Antiterroristas de liberación) en agosto de 1985 en suelo francés, por lo que no pudo ser juzgado. Tras el asesinato, la corporación municipal de Itsasondo (Guipúzcoa), localidad natal del etarra, compuesta por representantes de Herri Batasuna, Partido Nacionalista Vasco y Euskadiko Ezkerra, declaró a Juan María Otegui "hijo predilecto de la villa".
En febrero de 1986, en otro atentado llevado a cabo por los GAL, resultaron heridas en el ametrallamiento del Bar Batzoki de Bayona, la viuda de Otegui, Karmele Martínez, y la hija del etarra, Nagore.
En diciembre de 2005, la Audiencia Nacional condenaba a 75 años de cárcel por su participación en el atentado contra el convoy de la Guardia Civil el etarra José Antonio Borde Gaztelumendi. Según recogió textualmente la sentencia emitida por la sala de lo penal de la Audiencia nacional “Borde Gaztelumendi y Letona Viteri, introdujeron el explosivo en un Ford Fiesta que habían alquilado y al que habían cambiado las placas de matrícula. En la madrugada del 13 de mayo se dirigieron en dicho coche al lugar elegido, colocaron las ollas y los tubos explosivos bajo un montón de grava situado en las proximidades y vigilaron la llegada del convoy que, según las informaciones que habían recibido, pasaba por allí cada 15 días. Como ese día no apareció, decidieron regresar al día siguiente”. Según los magistrados, fue Letona quien accionó el explosivo al paso de la caravana.
Borde Gaztelumendi fue extraditado a España por Méjico en noviembre de 2002. Borde Gaztelumendi se integró en ETA en 1978. Un año después huyó a Francia, aunque en 1981 regresó a España como integrante del grupo Vizcaya, y siguió cometiendo atentados hasta 1983. Huyó de nuevo a Francia donde vivió en la clandestinidad, pasando posteriormente a Méjico.
En 2023 la Fiscalía de la Audiencia Nacional vía recurso, contra la decisión del gobierno vasco dejaba en suspenso la progresión al tercer grado penitenciario del etarra José Antonio Borde Gaztelumendi, que cumple condena de 30 años en la cárcel de Bilbao. El etarra fue condenado a 229 años de cárcel. Tiene pendiente además pagar una indemnización al Estado de 1.650.000 euros por sus acciones terroristas.
José Olaya de la Flor era natural de Madrigal de la Vera (Cáceres). Tenía 28 años, estaba casado y tenía una hija. Manuel Sánchez Barallo, nacido en Calanas (Huelva), tenía 26 años de edad. Estaba casado, sin hijos.
De acuerdo con el Real Decreto 1404/2000, con fecha 19 de julio de 2000, se concedió a los Guardias Civiles José Olaya de la Flor y Manuel Sánchez Barallo, la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Además, en resolución fechada el 18 de marzo de 2005 (Real Decreto 308/2005), el Ministerio del Interior le concedía también el ascenso de empleo, con carácter honorífico y a título póstumo.
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