27 DE NOVIEMBRE DE 1980. SAN SEBASTIÁN. TENIENTE CORONEL MIGUEL GARCIARENA BARAIBAR, JEFE DE LA POLICÍA MUNICIPAL.
Teniente Coronel Miguel Garciarena Baraibar. Jefe de la Policía Municipal de San Sebastián.
A primeras horas de la mañana del día 27 de noviembre de 1980, era asesinado en la capital guipuzcoana el jefe de la Policía Municipal, teniente coronel MIGUEL GARCIARÉNA BARAIBAR, en un atentado perpetrado por un comando terrorista cuando el militar se dirigía a las dependencias municipales. En el mismo atentado resultó herido en un brazo el chófer del señor Garciarena, José Antonio Díaz Montoya.
Los hechos ocurrieron cuando el jefe de la Policía Municipal donostiarra se dirigía, por el itinerario habitual, desde su casa a la Inspección de Policía del Ayuntamiento. Como todos los días, salió de su domicilio poco antes de las 9 de la mañana. Frente al portal, le esperaba como siempre su chófer, José Antonio Díaz Montoya, al volante de un Seat 600. Como de costumbre, el militar se sentó en el asiento contiguo al conductor. Tras recorrer varias calles céntricas del casco urbano, el SEAT 6OO, color blanco, del jefe de Policía, se detuvo, como cada día, en la confluencia de las calles Urdaneta y Easo para efectuar la maniobra de “Ceda el paso”. En ese momento se acercaron a la parte delantera del vehículo dos jóvenes armados, uno de ellos con metralleta, a cara descubierta, que efectuaron varios disparos contra el señor Garciarena. El herido pudo decir “Me han dado”, y reclinó la cabeza. Una nueva ráfaga alcanzó de lleno al teniente coronel. El chófer José Antonio Díaz, se agachó rápidamente, mientras silbaban las balas en dos direcciones y el cristal delantero del vehículo saltaba hecho pedazos. Los disparos alcanzaron al teniente Coronel Garciarena en la cabeza, cuello, pecho y en el abdomen. Varios de ellos eran mortales de necesidad.
Durante el tiroteo fue igualmente alcanzado en un brazo el conductor Díaz Montoya. Cuando cesaron los disparos, el conductor se incorporó y en el propio coche ametrallado condujo al jefe de Policía a un puesto de socorro que se encontraba a pocos metros el lugar del atentado. Según e! parte facultativo, el señor Gaiciarena entró en la casa de socorro “clínicamente muerto”. Sus únicas muestras de vida eran unos estertores agónicos. A los pocos minutos fallecía.
El cadáver presentaba seis impactos de bala: tres en la cabeza, uno en el hemitórax, uno en el maxilar y otro en el abdomen. En el mismo centro fue atendido el chófer que presentaba en el brazo una herida por arma de fuego con orificio de entrada y salida. El tiroteo en el que perdió la vida Miguel Garciarena provocó escenas de pánico entre los transeúntes, muchos de ellos niños de corta edad que acudían a un colegio situado enfrente del lugar en que ocurrió el atentado. Policías municipales que salieron de la inspección al escuchar los disparos pudieron observar la huida del comando.
Los autores del atentado, que actuaron con absoluta sangre fría, huyeron en un Seat 132, color plateado, en el qué los esperaba una tercera persona al volante con el motor en marcha. El vehículo había sido robado a primeras horas de esa misma mañana en la calle Euskalherría, a punta de pistola. El conductor fue abandonado atado a un árbol en el barrio de Igara. En el lugar de los hechos, se recogieron varios casquillos de 9 mm. Parabellum», marca SF.
Según propias manifestaciones del teniente Coronel Garciarena, este había recibido en varias ocasiones amenazas de ETA, por lo que en julio del año de 1979 solicitó la excedencia, para reanudar sus actividades normales como jefe de la Policía municipal pasados doce meses. El lunes uno de diciembre tenía previsto comenzar unas vacaciones de quince días, que había aplazado para no abandonar la Jefatura de la Policía Municipal mientras duró la situación conflictiva planteada en las últimas semanas, cuando los funcionarios solicitaron el respaldo moral de la corporación a sus actuaciones y apoyaron su petición con un paro.
Los policías municipales de servicio en aquel momento se retiraron de la calle al conocer la noticia del atentado, concentrándose en la Inspección, donde celebraron una asamblea. A primera hora de la tarde decidieron mantenerse en paro durante tres días en señal de duelo. Los restantes funcionarios y empleados municipales, en otra asamblea celebrada en el Ayuntamiento, aprobaron la suspensión de todos los servicios durante dos días.
La capilla ardiente con el cadáver de Miguel Garciarena fue instalada en el Salón de Plenos del Ayuntamiento donostiarra. La viuda del fallecido colocó junto al féretro las condecoraciones militares que poseía. El funeral por su alma tuvo lugar al mediodía en la parroquia de la Sagrada Familia, en el barrio de Amara, en una iglesia completamente abarrotada. Presidieron el acto la viuda, su hijo y otros familiares y asistieron el presidente del Gobierno vasco, Carlos Garaicoechea; el delegado del Gobierno en el País Vasco, Marcelino Oreja; el capitán general de la VI Región Militar; los gobernadores civil y militar; el alcalde de San Sebastián, Jesús María Alcaín, y el diputado general de Guipúzcoa, Xabier Aizarna, ambos del Partido Nacionalista Vasco, además de José María Benegas, del Partido Socialista de Euskadi (PSE-PSOE) y representantes de otros partidos políticos. También asistió gran número de militares de uniforme. En torno a la parroquia de la Sagrada Familia pudieron observarse medidas especiales de seguridad.
El féretro con el cadáver del Teniente coronel fue introducido en la Iglesia a hombros de policías municipales de diversas secciones, cubierto con la bandera blanca y azul de San Sebastián. Para sumarse al duelo habían llegado expresamente delegaciones de la Policía Municipal de Burgos y Canarias. La ceremonia religiosa fue concelebrada por un hermano del fallecido, Joaquín Garciarena, de la orden de los capuchinos, y otros veintiún sacerdotes. Durante la homilía, pronunciada en vascuence y castellano, Joaquín Garciarena se refirió al sentido cristiano del dolor, diciendo que “el sufrimiento debe servir para construir un mundo nuevo”, y citando unas palabras de San Francisco de Asís pidió a Dios que haga de los hombres instrumentos de paz. Terminado el funeral, el párroco pidió por los altavoces que, respetando el deseo de la familia, no se alterase el carácter puramente religioso del acto, ni siquiera al abandonar la iglesia. El féretro fue introducido en un furgón, que lo trasladó hasta Vera de Bidasoa (Navarra), donde fue enterrado en la intimidad en el panteón familiar.
Por el asesinato de Miguel Garciarena la Audiencia Nacional condenó en 1985 a José Antonio Esnaola Lasa. Otra sentencia del mismo tribunal, condenaría por el mismo asesinato en 1990 a Nicolás Francisco Rodríguez, a 29 años de reclusión mayor.
En noviembre de 2013, Nicolás Francisco Rodríguez salió en libertad. Antonio Esnaola Lasa Anton lo haría también por esas fechas.
En octubre de 2008 el Ayuntamiento de San Sebastián rindió homenaje a Miguel Garciarena Baraibar, asesinado en 1980, y al agente Manuel Peronié Díez, asesinado en 1983, cuyos nombres figuran, desde entonces, en el recibidor de las dependencias del cuerpo policial junto al del sargento Alfonso Morcillo, también asesinado por ETA en 1994.
Miguel Garcirena Baraibar era natural de la provincia de Navarra tenía 61 años de edad; estaba casado y tenía un hijo. Desde el año 1954 el 1957 estuvo destinado en lrún como teniente de la Policía Armada. Desde 1957 a 1968 estuvo destinado como capitán de este mismo Cuerpo en la ciudad de San Sebastián, Del 1968 al 1978 estuvo destinado en La Coruña como comandante en la 81 Bandera de la Policía Armada. Posteriormente estuvo en la 63 Bandera de la Policía Armada en Bilbao, hasta su incorporación como jefe de la Policía Municipal de San Sebastián. Era asimismo teniente coronel del Ejército en situación de reserva. El señor Garciarena hablaba correctamente el idioma vasco y se consideraba muy vasco-navarro y español por su ascendencia de la zona vasco-navarra. Para escapar de las amenazas vivió varias temporadas fuera de San Sebastián.
De acuerdo con el Real Decreto 1404/2000, con fecha 19 de julio de 2000, a Miguel Garciarena se le concedió la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Además, en resolución fechada el 18 de marzo de 2005 (Real Decreto 308/2005), el Ministerio del Interior le concedía también el ascenso de empleo, con carácter honorífico y a título póstumo.
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