30 DE MAYO DE 2003. SANGÜESA (NAVARRA) POLICÍAS NACIONALES BONIFACIO MARTÍN HERNANDO Y JULIÁN EMBID LUNA.
Policías Nacionales Bonifacio Martín Hernando y Julián Embid Luna
El viernes 30 de mayo, la banda terrorista ETA asesinaba en Sangüesa (Navarra) a los Policías Nacionales BONIFACIO MARTÍN HERNANDO Y JULIÁN EMBID LUNA, e hiriendo de gravedad a un tercer Policía Nacional Ramón Rodríguez Fernández.
Policía Nacional Bonifacio Martín Hernando
El atentado se produjo en torno a las doce y media de la tarde en la céntrica plaza de Santo Domingo en Sangüesa. El equipo móvil de expedición de documentos de identidad de la Policía Nacional se había desplazado desde Pamplona hasta esa localidad navarra a primera hora de la mañana.
Policía Nacional Julián Embid Luna.
Era un trabajo rutinario que se hacía cuando la Delegación del Gobierno recibía determinada cantidad de peticiones para renovar el DNI. Los tres Policías Nacionales aparcaron el automóvil frente a una tienda de alimentación, se instalaron en la Casa de Cultura del pueblo, donde fueron atendiendo a los vecinos que requirieron sus servicios, hasta pasado el mediodía.
En Sangüesa era de conocimiento público que el viernes a las 9.30 horas llegarían los agentes del DNI, porque los residentes ya habían sido avisados. El propio ayuntamiento se había encargado de anunciarlo desde principios de año. Siempre eran los mismos agentes los que acudían a prestar este servicio, que hasta hacia poco tenía una periodicidad bimensual, y lo hacían sin tomar ninguna medida especial de seguridad.
El comando de ETA, fue avisado por alguien del pueblo o por alguien que estaba al tanto de la presencia en Sangüesa del equipo móvil del DNI, que mientras hacía su trabajo, los terroristas a plena luz del día en una plaza muy concurrida, colocaron la bomba tipo fiambrera con unos tres kilos de dinamita de tipo Titadyn. en los bajos del vehículo de los Policías.
Un vez finalizada su labor, cuando Bonifacio Martín Hernando, Julián Embid Luna y Ramón Rodríguez Hernández se disponían a dejar el pueblo a las 12.25 horas, se produjo el atentado. Ya dentro del vehículo, Bonifacio y Julián, uno de ellos accionó el contacto de encendido, produciéndose una gran explosión que elevó el vehículo policial unos metros del suelo, cayendo de nuevo y quedando completamente destrozado, envuelto en llamas. Bonifacio y Julián, fallecieron en el acto, despedazados por la explosión. Ramón Rodríguez salvaría milagrosamente su vida , al no haberse introducido en el coche, pero sufrió múltiples de metralla en tórax y abdomen, así como en ambas piernas.
La explosión provocó heridas leves en una pierna al trabajador de Telefónica y vecino del pueblo Carlos Gallo, de 37 años, que pasaba por la zona. Otras personas fueron atendidas por ataques de nervios y lesiones menores. Los inmuebles y vehículos también sufrieron importantes daños.
El ministro de Interior, Ángel Acebes, y el director general del Cuerpo Nacional de Policía, Agustín Díaz Mera, llegaron poco después de las 16 horas a Sangüesa. El ministro visitaría también a los dos heridos más graves en el Hospital de Pamplona.
Unas flores en el suelo y unas velas recordaron de inmediato en la plaza de Santo Domingo el lugar donde había explotado el artefacto adosado a los bajos del vehículo de los tres agentes.
La capilla ardiente de los dos policía asesinados se instaló en el salón del trono de la Delegación del Gobierno de Navarra, donde fueron velados sus féretros durante toda la noche por doce miembros de la Policía, Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y Policía Municipal de Pamplona y por el que pasaron para testimoniar su pesar a las viudas e hijos de la víctimas miles de pamploneses anónimos, así como autoridades civiles, militares y policiales.
Miles de navarros acompañaron el día 31 de mayo a las familias de los Policías Nacionales asesinados el día anterior por ETA en Sangüesa, Julián Embid Luna y Bonifacio Martín Hernando, en los funerales oficiados en la catedral de Pamplona por el arzobispo, Fernando Sebastián.
Los ciudadanos abarrotaron la Seo y los alrededores para recibir los féretros con los restos mortales de los agentes, envueltos en banderas Nacionales, que llegaron, entre vivas a España y a la policía, portados por miembros de la Policía Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y Policía Municipal de Pamplona.
A las doce menos cuarto del mediodía las campanas de la catedral repicaron a muerto. En el atrio se hallaban formados Policía Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y Policía Municipal de Pamplona que rindieron honores a los dos policías caídos. Las viudas e hijos de los mismos llegaron a la catedral acompañados por el Jefe Superior de Policía de Pamplona y fueron recibidos con grandes aplausos por el público que ya abarrotaba la catedral y sus aledaños. Esos mismos ciudadanos manifestarían con abucheos y gritos de fuera, fuera, el instante en que el secretario general del PSOE Rodríguez Zapatero y el coordinador de izquierda Unida Gaspar Llamazares llegaban a la catedral, censurando con sus gritos las políticas ambiguas contra el terrorismo de socialistas y comunistas. Con la llegada de los féretros y del presidente del Gobierno José María Aznar y tras interpretarse el Himno Nacional y un breve responso rezado por el arzobispo de Pamplona Monseñor Sebastián, la comitiva se introdujo en la catedral entrando por el pasillo central hasta el altar mayor donde quedarían situados delante de él. Las notas del Himno Nacional interpretadas por un órgano quedaron eclipsadas por los aplausos de todos los presentes. En los primeros bancos de la catedral se situaron las familias de los Policías asesinados y las primeras autoridades civiles, militares y policiales. La entereza de los familiares conmovió a todos los presentes, sobre todo en el instante de darse la paz cuando se abrazaron y se estrecharon las manos de forma prolongada. Ni ese momento perdieron su entereza.
En su homilía, el arzobispo Fernando Sebastián recordó a los gobernantes y dirigentes políticos, de cualquier grado y de cualquier lugar, dijo, que tienen que sentirse "moralmente obligados" a anteponer la protección de la libertad y de la seguridad de los ciudadanos a "cualquier otro objetivo partidista". Monseñor Sebastián lamentó la muerte de dos "servidores del Estado y de la seguridad ciudadana", víctimas de un atentado de ETA. Mostró su "sincera" solidaridad con las viudas, hijos, familiares, amigos y compañeros de los dos fallecidos. Pidió, asimismo, por los heridos y sus familias.
Según dijo, los procedimientos de orden policial y político necesitan el apoyo activo de la sociedad. "Una sociedad que para enfrentarse con acierto a la amenaza del terrorismo necesita la lucidez, serenidad y la fuerza interior de unas convicciones religiosas y morales que tiene derecho a esperar de la Iglesia católica, de sus instituciones y de sus personas", expuso.
Manifestó que es preciso crear un "tejido vivo" de acercamiento, comprensión y convivencia "allí donde los terroristas quieren abrir abismos de incomprensión y de odio". "Nada ni nadie podrá matar ni debilitar nuestra esperanza", aseguró, y
añadió que la sociedad entera tiene que levantar un "muro firme de rechazo moral" a la "perversión de la conciencia moral que justifica los crímenes en favor de unos proyectos políticos convertidos en verdaderos ídolos".
A los funerales asistió el presidente del Gobierno, José María Aznar, quien llegó acompañado por el ministro de Interior, Ángel Acebes, y por el presidente del Gobierno de Navarra, Miguel Sanz, que recibieron aplausos de los ciudadanos. Posteriormente, el presidente del Gobierno visitó a los heridos en el Hospital de Navarra, donde agradeció públicamente a los navarros su solidaridad y lanzó un mensaje de firmeza contra el terrorismo.
"Tendremos que pasar momentos difíciles, como hoy, momentos duros, pero serán derrotados y que nadie espere para ellos otra cosa que no sea la derrota y la justicia", afirmó el presidente.
A la salida del funeral en el atrio de la catedral de Pamplona formaron miembros de la Policía Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y Policía Municipal que rindieron honores a los féretros de los dos policías asesinados. La Unidad de Música del Regimiento de Infantería América nº66 interpretó la marcha “La Muerte no es el final” y el toque de oración. Miles de pamploneses prorrumpieron en una larga ovación en honor de los dos servidores del orden asesinados, entre gritos contra los terroristas, el PNV y vivas a España y a la Policía Nacional. El presidente del Gobierno se despidió con un beso de las familias de los dos policías. El cuerpo del Policía Nacional Bonifacio Martín fue trasladado al crematorio de Pamplona donde sería incinerado para ser posteriormente sepultadas sus cenizas en su pueblo de Sanchorreja en Ávila.
El cuerpo del Policía Nacional Julián Embid Luna, recibió cristiana sepultura en el cementerio municipal de Sabiñán en Zaragoza arropado por multitud de vecinos, amigos y familiares, con muestras evidentes de dolor por su malograda pérdida.
El féretro llegó poco después de las cuatro de la tarde a la iglesia de Sabiñán y fue recibido por la práctica totalidad de los habitantes del municipio. Tras rezarse un responso, más de 1.500 personas formaron la comitiva fúnebre hasta el cementerio, donde oficiaron Carmelo Borobia, obispo de Tarazona, y el párroco de la localidad.
Eduardo Ameijide, delegado del Gobierno en Aragón; el director general de la Policía, Agustín Diaz de Mera; y el Justicia de Aragón, Fernando García Vicente, asistieron al sepelio, así como la corporación municipal de Saviñán en pleno, encabezada por su alcaldesa, Dolores Campos, que ya había estado en el funeral oficial en Pamplona.
Los restos del policía asesinado por ETA fueron enterrados en su pueblo natal para cumplir los deseos que había manifestado en alguna ocasión a sus familiares. Desde que dejó el municipio tras finalizar el Servicio Militar para trasladarse a Navarra, Juli, como le conocían todos en Sabiñán desde niño, regresaba varias veces al año, especialmente en las fiestas.
Sanchorreja, el pueblo natal de Bonifacio Martín Hernández, donde había nacido hacía 56 años, despedía entre escenas de dolor y lágrimas a su paisano, asesinado por la banda terrorista ETA. Más de 1.000 personas le dieron el último adiós en el pueblecito de la Sierra de Ávila, situado a 20 kilómetros de la capital y en el que se encontraban censados 140 vecinos, que vivieron con consternación el atentado y sus consecuencias.
"¡Viva Boni!", fue uno de los gritos de despedida que, de manera espontánea, ofrecieron los vecinos tras la ceremonia religiosa y antes de que los asistentes ovacionasen su memoria y de que sonara el Himno Nacional y la marcha la Muerte no es el Final, interpretados por la Unidad de Música del Cuerpo Nacional de Policía.
La urna con las cenizas del agente asesinado permaneció en la iglesia junto a la gorra de uniforme, escoltada por la enseña nacional y la bandera de la policía, tras lo que fue trasladada al cementerio por la esposa del funcionario asesinado.
La ceremonia celebrada en la pequeña iglesia de San Martín, que no pudo acoger a todas las personas que acudieron, se celebró a las 12.30 horas del día 1 de junio, cuando llegaron hasta Sanchorreja las cenizas del agente, portadas por su esposa, Carmen, y sus hijas, Leticia y Ana, además de otros familiares y amigos. Al funeral también acudieron el director general de la Policía, Agustín Díaz de Mera; el delegado del Gobierno en Castilla y León, Isaías García Monge, y el jefe superior de Policía en la comunidad autónoma, Segundo Martínez, además de otros representantes institucionales, alcaldes de la zona, y numerosos compañeros.
Oficiaron la misa el vicario general de la diócesis, Fernando Gutiérrez, y el párroco de la localidad, Remigio Regidor. El primero subrayó que Bonifacio Martín ha sido "una nueva víctima del odio y la violencia que llena de dolor a la sociedad española" y reclamó a familiares y amigos "superar el dolor y el odio", a la vez que apeló a la fe "para construir un mundo en paz".
Una semana después del asesinato de los policías, el Parlamento vasco bloqueó la disolución del grupo de Batasuna, ilegalizado meses atrás, gracias a la oposición del PNV y Eusko Alkartasuna. La oposición de los nacionalistas a cumplir el mandato del Tribunal Supremo de disolver el grupo ilegal Batasuna coincidió en el tiempo con la decisión de la Unión Europea de incluir al partido proetarra en la lista pública de organizaciones terroristas. Juan María Atucha, presidente del Parlamento vasco en aquellos momentos, sería condenado en 2008 por un delito de desobediencia a la autoridad judicial.
Bonifacio Martín Hernando, de 58 años, era natural de Sanchorreja (Ávila), donde pasaba largas temporadas y donde sus paisanos le recordaban como una persona "buenísima, bromista y muy querido". Los vecinos del pueblo, destacaron del agente, que era "un hombre muy bueno y querido", y que "quería mucho a su pueblo", al que acudía en cuanto disponía de unos días libres. Estaba casado con Carmen y tenía dos hijas, Leticia y Ana, de 25 y 24 años. Ingresó en el Cuerpo Nacional de Policía en 1971 y, desde 1974, estaba destinado en Pamplona donde residía. En el momento de su asesinato estaba destinado en la Brigada de Extranjería y Documentación.
En diciembre de 2003 el Ayuntamiento de Sanchorreja nombró a Bonifacio hijo predilecto de la localidad. Al acto acudieron su viuda y sus dos hijas que, posteriormente, descubrieron la placa con el nombre del agente asesinado y que da nombre a la calle en la que vivía.
Julián Embid Luna, de 53 años, era de Sabiñán (Zaragoza). Estaba casado y tenía dos hijos. Destinado en Pamplona desde 1983, había ingresado en el Cuerpo Nacional de Policía en 1974. Residía en la localidad de Cizur Mayor (Pamplona) y en el momento de su asesinato, igual que Bonifacio, trabajaba en la Brigada de Extranjería y Documentación.
La localidad natal de Julián, Sabiñán, le dedicó un homenaje en el aniversario de su asesinato y se instaló una placa de recuerdo en la que se podía leer "A la memoria de Julián Embid Luna, el “Juli". Además, el agente fue nombrado hijo predilecto y el municipio le dedicó un parque infantil.
Fuerte malestar en instituciones y en la propia Policía Nacional levantó la celebración de un homenaje a los policías asesinados en Sangüesa por ETA en 2003. El acto se celebró el 30 de mayo, fecha del aniversario, pero sin ninguna publicidad, de forma que fue tan "privado" que ni los propios compañeros del cuerpo policial pudieron honrar y recordar a sus compañeros Bonifacio Martín Hernández y Julián Embid Luna. El hecho de no dar una mínima difusión a dicho acto entre la plantilla no permitió que el merecido homenaje a esos compañeros hubiese podido contar con la presencia de todos aquellos que deseaban mostrar su recuerdo y condena a la barbarie de ETA y, a la vez, restó repercusión a un acto de manifestación legítima de unos valores que “compartimos y representamos todos por igual", decía un comunicado salido de las filas policiales y al que tuvieron acceso los medios de comunicación social. En el acto intervinieron el alcalde de Sangüesa, Ángel Navallas, y la viuda de Julián Embid, Ana Isabel Ortigosa, a quien acompañaba Mari Carmen Pérez, viuda de Bonifacio Martín. Tras las intervenciones, se guardó un minuto de silencio y se realizó una ofrenda floral junto a la placa homenaje. La ofrenda la realizaron las viudas de los policías nacionales asesinados.
De acuerdo con el Real Decreto 1404/2000, con fecha 19 de julio de 2000, se les concedió a Bonifacio Martín Hernando y a Julián Embid Luna la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Además, en resolución fechada el 18 de marzo de 2005 (Real Decreto 308/2005), el Ministerio del Interior le concedía también el ascenso de empleo, con carácter honorífico y a título póstumo.
A día de hoy sigue sin saberse quién acabó con la vida de Bonifacio y Julián.
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