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HOY 30 DE MAYO:ASESINADOS POR EL TERRORISMO MARXISTA. ¡ESPAÑOL RECUERDA Y NO OLVIDES!

30 DE MAYO DE 1985. PAMPLONA. POLICÍA NACIONAL FRANCISCO MIGUEL SÁNCHEZ. ALFREDO AGUIRRE BELASCOAIN.

Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez y Alfredo Aguirre Belascoain.


En torno a las diez menos veinte de la tarde-noche del 30 de mayo, el Policía Nacional FRANCISCO MIGUEL SÁNCHEZ y un niño, ALFREDO AGUIRRE BELASCOAIN resultaban muertos en Pamplona al hacer explosión una bomba trampa accionada a distancia y que había sido colocada por un comando de la organización  terrorista  ETA, junto a un portal de la calle Bajada de Javier. 

Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez.

Según manifestaron fuentes de la policía, el atentado se produjo al hacer acto de presencia en el lugar dos coches patrulla del 091, tras haberse recibido en comisaría una urgente llamada telefónica en la que se anunciaba que en la Bajada de Javier se hallaba un joven drogadicto amenazando a los transeúntes con un arma blanca.

Alfredo Aguirre Belascoain. 


En el momento en que el primer vehículo de la dotación policial llegó a la altura del portal número 16 de la citada calle se produjo la explosión del artefacto, compuesto por tres kilogramos de cloratita, colocado en el interior de una bolsa de basura junto a una farmacia. El paquete explosivo alcanzó de lleno al niño Alfredo Aguirre, de 13 años, hijo de un empleado de banca y de una taquillera de un cine, que en esos instantes se introducía en el portal de su casa tras haber dado un paseo en bicicleta.


La onda expansiva alcanzó igualmente a los cuatro ocupantes del vehículo de la Policía Nacional, matrícula PMM 3541-A, resultando, uno de los ocupantes, Francisco Miguel Sánchez, natural de Villaverde del Río (Sevilla), herido de extrema gravedad. Minutos después moriría en el hospital de Navarra, centro a donde había sido trasladado. Los otros tres policías heridos eran Manuel Tello Barranco, Alfonso Quintá Expósito y Manuel Barrigas Villar, los dos primeros con heridas de carácter leve en tanto que el último fue ingresado a última hora de la noche en el hospital de Navarra y dado de alta posteriormente. 


La bolsa con la bomba la había dejado minutos antes la asesina etarra Mercedes Galdós Arsuaga, simulando ser una mujer embarazada. En el momento de la explosión, Alfredo, que acababa de guardar su bicicleta, estaba llamando al telefonillo del domicilio de una vecina, donde se encontraba su madre. 

 

La bomba originó la rotura de los cristales de las viviendas próximas, así como de los vehículos aparcados en las inmediaciones. Al ser una calle muy estrecha, la onda expansiva provocó importantes daños en algunos de los pisos de la zona . A la hora en que se produjo ese atentado la zona se encontraba muy concurrida, ya que a escasos metros se hallaba instalada la Feria del Libro. 

 

El ministro del Interior, José Barrionuevo, acompañado de Rafael del Río, director General de la Policía, y de Félix Alcalá Galiano, General Inspector de la Policía Nacional, asistieron al funeral por el Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez. Barrionuevo fue recibido con fuertes insultos por parte de numerosas personas que se encontraban en las inmediaciones de la parroquia de Santa Teresa de Orvina, localidad donde vivía el policía fallecido. El ministro del Interior tuvo que ser fuertemente protegido, incluso en el interior del recinto religioso, en previsión de posibles intentos de agresión.


El féretro del infortunado policía llegó a la Iglesia procedente de la capilla ardiente instalada en el Gobierno Civil de la capital pamplonesa. A los sones de una marcha fúnebre y cubierto con la Bandera Nacional, el ataúd que contenía los restos de Francisco fue recibido por la XVI compañía de Reserva de la Policía Nacional, la Unidad de Música del Regimiento de Infantería América nº66 y por tres secciones de la Guardia Civil de la Comandancia de Pamplona 

 

El sacerdote que ofició la misa, Conrado Cruchaga, párroco de Santa Teresa, señaló durante la homilía que “ahora, más que nunca, es preciso hacer continuas llamadas a la esperanza al encontrarnos en una espiral de violencia a la que humanamente no se ve salida”. En medio de patéticas escenas de dolor por parte de los familiares de Francisco Miguel Sánchez, el sacerdote concluyó afirmando que no hay que odiar al enemigo y recomendó a los asistentes el devolver el bien por el mal. 

 

A la salida de la iglesia se repitieron las escenas de indignación hacia el ministro del Interior, quien en todo momento se negó a realizar manifestaciones en torno al atentado. Las personas que se habían dado cita en los aledaños de la Iglesia y que superaban el millar, prorrumpieron en una cerrada ovación y en gritos y vivas a España y a la Policía Nacional. Seguidamente, el cadáver del Policía Nacional Miguel Sánchez fue trasladado en avión a primeras horas de la tarde hasta Sevilla, para, desde allí, ser conducido en automóvil a su localidad de origen. Villaverde del Río. 

 

El Gobierno de Navarra emitió un comunicado de condena en el que manifestaba que “el pueblo debe ser consciente que sólo mediante el aislamiento político económico y social, no sólo de quienes asesinan, sino también de quienes los justifican, podremos llegar a ser verdaderamente libres. De lo contrario, seguiremos viviendo políticamente mediatizados, económicamente pobres y socialmente enfermos”. 

 

El arzobispo de Pamplona, José María Cirarda, que visitó la capilla ardiente del Policía Nacional, rogó para que “todos formemos un haz unánime que erradique de nuestra sociedad esta horrenda plaga del terrorismo. Todos —señaló Cirarda— debemos actuar, cada uno en su puesto, con energía y con esa serena moderación que da temple y eficacia a la fortaleza”. 

 

A las seis de la tarde aterrizaba en el aeropuerto sevillano de San Pablo el Aviocar del Ejército del Aire que llevaba consigo los restos mortales del Policía Nacional Francisco Miguel. Acompañando el cadáver venían un hermano y la viuda del policía asesinado, Manuela Muñoz, que protagonizaron patéticas escenas de dolor tanto en el aeropuerto como en el cuartel de la Policía Nacional y en el cementerio de San Fernando de la capital hispalense. Tres compañeros policías destinados en Pamplona sujetaban a la viuda par que no se desvaneciese. 

 

El funeral tuvo lugar en el acuartelamiento de los Remedios de la Policía Nacional y fue presidido por el Capitán General de la Región Militar, Gobernadores civil y militar, así como otras autoridades. En medio de un impresionante silencio tan solo roto por los continuos lamentos de la viuda que sin cesar repetía: “Te han matado Paco” “te han matado, Paco”, se ofició la Santa Misa. Posteriormente los restos de Francisco Miguel Sánchez recibieron cristiana sepultura en el cementerio sevillano de San Fernando 

 

Francisco Miguel Sánchez, de 32 años, casado y con dos hijos de corta edad, era natural de Villaverde del Río (Sevilla) pero con cuatro meses se había trasladado con su familia a Sevilla, donde seguían viviendo sus padres y sus ocho hermanos. Llevaba seis años destinado en Pamplona. El día 15 de junio comenzaba sus vacaciones a la espera de lograr un nuevo destino en su querida Sevilla. 

 

Más de 3.000 alumnos de diferentes centros escolares de Pamplona se concentraron a las doce del mediodía del en la plaza del Castillo, en Pamplona, para protestar por el atentado que el jueves día 30 de mayo por la noche produjo la muerte de Alfredo Aguirre, de 14 años, y del Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez. ETA Militar asumía la autoría del atentado, en un comunicado enviado a varios medios informativos. La organización terrorista expresaba su "profundo dolor" y "tristeza" por la "muerte accidental" del niño. 

 

El delegado del Gobierno en Navarra, Luis Roldán, manifestó al finalizar la concentración ciudadana que los terroristas fueron conscientes de que junto a la bomba estaba situado un niño y, sin embargo, la hicieron estallar. "Ahora", señaló, "los terroristas no podrán alegar que hubo un error, pues fueron conscientes de la presencia del niño y no dudaron en hacer estallar el artefacto"."La propia familia del niño", agregó Luis Roldán, "ha contado que éste llamó por el interfono diciendo que había una mujer poniendo en esos momentos un paquete que parecía una bomba. Hay que pensar, pues, que el niño vio a la mujer y que, por supuesto, ella vio al niño". Esto hace todavía más trágica su muerte". 

 

A la concentración se sumaron también numerosos empleados de entidades bancarias, dado que el padre de Alfredo Aguirre trabajaba en una de ellas. 

 

Uno de los profesores del colegio donde estudiaba Alfredo Aguirre dijo ante los asistentes que no hay que olvidar que además de Alfredo había muerto también un Policía Nacional. Posteriormente se rezó un padrenuestro, y dos compañeros de Alfredo leyeron sendas oraciones. Tras concluir la concentración, algunas de estas personas acudieron al lugar en que se produjo el atentado, donde se había colocado un ramo de flores con una bandera española. Algunos compañeros de Alfredo Aguirre depositaron flores y regalos. 

 

Alfredo Aguirre Belascoáin tenía 13 años y era hijo de un empleado de banca, Luis Aguirre, y de María del Carmen Belascoáin Tabar. Nacido en Pamplona, Alfredo era el segundo de dos hermanos, un niño rubio y de complexión deportista. Estudiaba séptimo de EGB en los Jesuitas de Pamplona y, aunque no era buen estudiante, sí destacaba en los deportes. Entre otros, practicaba el piragüismo en el Club Natación Pamplona, donde le auguraron un gran futuro. A Alfredo le apodaban Godo, y era un chaval muy querido por todos sus compañeros. En la pizarra del colegio sus compañeros escribieron "Godo, no te olvidaremos nunca". En el funeral su féretro fue portado por los piragüistas del Club Natación Pamplona. Antes de enterrarlo, sus amigos colocaron sobre el ataúd el remo con el que habitualmente entrenaba. 

 

En 1987 la Audiencia Nacional condenó a Mercedes Galdós Arsuaga, Juan José Legorburu Guerediaga y José Ramón Artola Santiesteban a sendas penas de 85 años por dos delitos de asesinato, uno de ellos con alevosía y premeditación, y por tres delitos de asesinato en grado de frustración. 

 

La sanguinaria etarra Mercedes Galdós, salía en septiembre de 2005 de la prisión de Topas (Salamanca) tras haber cumplido 19 de los 700 años con los que había sido condenada por su participación en 21 actos terroristas, logrando redimir 11 de los 30 años de cumplimiento máximo de su condena, gracias a la realización en las diferentes prisiones donde estuvo ingresada, de actividades como estudios de Psicología, aeróbic, mecanografía, actividades deportivas (fútbol-sala) y labores de auxiliar de limpieza. Sin dudas una burla macabra. 

 

José Ramón Artola Santiesteban, condenado a 327 años de prisión fue excarcelado en agosto de 2002. 

 

Juan José Legorburu, miembro del antiguo Comando Nafarroa que atentó también contra el Policía Nacional Francisco Miguel en Pamplona y que cumplía pena en la cárcel castellonense de Albocàsser, se convertía en noviembre de 2013 en otro de los presos etarras beneficiados por la anulación de la doctrina Parot al abandonar el centro penitenciario. 

 

En 2010, con motivo del 25 aniversario del asesinato, y durante los actos de homenaje que organizó el colectivo Libertad Ya en Pamplona, en recuerdo del Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez, Verónica, hija de Francisco, afirmo que "todo se supera con esfuerzo" y que "siempre quedan los recuerdos", pero destacó que "no olvidamos". Además, aludió a los asesinos y señaló que "nunca serán personas, sólo animales con ganas de destruir". Asimismo, abogó por "la desaparición de la violencia" y señaló que "quienes les aplauden y no condenan los actos de los terroristas son igual que ellos". 

 

Con el mismo motivo del 25 aniversario en el mes de mayo de aquel 2010, la madre de Alfredo Aguirre contó por primera vez en El Diario de Navarra como vivió aquellos primeros momentos del asesinato de su hijo: “Mi marido y yo estábamos dando una vuelta por el Club Natación del que éramos socios. Mi hijo Alfredo estuvo un rato allí y luego subió a casa y cogió la bici. Cuando llegamos a nuestra calle, estaba paseando en bicicleta. Nosotros vivimos en el 13 de la calle y es en el número 16 donde pasó todo. Allí vivía una amiga mía con su madre, que era una mujer mayor, de unos 80 años. Mi marido y yo subimos un momento porque me había pedido que le pusiera unas flores en un jarrón. Yo tenía mucha maña. Estaba colocándolas y Alfredico se había ido a dejar la bici en la bajera. La guardábamos ahí. Entonces oí dos timbrazos de abajo. Siempre, cuando era alguien de casa, llamábamos con dos timbrazos, para saber que era de la familia. Nada más oírlos, acto seguido, fue el boom. Tremendo, una explosión muy fuerte (...). Bajé como una loca al portal y estaba todo destrozado. En la puerta había un cuerpo tendido. Yo creí que era mi hijo y lo cogí en brazos. Pero no era Alfredo. Era el policía Nacional Francisco Miguel. Entonces levanté la vista y vi, allí, en medio de la calle... a mi hijo. Estaba tirado. Con una bota de deporte que había estrenado aquel día; se le había caído, estaba allí, a su lado. Estaba sangrando. Corriendo, lo cogí y le dije: ‘Hijo mío, qué te han hecho. ¿Qué te han hecho?’ Pobrecico. Yo creo que aún estaba vivo porque todavía movía la boca. Todavía movía la boca... Pero claro, se desangró. Era todo un reguero de sangre (...). Después de eso ya tengo todo más borroso en la mente. Recuerdo que quería ir con él en la ambulancia, pero no me dejaron. Ya no volví a ver a mi hijo”. 

 

En la entrevista en El Diario de Navarra, la madre de Alfredo contó que "lo que más duro me ha resultado es haber vivido la salida de la cárcel de la asesina de mi hijo, Mercedes Galdós. Toda jocosa y feliz, con la gente esperándola para recibirla como si fuera una heroína. Eso lo he sentido como imperdonable. Ahora no sé si se cumplen más años, pero entonces... Le echaron muchísimos y ¿cuántos pasó? Ni lo sé. Cada vez que pienso en eso lo quiero olvidar. Dicen que le redujeron la condena por buena conducta. Y yo escucho eso y me río, buena conducta, qué querían si no, ¿que se liara a tiros allí dentro, en la cárcel?". 

 

De acuerdo con el Real Decreto 1404/2000, con fecha 19 de julio de 2000, se concedió al Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez y al niño Alfredo Aguirre Belascoáin la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Además, en resolución fechada el 18 de marzo de 2005 (Real Decreto 308/2005), el Ministerio del Interior le concedió al Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez el ascenso de empleo, con carácter honorífico y a título póstumo. 

 

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