30 DE MAYO DE 1985. MARQUINA (VIZCAYA). JOSÉ MARTÍNEZ PARENS, JEFE DE PERSONAL DE LA FÁBRICA DE ARMAS ESPERANZA Y CÍA.
José Martínez Parens.
A las seis y media de la tarde del 30 de mayo de 1985 la banda terrorista ETA asesina en Marquina (Vizcaya) de un tiro en la nuca a JOSÉ MARTÍNEZ PARENS, jefe de personal de la fábrica de armas Esperanza y Cía.
Esa tarde, y una vez que finalizó su jornada laboral, José tomó unos chiquitos con sus amigos en el Bar Dantzari de Marquina. De ahí se dirigió al Bar Enda, junto a su domicilio. Cuando se disponía a entrar en el local, dos terroristas abordaron a la víctima en plena calle y uno de ellos efectuó un solo disparo de pistola, con un proyectil 9 milímetros parabellum, marca FN, fabricado en 1978. El proyectil, que penetró por la nuca, atravesó la cabeza de José saliendo por uno de sus ojos. Su mujer y una de sus hijas se encontraban en un parque cercano, por lo que fueron de las primeras personas en llegar hasta el cuerpo caído de la víctima. Pese a la gravedad de la herida, José permanecía aún con vida cuando, diez minutos después de producirse el atentado, era introducido en una ambulancia que le trasladó al Hospital de Galdácano, en el que ingresó ya cadáver. Su mujer, que le acompañaba en el trayecto, se desmayó y tuvo que ser atendida al llegar al servicio de urgencias.
Amigos de la víctima aseguraron que José no tenía afinidades políticas destacadas, y que se trataba de una persona muy abierta, que alternaba todas las tardes con la gente del pueblo.
El 31 de mayo, los vecinos de la localidad vizcaína de Marquina, de 5.000 habitantes, efectuaron un paro prácticamente total en señal de protesta por el asesinato de José. Las tiendas, bares y locales comerciales del pueblo cerraron sus puertas desde primeras horas de la mañana y las calles de la localidad vizcaína aparecieron sembradas de octavillas con frases contrarias a ETA. En unas papeletas blancas se podía leer un texto impreso en grandes letras negras, con una esquela: "Fuera ETA, ETA kampora". En otras, sobre fondo verde, figuraba el siguiente texto: "En esta tierra, los únicos que sobran son los terroristas; que se vayan".
En 1986 la Audiencia Nacional condenó a 27 años de prisión al etarra José Félix Zabarte como responsable del disparo en la nuca que acabó con la vida de Martínez Parens.
José Martínez Parens era natural de Hellín (Albacete) y llevaba trece años viviendo en Marquina, adonde llegó procedente de Benidorm (Alicante). Tenía 32 años y estaba casado con Coro Arrieta Arrillaga, natural de Marquina. El matrimonio tenía dos hijas de 9 y 2 años en el momento en que su padre fue asesinado.
30 DE MAYO DE 1985. PAMPLONA. POLICÍA NACIONAL FRANCISCO MIGUEL SÁNCHEZANCHEZ Y El NIÑO ALFREDO AGUIRRE BELASCOÁIN.
Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez.
En torno a las 21:40 horas del día 30 de mayo, el Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez, de 32 años y un niño, Alfredo Aguirre Belascoain resultaban muertos en Pamplona al hacer explosión una bomba trampa accionada a distancia y que había sido colocada junto a un portal de la calle Bajada de Javier.
Alfredo Aguirre Belascoain.
Según manifestaron fuentes de la policía, el atentado se produjo al hacer acto de presencia en el lugar dos coches patrulla del 091, tras haberse recibido en comisaría una urgente llamada telefónica en la que se anunciaba que en la Bajada de Javier se hallaba un joven drogadicto amenazando a los transeúntes con un arma blanca. En el momento en que el primer vehículo de la dotación policial llegó a la altura del portal número 16 de la citada calle se produjo la explosión del artefacto, compuesto por tres kilogramos de cloratita, colocado en el interior de una bolsa de basura junto a una farmacia. El paquete explosivo alcanzó de lleno al niño Alfredo Aguirre, de 13 años, hijo de un empleado de banca y de una taquillera de un cine, que en esos instantes se introducía en el portal de su casa tras haber dado un paseo en bicicleta.
La onda expansiva alcanzó igualmente a los cuatro ocupantes del vehículo de la Policía Nacional, matrícula PMM 3541-A, resultando, uno de los ocupantes, Francisco Miguel Sánchez, natural de Villaverde del Río (Sevilla), herido de extrema gravedad. Minutos después moriría en el hospital de Navarra, centro a donde había sido trasladado. Los otros tres policías heridos eran Manuel Tello Barranco, Alfonso Quintá Expósito y Manuel Barrigas Villar, los dos primeros con heridas de carácter leve en tanto que el último fue ingresado a última hora de la noche en el hospital de Navarra y dado de alta posteriormente.
La bolsa con la bomba la había dejado minutos antes la asesina etarra Mercedes Galdós Arsuaga, simulando ser una mujer embarazada. En el momento de la explosión, Alfredo, que acababa de guardar su bicicleta, estaba llamando al telefonillo del domicilio de una vecina, donde se encontraba su madre.
La bomba originó la rotura de los cristales de las viviendas próximas, así como de los vehículos aparcados en las inmediaciones. Al ser una calle muy estrecha, la onda expansiva provocó importantes daños en algunos de los pisos de la zona . A la hora en que se produjo ese atentado la zona se encontraba muy concurrida, ya que a escasos metros se hallaba instalada la Feria del Libro.
El ministro del Interior, José Barrionuevo, acompañado de Rafael del Río, director General de la Policía, y de Félix Alcalá Galiano, General Inspector de la Policía Nacional, asistieron al funeral por el Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez. Barrionuevo fue recibido con fuertes insultos por parte de numerosas personas que se encontraban en las inmediaciones de la parroquia de Santa Teresa de Orvina, localidad donde vivía el policía fallecido. El ministro del Interior tuvo que ser fuertemente protegido, incluso en el interior del recinto religioso, en previsión de posibles intentos de agresión.
El féretro del infortunado policía llegó a la Iglesia procedente de la capilla ardiente instalada en el Gobierno Civil de la capital pamplonesa. A los sones de una marcha fúnebre y cubierto con la Bandera Nacional, el ataúd que contenía los restos de Francisco fue recibido por la XVI compañía de Reserva de la Policía Nacional, la Unidad de Música del Regimiento de Infantería América nº66 y por tres secciones de la Guardia Civil de la Comandancia de Pamplona
El sacerdote que ofició la misa, Conrado Cruchaga, párroco de Santa Teresa, señaló durante la homilía que “ahora, más que nunca, es preciso hacer continuas llamadas a la esperanza al encontrarnos en una espiral de violencia a la que humanamente no se ve salida”. En medio de patéticas escenas de dolor por parte de los familiares de Francisco Miguel Sánchez, el sacerdote concluyó afirmando que no hay que odiar al enemigo y recomendó a los asistentes el devolver el bien por el mal.
A la salida de la iglesia se repitieron las escenas de indignación hacia el ministro del Interior, quien en todo momento se negó a realizar manifestaciones en torno al atentado. Las personas que se habían dado cita en los aledaños de la Iglesia y que superaban el millar, prorrumpieron en una cerrada ovación y en gritos y vivas a España y a la Policía Nacional. Seguidamente, el cadáver del Policía Nacional Miguel Sánchez fue trasladado en avión a primeras horas de la tarde hasta Sevilla, para, desde allí, ser conducido en automóvil a su localidad de origen. Villaverde del Río.
El Gobierno de Navarra emitió un comunicado de condena en el que manifestaba que “el pueblo debe ser consciente que sólo mediante el aislamiento político económico y social, no sólo de quienes asesinan, sino también de quienes los justifican, podremos llegar a ser verdaderamente libres. De lo contrario, seguiremos viviendo políticamente mediatizados, económicamente pobres y socialmente enfermos”.
El arzobispo de Pamplona, José María Cirarda, que visitó la capilla ardiente del Policía Nacional, rogó para que “todos formemos un haz unánime que erradique de nuestra sociedad esta horrenda plaga del terrorismo. Todos —señaló Cirarda— debemos actuar, cada uno en su puesto, con energía y con esa serena moderación que da temple y eficacia a la fortaleza”.
A las seis de la tarde aterrizaba en el aeropuerto sevillano de San Pablo el Aviocar del Ejército del Aire que llevaba consigo los restos mortales del Policía Nacional Francisco Miguel. Acompañando el cadáver venían un hermano y la viuda del policía asesinado, Manuela Muñoz, que protagonizaron patéticas escenas de dolor tanto en el aeropuerto como en el cuartel de la Policía Nacional y en el cementerio de San Fernando de la capital hispalense. Tres compañeros policías destinados en Pamplona sujetaban a la viuda par que no se desvaneciese.
El funeral tuvo lugar en el acuartelamiento de los Remedios de la Policía Nacional y fue presidido por el Capitán General de la Región Militar, Gobernadores civil y militar, así como otras autoridades. En medio de un impresionante silencio tan solo roto por los continuos lamentos de la viuda que sin cesar repetía: “Te han matado Paco” “te han matado, Paco”, se ofició la Santa Misa. Posteriormente los restos de Francisco Miguel Sánchez recibieron cristiana sepultura en el cementerio sevillano de San Fernando
Francisco Miguel Sánchez, de 32 años, casado y con dos hijos de corta edad, era natural de Villaverde del Río (Sevilla) pero con cuatro meses se había trasladado con su familia a Sevilla, donde seguían viviendo sus padres y sus ocho hermanos. Llevaba seis años destinado en Pamplona. El día 15 de junio comenzaba sus vacaciones a la espera de lograr un nuevo destino en su querida Sevilla.
Más de 3.000 alumnos de diferentes centros escolares de Pamplona se concentraron a las doce del mediodía del en la plaza del Castillo, en Pamplona, para protestar por el atentado que el jueves día 30 de mayo por la noche produjo la muerte de Alfredo Aguirre, de 14 años, y del Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez. ETA Militar asumía la autoría del atentado, en un comunicado enviado a varios medios informativos. La organización terrorista expresaba su "profundo dolor" y "tristeza" por la "muerte accidental" del niño.
El delegado del Gobierno en Navarra, Luis Roldán, manifestó al finalizar la concentración ciudadana que los terroristas fueron conscientes de que junto a la bomba estaba situado un niño y, sin embargo, la hicieron estallar. "Ahora", señaló, "los terroristas no podrán alegar que hubo un error, pues fueron conscientes de la presencia del niño y no dudaron en hacer estallar el artefacto" ."La propia familia del niño", agregó Luis Roldán, "ha contado que éste llamó por el interfono diciendo que había una mujer poniendo en esos momentos un paquete que parecía una bomba. Hay que pensar, pues, que el niño vio a la mujer y que, por supuesto, ella vio al niño". Esto hace todavía más trágica su muerte".
A la concentración se sumaron también numerosos empleados de entidades bancarias, dado que el padre de Alfredo Aguirre trabajaba en una de ellas.
Uno de los profesores del colegio donde estudiaba Alfredo Aguirre dijo ante los asistentes que no hay que olvidar que además de Alfredo había muerto también un Policía Nacional. Posteriormente se rezó un padrenuestro, y dos compañeros de Alfredo leyeron sendas oraciones. Tras concluir la concentración, algunas de estas personas acudieron al lugar en que se produjo el atentado, donde se había colocado un ramo de flores con una bandera española. Algunos compañeros de Alfredo Aguirre depositaron flores y regalos.
Alfredo Aguirre Belascoáin tenía 13 años y era hijo de un empleado de banca, Luis Aguirre, y de María del Carmen Belascoáin Tabar. Nacido en Pamplona, Alfredo era el segundo de dos hermanos, un niño rubio y de complexión deportista. Estudiaba séptimo de EGB en los Jesuitas de Pamplona y, aunque no era buen estudiante, sí destacaba en los deportes. Entre otros, practicaba el piragüismo en el Club Natación Pamplona, donde le auguraron un gran futuro. A Alfredo le apodaban Godo, y era un chaval muy querido por todos sus compañeros. En la pizarra del colegio sus compañeros escribieron "Godo, no te olvidaremos nunca". En el funeral su féretro fue portado por los piragüistas del Club Natación Pamplona. Antes de enterrarlo, sus amigos colocaron sobre el ataúd el remo con el que habitualmente entrenaba.
En 1987 la Audiencia Nacional condenó a Mercedes Galdós Arsuaga, Juan José Legorburu Guerediaga y José Ramón Artola Santiesteban a sendas penas de 85 años por dos delitos de asesinato, uno de ellos con alevosía y premeditación, y por tres delitos de asesinato en grado de frustración.
La sanguinaria etarra Mercedes Galdós, salía en septiembre de 2005 de la prisión de Topas (Salamanca) tras haber cumplido 19 de los 700 años con los que había sido condenada por su participación en 21 actos terroristas, logrando redimir 11 de los 30 años de cumplimiento máximo de su condena, gracias a la realización en las diferentes prisiones donde estuvo ingresada, de actividades como estudios de Psicología, aeróbic, mecanografía, actividades deportivas (fútbol-sala) y labores de auxiliar de limpieza. Sin dudas una burla macabra.
José Ramón Artola Santiesteban, condenado a 327 años de prisión fue excarcelado en agosto de 2002.
Juan José Legorburu, miembro del antiguo Comando Nafarroa que atentó también contra el Policía Nacional Francisco Miguel en Pamplona y que cumplía pena en la cárcel castellonense de Albocàsser, se convertía en noviembre de 2013 en otro de los presos etarras beneficiados por la anulación de la doctrina Parot al abandonar el centro penitenciario.
En 2010, con motivo del 25 aniversario del asesinato, y durante los actos de homenaje que organizó el colectivo Libertad Ya en Pamplona, en recuerdo del Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez, Verónica, hija de Francisco, afirmo que "todo se supera con esfuerzo" y que "siempre quedan los recuerdos", pero destacó que "no olvidamos". Además, aludió a los asesinos y señaló que "nunca serán personas, sólo animales con ganas de destruir". Asimismo, abogó por "la desaparición de la violencia" y señaló que "quienes les aplauden y no condenan los actos de los terroristas son igual que ellos".
Con el mismo motivo del 25 aniversario en el mes de mayo de aquel 2010, la madre de Alfredo Aguirre contó por primera vez en El Diario de Navarra como vivió aquellos primeros momentos del asesinato de su hijo: “Mi marido y yo estábamos dando una vuelta por el Club Natación del que éramos socios. Mi hijo Alfredo estuvo un rato allí y luego subió a casa y cogió la bici. Cuando llegamos a nuestra calle, estaba paseando en bicicleta. Nosotros vivimos en el 13 de la calle y es en el número 16 donde pasó todo. Allí vivía una amiga mía con su madre, que era una mujer mayor, de unos 80 años. Mi marido y yo subimos un momento porque me había pedido que le pusiera unas flores en un jarrón. Yo tenía mucha maña. Estaba colocándolas y Alfredico se había ido a dejar la bici en la bajera. La guardábamos ahí. Entonces oí dos timbrazos de abajo. Siempre, cuando era alguien de casa, llamábamos con dos timbrazos, para saber que era de la familia. Nada más oírlos, acto seguido, fue el boom. Tremendo, una explosión muy fuerte (...). Bajé como una loca al portal y estaba todo destrozado. En la puerta había un cuerpo tendido. Yo creí que era mi hijo y lo cogí en brazos. Pero no era Alfredo. Era el policía Nacional Francisco Miguel. Entonces levanté la vista y vi, allí, en medio de la calle... a mi hijo. Estaba tirado. Con una bota de deporte que había estrenado aquel día; se le había caído, estaba allí, a su lado. Estaba sangrando. Corriendo, lo cogí y le dije: ‘Hijo mío, qué te han hecho. ¿Qué te han hecho?’ Pobrecico. Yo creo que aún estaba vivo porque todavía movía la boca. Todavía movía la boca... Pero claro, se desangró. Era todo un reguero de sangre (...). Después de eso ya tengo todo más borroso en la mente. Recuerdo que quería ir con él en la ambulancia, pero no me dejaron. Ya no volví a ver a mi hijo”.
En la entrevista en El Diario de Navarra, la madre de Alfredo contó que "lo que más duro me ha resultado es haber vivido la salida de la cárcel de la asesina de mi hijo, Mercedes Galdós. Toda jocosa y feliz, con la gente esperándola para recibirla como si fuera una heroína. Eso lo he sentido como imperdonable. Ahora no sé si se cumplen más años, pero entonces... Le echaron muchísimos y ¿cuántos pasó? Ni lo sé. Cada vez que pienso en eso lo quiero olvidar. Dicen que le redujeron la condena por buena conducta. Y yo escucho eso y me río, buena conducta, qué querían si no, ¿que se liara a tiros allí dentro, en la cárcel?".
De acuerdo con el Real Decreto 1404/2000, con fecha 19 de julio de 2000, se concedió al Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez y al niño Alfredo Aguirre Belascoáin la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Además, en resolución fechada el 18 de marzo de 2005 (Real Decreto 308/2005), el Ministerio del Interior le concedió al Policía Nacional Francisco Miguel Sánchez el ascenso de empleo, con carácter honorífico y a título póstumo.
30 DE MAYO DE 2003. SANGÜESA (NAVARRA). POLICÍAS NACIONALES BONIFACIO MARTÍN HERNANDO Y JULIÁN EMBID LUNA.
El viernes 30 de mayo, la banda terrorista ETA asesinaba en Sangüesa (Navarra) a los Policías Nacionales Bonifacio Martín Hernando y Julián Embid Luna.
Policía Nacional Bonifacio Martín Hernando.
El atentado se produjo en torno a las doce y media de la tarde en la céntrica plaza de Santo Domingo en Sangüesa. Hasta ahí habían acudido, a primera hora de la mañana, tres Policías Nacionales para facilitar a los vecinos de la localidad la renovación del DNI. Sangüesa tenía apenas cinco mil habitantes y se encontraba a unos 50 kilómetros de Pamplona, en la frontera con Aragón. Era un servicio que los agentes prestaban periódicamente, cada varias semanas, en la Casa de Cultura del municipio. De esa forma evitaban a los vecinos la molestia de tener que desplazarse hasta Pamplona a hacer las gestiones. Para que los vecinos pudieran pedir cita, la visita era anunciada públicamente con días de antelación en el Ayuntamiento.
Policía Nacional Julián Embid Luna.
Tras aparcar su coche en la plaza de Santo Domingo, un punto céntrico que hacía las veces de aparcamiento, los tres agentes trabajaron durante toda la mañana en la Casa de Cultura, situada a escasos metros del vehículo. Ahí estuvieron atendiendo al público hasta pasado el mediodía. Al terminar su trabajo, volvieron a la plaza y entraron en el vehículo para regresar a Pamplona. Al accionar el contacto, estalló una potente bomba-lapa que los terroristas habían adosado en los bajos. El artefacto consistía en una fiambrera con unos tres kilos de dinamita de tipo Titadyn.
Los terroristas, presumiblemente avisados de la visita de los policías, habían colocado el artefacto a lo largo de la mañana en los bajos del vehículo. La potente deflagración destrozó completamente el vehículo, que incluso se elevó unos metros por encima del suelo para terminar cayendo envuelto en llamas y despidiendo una intensa columna de humo. Bonifacio y Julián, que ya se habían sentado en los asientos delanteros del coche, fallecieron en el acto, despedazados por la explosión.
El tercer agente, Ramón Rodríguez Fernández, de 44 años y natural de Granada, pudo salvar su vida al no haberse montado aún en el vehículo cuando se produjo la explosión. No obstante, sufrió heridas muy graves en sus miembros inferiores, abdomen y tórax. Ramón recibió rápida asistencia por parte de José Luis Lorenzo, candidato socialista a la alcaldía de la localidad. Lorenzo lo alejó de los restos del vehículo ardiendo y esperó junto a él hasta que pudo llegar asistencia sanitaria. También resultó herido grave Carlos Gallo Vilches, de 37 años, empleado de Telefónica. Fue ingresado en la planta de cirugía cardiovascular del Hospital de Navarra con "sección en tronco tibioperoneo izquierdo", según el parte médico que facilitó el centro sanitario.
El atentado provocó heridas leves por cortes y contusiones a decenas de personas que se encontraban en las inmediaciones de la céntrica plaza donde se produjo la explosión, que causó también cuantiosos daños materiales. Los heridos leves fueron atendidos en el centro de salud de Sangüesa y posteriormente dados de alta.
Minutos después del atentado, la Guardia Civil estableció controles y fuertes dispositivos de vigilancia en los alrededores de Sangüesa, pero los autores del atentado ya habían huido, presumiblemente horas antes.
Hasta el lugar del atentado se desplazaron a lo largo del día numerosas autoridades, entre ellas el ministro del Interior, Ángel Acebes, que también visitó a los dos heridos más graves en el Hospital de Pamplona. Estuvieron presentes, además, los principales dirigentes políticos de Navarra, encabezados por su presidente, Miguel Sanz; el presidente del Parlamento foral, José Luis Castejón, y el secretario general del PSN, Juan José Lizarbe.
Unas flores en el suelo y unas velas recordaron de inmediato en la plaza de Santo Domingo el lugar donde había explotado el artefacto adosado a los bajos del vehículo de los tres agentes, un coche sin distintivos policiales que había sido aparcado sobre las 9, 15 de la mañana.
La capilla ardiente de los dos policía asesinados se instaló en el salón del trono de la Delegación del Gobierno de Navarra, donde fueron velados sus féretros durante toda la noche por doce miembros de la Policía, Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y Policía Municipal de Pamplona y por el que pasaron para testimoniar su pesar a las viudas e hijos de la víctimas miles de pamploneses anónimos, así como autoridades civiles, militares y policiales.
Miles de navarros acompañaron el día 31 de mayo a las familias de los Policías Nacionales asesinados el día anterior por ETA en Sangüesa, Julián Embid Luna y Bonifacio Martín Hernando, en los funerales oficiados en la catedral de Pamplona por el arzobispo, Fernando Sebastián.
Los ciudadanos abarrotaron la Seo y los alrededores para recibir los féretros con los restos mortales de los agentes, envueltos en banderas Nacionales, que llegaron, entre vivas a España y a la policía, portados por miembros de la Policía Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y Policía Municipal de Pamplona.
A las doce menos cuarto del mediodía las campanas de la catedral repicaron a muerto. En el atrio se hallaban formados Policía Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y Policía Municipal de Pamplona que rindieron honores a los dos policías caídos. Las viudas e hijos de los mismos llegaron a la catedral acompañados por el Jefe Superior de Policía de Pamplona y fueron recibidos con grandes aplausos por el público que ya abarrotaba la catedral y sus aledaños. Esos mismos ciudadanos manifestarían con abucheos y gritos de fuera, fuera, el instante en que el secretario general del Psoe Rodríguez Zapatero y el coordinador de izquierda Unida Gaspar Llamazares llegaban a la catedral, censurando con sus gritos las políticas ambiguas contra el terrorismo de socialistas y comunistas. Con la llegada de los féretros y del presidente del Gobierno José María Aznar y tras interpretarse el Himno Nacional y un breve responso rezado por el arzobispo de Pamplona Monseñor Sebastián, la comitiva se introdujo en la catedral entrando por el pasillo central hasta el altar mayor donde quedarían situados delante de él. Las notas del Himno Nacional interpretadas por un órgano quedaron eclipsadas por los aplausos de todos los presentes. En los primeros bancos de la catedral se situaron las familias de los Policías asesinados y las primeras autoridades civiles, militares y policiales. La entereza de los familiares conmovió a todos los presentes, sobre todo en el instante de darse la paz cuando se abrazaron y se estrecharon las manos de forma prolongada. Ni ese momento perdieron su entereza.
En su homilía, el arzobispo Fernando Sebastián recordó a los gobernantes y dirigentes políticos, de cualquier grado y de cualquier lugar, dijo, que tienen que sentirse "moralmente obligados" a anteponer la protección de la libertad y de la seguridad de los ciudadanos a "cualquier otro objetivo partidista".
Monseñor Sebastián lamentó la muerte de dos "servidores del Estado y de la seguridad ciudadana", víctimas de un atentado de ETA. Mostró su "sincera" solidaridad con las viudas, hijos, familiares, amigos y compañeros de los dos fallecidos. Pidió, asimismo, por los heridos y sus familias.
Según dijo, los procedimientos de orden policial y político necesitan el apoyo activo de la sociedad. "Una sociedad que para enfrentarse con acierto a la amenaza del terrorismo necesita la lucidez, serenidad y la fuerza interior de unas convicciones religiosas y morales que tiene derecho a esperar de la Iglesia católica, de sus instituciones y de sus personas", expuso.
Manifestó que es preciso crear un "tejido vivo" de acercamiento, comprensión y convivencia "allí donde los terroristas quieren abrir abismos de incomprensión y de odio". "Nada ni nadie podrá matar ni debilitar nuestra esperanza", aseguró, y añadió que la sociedad entera tiene que levantar un "muro firme de rechazo moral" a la "perversión de la conciencia moral que justifica los crímenes en favor de unos proyectos políticos convertidos en verdaderos ídolos".
A los funerales asistió el presidente del Gobierno, José María Aznar, quien llegó acompañado por el ministro de Interior, Ángel Acebes, y por el presidente del Gobierno de Navarra, Miguel Sanz, que recibieron aplausos de los ciudadanos. Posteriormente, el presidente del Gobierno visitó a los heridos en el Hospital de Navarra, donde agradeció públicamente a los navarros su solidaridad y lanzó un mensaje de firmeza contra el terrorismo.
"Tendremos que pasar momentos difíciles, como hoy, momentos duros, pero serán derrotados y que nadie espere para ellos otra cosa que no sea la derrota y la justicia", afirmó el presidente.
A la salida del funeral en el atrio de la catedral de Pamplona formaron miembros de la Policía Nacional, Guardia Civil, Policía Foral y Policía Municipal que rindieron honores a los féretros de los dos policías asesinados. La Unidad de Música del Regimiento de Infantería América nº66 interpretó la marcha “La Muerte no es el final” y el toque de oración. Miles de pamploneses prorrumpieron en una larga ovación en honor de los dos servidores del orden asesinados, entre gritos contra los terroristas, el PNV y vivas a España y a la Policía Nacional. El presidente del Gobierno se despidió con un beso de las familias de los dos policías. El cuerpo del Policía Nacional Bonifacio Martín fue trasladado al crematorio de Pamplona donde sería incinerado para ser posteriormente sepultadas sus cenizas en su pueblo de Sanchorreja en Ávila.
El cuerpo del Policía Nacional Julián Embid Luna, recibió cristiana sepultura en el cementerio municipal de Sabiñán en Zaragoza arropado por multitud de vecinos, amigos y familiares, con muestras evidentes de dolor por su malograda pérdida.
El féretro llegó poco después de las cuatro de la tarde a la iglesia de Sabiñán y fue recibido por la práctica totalidad de los habitantes del municipio. Tras rezarse un responso, más de 1.500 personas formaron la comitiva fúnebre hasta el cementerio, donde oficiaron Carmelo Borobia, obispo de Tarazona, y el párroco de la localidad.
Eduardo Ameijide, delegado del Gobierno en Aragón; el director general de la Policía, Agustín Diaz de Mera; y el Justicia de Aragón, Fernando García Vicente, asistieron al sepelio, así como la corporación municipal de Saviñán en pleno, encabezada por su alcaldesa, Dolores Campos, que ya había estado en el funeral oficial en Pamplona.
La alcaldesa precisó que había sido un acto "multitudinario y sentido" ya que toda la localidad se encontraba "afligida, acongojada y apesadumbrada", porque aunque Julián residía en Navarra, acudía habitualmente a Sabiñán.
Los restos del policía asesinado por ETA fueron enterrados en su pueblo natal para cumplir los deseos que había manifestado en alguna ocasión a sus familiares. Desde que dejó el municipio tras finalizar el Servicio Militar para trasladarse a Navarra, Juli, como le conocían todos en Sabiñán desde niño, regresaba varias veces al año, especialmente en las fiestas.
Sanchorreja, el pueblo natal de Bonifacio Martín Hernández, donde había nacido hacía 56 años, despedía entre escenas de dolor y lágrimas a su paisano, asesinado por la banda terrorista ETA. Más de 1.000 personas le dieron el último adiós en el pueblecito de la Sierra de Ávila, situado a 20 kilómetros de la capital y en el que se encontraban censados 140 vecinos, que vivieron con consternación el atentado y sus consecuencias.
"¡Viva Boni!", fue uno de los gritos de despedida que, de manera espontánea, ofrecieron los vecinos tras la ceremonia religiosa y antes de que los asistentes ovacionasen su memoria y de que sonara el Himno Nacional y la marcha la Muerte no es el Final, interpretados por la Unidad de Música del Cuerpo Nacional de Policía.
La urna con las cenizas del agente asesinado permaneció en la iglesia junto a la gorra de uniforme, escoltada por la enseña nacional y la bandera de la policía, tras lo que fue trasladada al cementerio por la esposa del funcionario asesinado.
La ceremonia celebrada en la pequeña iglesia de San Martín, que no pudo acoger a todas las personas que acudieron, se celebró a las 12.30 horas del día 1 de junio, cuando llegaron hasta Sanchorreja las cenizas del agente, portadas por su esposa, Carmen, y sus hijas, Leticia y Ana, además de otros familiares y amigos. Al funeral también acudieron el director general de la Policía, Agustín Díaz de Mera; el delegado del Gobierno en Castilla y León, Isaías García Monge, y el jefe superior de Policía en la comunidad autónoma, Segundo Martínez, además de otros representantes institucionales, alcaldes de la zona, y numerosos compañeros.
Oficiaron la misa el vicario general de la diócesis, Fernando Gutiérrez, y el párroco de la localidad, Remigio Regidor. El primero subrayó que Bonifacio Martín ha sido "una nueva víctima del odio y la violencia que llena de dolor a la sociedad española" y reclamó a familiares y amigos "superar el dolor y el odio", a la vez que apeló a la fe "para construir un mundo en paz".
Una semana después del asesinato de los policías, el Parlamento vasco bloqueó la disolución del grupo de Batasuna, ilegalizado meses atrás, gracias a la oposición del PNV y Eusko Alkartasuna. La oposición de los nacionalistas a cumplir el mandato del Tribunal Supremo de disolver el grupo ilegal Batasuna coincidió en el tiempo con la decisión de la Unión Europea de incluir al partido proetarra en la lista pública de organizaciones terroristas. Juan María Atucha, presidente del Parlamento vasco en aquellos momentos, sería condenado en 2008 por un delito de desobediencia a la autoridad judicial.
Bonifacio Martín Hernando, de 58 años, era natural de Sanchorreja (Ávila), donde pasaba largas temporadas y donde sus paisanos le recordaban como una persona "buenísima, bromista y muy querido". Los vecinos del pueblo, destacaron del agente, que era "un hombre muy bueno y querido", y que "quería mucho a su pueblo", al que acudía en cuanto disponía de unos días libres. Estaba casado con Carmen y tenía dos hijas, Leticia y Ana, de 25 y 24 años. Ingresó en el Cuerpo Nacional de Policía en 1971 y, desde 1974, estaba destinado en Pamplona donde residía. En el momento de su asesinato estaba destinado en la Brigada de Extranjería y Documentación.
En la manifestación de repulsa por su asesinato, celebrada en Pamplona la hija de Bonifacio Martín, Ana, dijo: "... todo cambia en un segundo por culpa de gente que se cree que en Navarra sólo existen ellos, a los que debemos respetar y permitir todo lo que hagan. Ante ellos, los demás navarros somos de categoría inferior y no tenemos derecho a la vida ya que ellos nos la arrebatan. Pero una cosa os vamos a decir: seguimos vivos, nos vais a seguir viendo, a la hora de la compra, a la hora del café, en cualquier actividad cotidiana (...) Seguiremos en nuestra tierra, Navarra, que Boni y Julio sentían suya".
En diciembre de 2003 el Ayuntamiento de Sanchorreja nombró a Bonifacio hijo predilecto de la localidad. Al acto acudieron su viuda y sus dos hijas que, posteriormente, descubrieron la placa con el nombre del agente asesinado y que da nombre a la calle en la que vivía.
Julián Embid Luna, de 53 años, era de Sabiñán (Zaragoza). Estaba casado y tenía dos hijos. Destinado en Pamplona desde 1983, había ingresado en el Cuerpo Nacional de Policía en 1974. Residía en la localidad de Cizur Mayor (Pamplona) y en el momento de su asesinato, igual que Bonifacio, trabajaba en la Brigada de Extranjería y Documentación.
La localidad natal de Julián, Sabiñán, le dedicó un homenaje en el aniversario de su asesinato y se instaló una placa de recuerdo en la que se podía leer "A la memoria de Julián Embid Luna, el “Juli". Además, el agente fue nombrado hijo predilecto y el municipio le dedicó un parque infantil.
Fuerte malestar en instituciones y en la propia Policía Nacional levantó la celebración de un homenaje a los policías asesinados en Sangüesa por ETA en 2003. El acto se celebró el 30 de mayo, fecha del aniversario, pero sin ninguna publicidad, de forma que fue tan "privado" que ni los propios compañeros del cuerpo policial pudieron honrar y recordar a sus compañeros Bonifacio Martín Hernández y Julián Embid Luna. El hecho de no dar una mínima difusión a dicho acto entre la plantilla no permitió que el merecido homenaje a esos compañeros hubiese podido contar con la presencia de todos aquellos que deseaban mostrar su recuerdo y condena a la barbarie de ETA y, a la vez, restó repercusión a un acto de manifestación legítima de unos valores que “compartimos y representamos todos por igual", decía un comunicado salido de las filas policiales y al que tuvieron acceso los medios de comunicación social. En el acto intervinieron el alcalde de Sangüesa, Ángel Navallas, y la viuda de Julián Embid, Ana Isabel Ortigosa, a quien acompañaba Mari Carmen Pérez, viuda de Bonifacio Martín. Tras las intervenciones, se guardó un minuto de silencio y se realizó una ofrenda floral junto a la placa homenaje. La ofrenda la realizaron las viudas de los policías nacionales asesinados.
De acuerdo con el Real Decreto 1404/2000, con fecha 19 de julio de 2000, se les concedió a Bonifacio Martín Hernando y a Julián Embid Luna la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Además, en resolución fechada el 18 de marzo de 2005 (Real Decreto 308/2005), el Ministerio del Interior le concedía también el ascenso de empleo, con carácter honorífico y a título póstumo.
A día de hoy sigue sin saberse quién acabó con la vida de Bonifacio y Julián.
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