Publicado en ÑTV el día 25 de abril de 2023.
Lo siento, no me veo con fuerzas emocionales como para recurrir a la lírica, al estilo, a los luceros, a las guardias eternas, a los ángeles con espadas, a la hora de los enanos, a que las ideas no mueren, al arma al brazo y en lo alto las estrellas…
Ni quiero recurrir a esos razonamientos que
en el fondo acaban por reconocer una ley y unos conceptos que, al final, conducen a la rendición o, lo que es peor, al temor.
Hace sólo unas semanas que estuve en el Valle de los Caídos asumiendo que probablemente sería la última vez que rezara en un templo ante los restos de José Antonio.
Ni tan siquiera hemos conseguido convocar una protesta rezando allí para que al menos, desde donde nos mire, supiera que aún no habíamos muerto.
Me temo, y quizás me equivoque, que hace tiempo que habíamos asumido el hecho sin más, con una resignación de la que yo al menos me arrepiento.
No sabíamos ni la fecha ni la hora, aunque seguramente estaría pactada desde hace tiempo.
No voy a negar el derecho a su familia de actuar como ha actuado. Sus razones tienen. Quizás estimen que ya es tiempo de que José Antonio sea solo de ellos.
José Antonio, los restos de José Antonio, tenían todo el derecho que confiere la Iglesia a un cristiano, a un hombre de fé, a reposar allí, ante el altar mayor, en tierra cristiana como era su deseo, porque la Basílica sigue siendo Basílica. Escuchando todos los días una misa en la que se pedía por todos, teniendo a unos metros a muchos de los que cayeron por él.
Tiene derecho, no porque una ley hable de víctimas y no pocos, para defender ese derecho, para hablar de los caídos, anden justificándolos como víctimas. Eso no es más que aceptar el discurso del adversario.
José Antonio no fue una víctima de una guerra civil, fue un héroe y si se quiere un mártir de sus ideas. Y entre ambas concepciones hay un abismo ideológico que se corresponde con su permanente búsqueda de la exactitud. A él le mataron por eso, no por tomar partido en un conflicto.
¡Qué difícil resulta hacerse a la idea de que la felonía se va a consumar!
¡Qué complicado es, al menos para mí, asistir a un hecho histórico!
Hacerlo con la impresión de que quizás se esté cerrando un capítulo de la historia.
Lo que dentro de unas horas va a suceder y cómo va a suceder, mirando hacia atrás, se me presenta como un imposible. ¿Quién me lo iba a decir hace décadas cuando hice mi primer juramento a la bandera con una camisa azul e intervenía en mi primer acto como orador con esa misma camisa.
Jose Antonio dejará el Valle de los Caídos casi del mismo modo que un 20 de noviembre dejó la prisión de Alicante, en un furgón, probablemente sin un ¡Presente! Y seguro que sin un ¡Arriba España! Con la chanza tertuliana del consabido ya no importa a nadie, y solo ha tenido la proximidad de unos pocos falangistas.
La metáfora de mañana es la que conduce -ojalá me equivoque- al olvido. Es el camino que lleva del Valle de los Caídos a un cementerio; probablemente al mismo olvido que ha acompañado en estos años a su hermana Pilar de la que ahora cerca estará.
Hace muchos años, más de 80, José Luis de Arrese escribió un famoso artículo preguntándose: “¿José Antonio estas contento con nosotros?”. Arrese, uno de los escasos ideólogos que mantuvo la continuidad en el desarrollo del pensamiento de José Antonio, pensaba que no.
En esta noche triste, que precede a un negro amanecer en el aniversario del nacimiento de José Antonio, yo pienso lo mismo, que en el lugar en que este no va a estar contento con nosotros.
José Antonio es expulsado del Valle de los Caídos, aunque su rostro permanezca en el mosaico de la bóveda. Eso es lo que dentro de unas horas sucederá. Expulsado por los herederos de los que le asesinaron, por una ley impulsada por el mismo partido cuyos dirigentes votaron sí a su ejecución en la tarde del 19 de noviembre de 1936. Todo un ejemplo de la miseria moral que nos circunda y que anida en el poder.
En esta reflexión dolorosa no puedo apartar la idea de que estamos pagando los muchos errores cometidos en los últimos cincuenta años. Esos que han llevado a reducir su llama a los últimos rescoldos de una luz que amenaza con apagarse porque la mediocridad burguesa hace mucho que proscribió a los héroes.
No voy a cerrar estas líneas con una invocación y un presente. Estoy seguro que mañana, en su entierro, un puñado de camaradas entonarán el Cara al Sol y mantendrán el ritual.
A todos nos queda ahora trabajar porque esa llama no se extinga y José Antonio no sea solo el recuerdo invocado en un cuadradito de la historia; para que, al menos, vuelva a estar contento con nosotros
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