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Mártir Adriana Morales Solís. Por Juan Cruz.

Articulo aparecido en El Español Digital el 14 de noviembre de 2021.

Mártir Adriana Morales Solís.


Adriana Morales Solís (1870-1936) nació en Puente Genil (Córdoba) en una familia de clase media, con algunas propiedades que les proporcionaban una vida acomodada para la época. Quedó huérfana a edad muy temprana, siendo criada y educada por su tía materna.


Profundamente religiosa, y sintiendo muy joven dicha vocación, ingresó en un convento. Pero no duró mucho en él, abandonándolo, no obstante lo cual y dada su gran vida de oración y piedad, se unión a la Orden Tercera Franciscana, institución a caballo entre el estamento religioso y civil, que permitía desarrollar trabajos con la orden sin necesidad de tomar el hábito.


Muy laboriosa, decidió emplear parte del patrimonio familiar en crear un pequeño negocio: una tienda de alimentación en la Calle Aguilar. Inteligente, muy trabajadora y buena emprendedora, no tardó en ampliar el negocio en sectores tan diversos como artículos de decoración, loza, cristal, calzado, textil, etc. Pronto consiguió gran éxito empresarial. Compró un local en la calle que hoy lleva su nombre y comenzó su andadura en la fabricación de dulce de membrillo, siendo pionera en tal materia, denominando a su producto «Nuestra Señora de las Mercedes», todo lo cual gestionaba personalmente con absoluta eficacia, contratando únicamente mujeres de la localidad y alrededores, lo que beneficiaba a sus familias al unir su jornal al de sus maridos; pagaba con exquisita puntualidad y siempre más de lo que por entonces se estipulaba.


Calle de Puente Genil en la que Adriana vivió y tuvo su próspero comercio y que hoy lleva su nombre.


Viendo aumentar su patrimonio, no dudó en dedicar buena parte del mismo a obras de caridad con constantes donaciones al Hospital Municipal y al Asilo de Nuestra Señora de los Desamparados. Por ello, así como por su intensa vida espiritual, era muy conocida en el pueblo. Nunca se casó.

Precisamente por dicha religiosidad y las consecuentes obras de caridad, fue detenida el 24 de Julio de 1936, pocos días después de iniciada la guerra, por un grupo de frentepopulistas extremadamente violento.


Unos días después, la sacaron de su encierro, en el que había tenido que soportar constantes vejaciones, paseándola por las calles de la localidad expuesta al escarnio público. Durante dicho auténtico calvario, una vecina que la conocía rogó a su marido allí presente, persona que por su ideología y ascendiente era muy respetado por los líderes frentepopulistas, que intercediese por ella, a lo cual, cobardemente, replicó: “No se puede hacer nada más que oír, ver y callar”.


Llevada a la estación de ferrocarril del pueblo, fue encerrada en un vagón de tren allí estacionado junto a otros presos. Sacada unas horas después de él, Adriana fue llevada al paraje conocido como “Llano de la Paca” donde fue cruelmente torturada hasta incluso llegar a cortarle los pechos, tras de lo cual fue quemada y finalmente rematada de varios disparos, arrojando su cadáver incinerado a una fosa común junto con otros asesinados, entre ellos los sacerdotes de la localidad. Tenía 46 años.

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