Artículo aparecido en El Español Digital, el 31 de octubre de 2021.
Gregorioa Mohedano Cabanillas.
Gregorio Ernesto Mohedano Cabanillas (1898 – 1936) nació en Bélmez (Córdoba), hijo de Manuel Mohedano Calvo, labrador, y Virginia Cabanillas Delgado, ama de casa, ambos personas sencillas de ajustados recursos económicos –su fuente de ingresos era una bodeguilla de su propiedad surtida de unas viñas familiares que trabajaba el propio Manuel–; de profunda fe y sólidas convicciones morales todo lo cual inculcaron en sus cinco hijos (cuatro chicos y una chica).
Gregorio Mohedano contrajo matrimonio con María Francisca Seco de Herrera y Blanco, en 1931, trasladándose a vivir a Peñarroya-Pueblonuevo al ser designado oficial administrador y director de su Oficina de Correos.
Esposo y padre ejemplar (tuvieron tres hijos, una chica y dos chicos) consolidó, con la ayuda de su mujer, una familia reconocida por todos como extraordinariamente ejemplar. La bondad y buen carácter, así como su buen humor, fueron siempre el mejor blasón de Gregorio Mohedano; también la pulcritud con que realizaba su trabajo. Persona de piedad y oración ferviente y asidua, era miembro de la Adoración Nocturna al tiempo que activo propagandista de ella entre sus convecinos.
Ganadas fraudulentamente las elecciones de Febrero de 1936 por el Frente Popular marxista-leninista, comenzó de inmediato a imponer un ambiente de terror en el pueblo, motivo por el cual Gregorio Mohedano presintiendo que aquello no podía más que empeorar, consta que comenzó a buscar la forma de trasladar y acomodar a su mujer e hijos en Córdoba, lo que no consiguió por falta de tiempo debido a la velocidad con que se precipitaron los hechos.
Gregorio Mohedano fue detenido la misma noche del 18 de Julio de 1936 en su casa de la Calle Calatrava por un grupo de frentepopulistas al mando del cabo de la Guardia Civil de la localidad amigo del propio Gregorio. El cabo, rodeado por sus compinches, llamó a la puerta, que fue abierta por la mujer de Gregorio –rodeada de sus pequeños de cuatro, tres y un año, éste en brazos–, preguntando por él, a lo cual, Francisca, su mujer contestó que no estaba en casa pues había ido al Casino. Pero Gregorio, al reconocer la voz del Guardia Civil, fiado de su amistad –debido a sus respectivos trabajos, así como al carácter de Gregorio habían llegado a intimar–, salió, momento en el que sin contemplación alguna varios de los frentepopulistas, incluido el propio cabo, se abalanzaron sobre él llevándoselo detenido a empellones sin más trámites ni explicaciones. Podemos imaginar la tensión y dramatismo de la escena.
Mineros de Peñarroya en 1930
Gregorio Mohedano fue conducido a un local habilitado provisionalmente como prisión, que comenzó en la siguientes horas a llenarse rápidamente con otros detenidos del pueblo, entre ellos el párroco, Luis Ramírez Ramírez (posteriormente también mártir), y su hermano farmacéutico, Manuel Ángel Ramírez Ramírez. Al día siguiente la inmunda casucha-prisión estaba atestada, convirtiendo la vida de los presos en un calvario carente de las mínimas condiciones de habitabilidad.
La prisión de Gregorio Mohedano, en circunstancias penosas hasta el extremos increíbles, duraría hasta el 13 de Octubre. Durante esos tres meses, su esposa, Francisca, sufrió lo indecible, como enseguida veremos, a pesar de lo cual, con un valor y decisión ejemplar nunca dejó de hacer lo que fuera para atender a su marido.
Francisca le llevó la comida todos los días –los carceleros no se preocuparon en atender a los presos nunca ni en lo menor, teniendo ellos que organizarse como mejor pudieron–, sufriendo en tal labor incontables vejaciones, insultos, burlas, etc., de parte de los frentepopulistas que estaban a cargo de la prisión. Muchas veces, las que peor la trataron fueron las milicianas que acompañaban a éstos, las cuales llegaron incluso a tomar por costumbre tirar a la cara de Francica escupideras llenas de orines. No contentos con semejante trato humillante, conociendo de su desvalimiento, fueron frecuentes los registros de la casa de Gregorio y Francisca, incluso a altas horas de la noche, aterrorizando tanto a la propia Francisca como a los tres críos; en tales registros llegaron a despojar a Francisca hasta de lo básico, pues rapiñaron no sólo el dinero que fueron encontrando, sino incluso alimentos, ropa, mantas y otros enseres. De todo ello luego daban cuenta a Gregorio que, impotente, sufría aún más por ellos que por su ya de por sí penosa situación, a pesar de lo cual nunca se dejó llevar por la ira, refugiándose y sosteniéndose firme y virilmente en la oración constante y en la fe ofreciendo su terrible sufrimiento por la conversión de sus enemigos.
El día 13 de Octubre de 1936, Gregorio escribió una carta de despedida a su esposa e hijos, ante la inminencia de su muerte que presentía cercana pues había pasado hacía poco por el escarnio de una parodia vergonzosa de «juicio popular» en el que el «jurado» habían sido sus propios carceleros.
La carta de Gregorio es un modelo ejemplar donde los haya de fidelidad matrimonial, de amorosa paternidad y de piedad católica sublime. Es una misiva llena de perdón, fe y amor hacia su mujer e hijos por entonces tan pequeños, encargando a Francisca ante todo que los educara en la fe, especialmente en el perdón hacia el prójimo consciente de que un día sabrían lo ocurrido.
La carta tiene frases conmovedoras, al tiempo que de gran elevación humana y espiritual: «Francisca, sé que voy a morir, te pido de todo corazón que no guardes rencor a los que así lo hiciesen”; “Condenado a muerte por ir a hacer culto a Dios en la Iglesia”; “No tengo miedo, confío en Dios (…) Tener confianza en Dios y en la Virgen. Un fuerte abrazo a todos, os espero”. En ese instante llevaba cuatro días sin comer porque ya para entonces habían prohibido a Francisca visitarle.
Acceso a la Finca «El Espartal»
Ese mismo día, los frentepopulistas vaciaron la prisión, trasladando a todos los detenidos de a la Finca “El Espartal” (a unos 7 kilómetros del pueblo), donde los encerraron en una casucha allí existente, comenzando una tensa espera, durante la cual lo frentepopulistas, en su mayoría mineros de Jaén y del propio pueblo, les obligaron a desplumar unas aves de corral que se comieron ante la mirada atónita de los presos.
En un momento dado, a voces urgieron a los presos a salir de la casa, cuando comenzaron a hacerlo por la estrecha puerta de la casucha, los frentepopulistas, que se habían apostado frente a ella, comenzaron a hacer fuego indiscriminadamente. Podemos imaginar la escena entre caótica y terrible, plena del ruido de los disparos y los gritos de unos y otros. Entre los muertos estuvo Gregorio Mohedano. Tenía 38 años. Con él murió también uno de sus hermanos.
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