Victoria Díez.
La II República española no sólo fue un fracaso en sus promesas de mejora de las condiciones económicas y sociales de la España de los años 30, también supuso la división entre los españoles que fue fomentado por el odio promovido desde instancias gubernamentales en los periodos de gobierno izquierdistas, años 1931 a 1933 y los pocos meses de gobierno del Frente Popular desde la primavera del 36.
Durante esa época cualquier persona de ideas de derechas, monárquicos, religiosos, laicos católicos o simplemente personas de orden sufrieron ataques en sus personas o en sus bienes, en esos años previos al Alzamiento Nacional y, durante el conflicto bélico en los territorios bajo el dominio de la amalgama de partidos republicanos, socialistas, comunistas, separatistas y anarquistas que constituían el Frente Popular.
Uno de los colectivos que sufrió la persecución de un modo más virulento fueron los dedicados a la docencia. Aquellos maestros y profesores que debido a que no se identificaban con la ideología marxista o defendían los valores de una España unida en sus tierras y en la Religión Católica fueron el objetivo a eliminar por parte de los que concebían la enseñanza como un medio para adoctrinar a las jóvenes generaciones en el laicismo y el marxismo.
Algunas de estas víctimas durante la persecución religiosa de los años de la II República ya han sido reconocidos como mártires y declarados beatos por la Iglesia Católica, como el caso de Victoria Díez y Bustos de Molina que fue asesinada por odio a la fe católica el 12 de agosto de 1936 a la edad de 33 años en la localidad cordobesa de Hornachuelos.
Hija única de una familia de escasos recursos económicos. Se decide en su juventud a realizar los estudios de Magisterio en Sevilla, donde pide el ingreso en la Institución Teresiana, asociación de fieles fundada por el sacerdote San Pedro Poveda, martirizado en Madrid pocos días antes que Victoria, el 28 de julio de 1936.
Victoria Díez, de carácter alegre y simpático, destacaba por su vida de piedad, oración y afán apostólico con las alumnas y sus familias, así como una gran competencia profesional. Tras el Alzamiento Nacional del 18 de julio, la tranquilidad en el pueblo de Hornachuelos, donde impartía docencia, no se vio alterada hasta que llega un personaje llamado José España Algarrada, procedente de Palma del Río, con un grupo de milicianos que presionaron para que comenzara la represión en esa localidad.
José España, secretario de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) era, a su vez, presidente del Comité de Guerra en la zona. Conviene recordar que las Juventudes Socialistas Unificadas era una organización juvenil fundada en marzo de 1936 con la fusión de la Unión de Juventudes Comunistas de España del PCE y las Juventudes Socialistas de España del PSOE.
Desde ese momento, en Hornachuelos se decretó a iniciativa de los anarquistas de la CNT el Comunismo Libertario, doctrina que, entre otros desmanes, propala que los recursos naturales no son propiedad de nadie y, por lo tanto, cualquiera puede apropiarse de ellos a voluntad sin el consentimiento de otros.
Como consecuencia, se procedió al asalto e incautación de fincas y diversas propiedades y al ataque personal a personas de derechas, del comercio, del magisterio, católicos significados y, sobre todo, administradores de fincas. En total fueron detenidos 18 “elementos derechistas” que serían ejecutados pocos días después, entre ellos el párroco del pueblo, don Antonio Molina Ariza, cuando iba a celebrar la Santa Misa y una de las maestras del pueblo que destacaba por su labor apostólica y de ayuda social, Victoria Díez Bustos de Molina.
El 11 de agosto se había procedido a la detención de Victoria que fue conducida al Ayuntamiento y después a una casa dispuesta como cárcel. Esa misma noche se obligó a todos los detenidos a hacer una marcha nocturna de 12 kilómetros de una dureza extrema, que incluso costó la vida a uno de los cautivos, hacia el lugar donde habían previsto asesinarlos.
En esos momentos Victoria destacó por su valor y serenidad, consolaba durante el trayecto a los demás: ¡Ánimo, no lloréis nos espera la gloria! De vez en cuando, se le acercaba un miliciano y le proponía blasfemar o que dijera “Viva el Comunismo”. La maestra respondía: ¡Viva Cristo Rey!
Al llegar a una mina abandonada empiezan las ejecuciones, uno a uno de modo que al recibir la descarga la inercia del impacto les llevase al fondo de un pozo. Victoria Díez fue la última, quizá para hacerle desfallecer en su fortaleza interior y que pronunciase las frases que salvarían su vida o que apostatara de su fe. Pero Victoria estuvo lúcida hasta el final e incluso tuvo que defenderse de un intento de abuso por parte de un miliciano.
Cuando finalmente llega su turno, se arrodilla, pone los brazos en cruz con uno de sus puños cerrado donde guarda una pequeña medalla de la Virgen y grita: ¡Viva Cristo Rey” y “Viva mi madre”. Murió como había vivido, siendo coherente hasta el final. Lo que reconocieron hasta los que la asesinaron.
Hoy en día es un ejemplo para todos los que queremos defender con firmeza la verdad, la fe y la justicia en esta sociedad española cada vez más cercenada en sus libertades y modelo para todos los docentes católicos en su empeño por transmitir la fe cristiana y el amor a la patria formando personas libres, responsables y ciudadanos ejemplares.
José Antonio Rey Rubal
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