Publicado en EL Español Digital el 6 de mayo de 2023.
El socialismo nacional tiene una deuda con la Historia en la antigua provincia de Santander, hoy comunidad autónoma de Cantabria. Las pruebas de sus acciones criminosas son harto elocuentes: militantes socialistas, y hasta con cargos de responsabilidad en la circunscripción provincial, mataron y robaron a mansalva, si no animaron a otros izquierdistas para que cometieran actos execrables que violaban claramente el Derecho de Gentes, en conformidad con el Código de Justicia Militar y demás leyes bélicas de aplicación en la época. La magnitud de tal represión podría aproximarse a las tres mil defunciones, en conformidad con un informe confeccionado por la comisaría de Policía tras la liberación de la provincia. De hecho, la Auditoría del Ejército de Ocupación pudo constatar más de 1200 asesinatos, haciendo constar que muchos homicidios quedaron sin investigar, entre ellos las sumarias ejecuciones que los marxistas efectuaban habitualmente en el frente contra todos aquellos reclutas que suponían derechistas o tibios con el dominio republicano. No exageramos: el tristemente célebre comisario Neila confesaría durante sus sesiones de interrogatorio que había ordenado más de 1400 ejecuciones… y las estimaciones al respecto, recién liberada la provincia de las garras de estos criminales, giraban en torno a las 5000 o 10000 víctimas.
Por su parte, el número de torturados y apaleados por las fuerzas parapoliciales socialistas de Cantabria también constituye una incógnita. Probablemente superen con creces las tres mil acciones represivas, teniendo en cuenta el número de ejecuciones y delitos comprobados hasta ahora; ya que, por regla general, dicha cantidad suele crecer exponencialmente en relación con los homicidios contrastados.
En fin, nunca se sabrá el número exacto de asesinados y torturados por los socialistas y sus cómplices en tierras cántabras; y mucho menos ahora que el parlamento regional acaba de aprobar una norma para blanquear disimuladamente el pasado de terror y miseria infligido por la izquierda a la población santanderina, cuando ésta cayó bajo su férula política hace 85 años. En cualquier caso, ello no será óbice para poder relatar las terribles acciones de los revolucionarios contra la ciudadanía de dicha provincia; así como los gravísimos expolios perpetrados contra la riqueza y el patrimonio histórico-artístico.
Reinosa
Dicha localidad cántabra contaba en 1936 con un fuerte contingente marxista, de carácter radical, como bien acredita los documentos revolucionarios posteriormente capturados. Tras fracasar el alzamiento en dicha población, el orden público pasó a ser controlado por un grupo de militantes de ideología socialista que comenzaron a ejercer labores policiales, con el visto bueno del Gobernador Civil, el socialista Ruiz Olazarán.
Juan Ruiz Olazarán.
La actuación de esta checa marxista fue terrorífica, como comprobaremos seguidamente. La dirigía el socialista Miguel Aguado, un cabecilla revolucionario que era jefe de la Guardia Municipal, quien se servía de una cuadrilla de una docena de esbirros, quienes utilizaban para los interrogatorios porras de goma o incluso cachabas con cadenas incorporadas al estilo medieval, propinando a los detenidos palizas de larga duración.
La represión fue prácticamente ideológica: se intentó eliminar a los opositores políticos más representativos del municipio y hasta algún pacífico religioso. Así, fueron asesinados el alcalde de la ciudad, varios concejales y cinco eclesiásticos. Entre las víctimas, nos encontramos con obreros, chóferes, médicos, ingenieros, sacerdotes, empleados, estudiantes, militares, empresarios, personal judicial, etc. La ideología política de las víctimas oscilaba entre la Falange, el tradicionalismo, la CEDA o Acción Popular y el Partido Agrario; incluso, entre el neutralismo militante y las simpatías derechistas.
En la encuesta cumplimentada que la alcaldía remitió a las autoridades militares se aprecia el proceder criminal y sádico de los integrantes de la policía socialista. Fueron sometidas a tormento muchas de las víctimas mortales; he aquí algunos ejemplos con su reseña estadística de lesiones: Donato Sáiz, martirizado y mutilado; Ángel García, quemado vivo; David de la Vega, martirizado; Santiago Terceño, martirizado bárbaramente; Antonio Salas, cadáver desnudo; Gregorio Salas, muerto a palos; Julio Calafate; mutilado sus miembros; José Manuel Obeso, apaleado bárbaramente; José Álvarez, ídem; Laureano de Lucio, apaleado; Marcelino Salceda, maltratado; Vidal Aja, martirizado bárbaramente; Aurelio Fernández, maltratado cruelmente…
El grupo de Aguado disponía de un trío de delatores, pertenecientes a Izquierda Republicana, extendiendo su poderío omnímodo por toda la comarca, donde actuaría con una “ferocidad desenfrenada”, en palabras del juez instructor de la Causa General. Con quienes mostró esa conducta psicopática acentuada fue con los miembros de las Fuerzas Armadas. Ya antes de la constitución de la checa, el 21 de julio de 1936, los milicianos locales habían asesinado a diecinueve guardias civiles, tras una emboscada en la casa consistorial, ensañándose con los cadáveres que presentaban graves mutilaciones, tal como informaría la alcaldía en 1937. En total, los frentepopulistas de Reinosa darían muerte a dos tenientes, un capitán, un teniente coronel y dieciocho números de la Benemérita, entre los que se hallaban el hijo del general Sanjurjo y la familia Varela de la Cerda. Además, en la ciudad de Santander, caería asesinado en plena vía pública Feliciano Ramírez, teniente retirado de la Guardia Civil.
El asesinato de Justo Sanjurjo Jiménez-Peña
El hijo de Sanjurjo era capitán de Infantería, agente de Cambio y Bolsa y marqués del Rif. Fue una persona muy perseguida, tras el alzamiento fallido de su padre en 1932, siendo expulsado por vía de hecho de sus carreras profesionales, cuando había resultado absuelto en la causa judicial seguida contra su padre. No obstante, en 1934, fue readmitido, tras acudir a los tribunales de Justicia. Iniciado el Movimiento, sería detenido en el término de Corconte, donde al parecer estaba veraneando con su mujer. La detención fue practicada por el comisario Aguado y uno de sus subalternos, quienes les obligaron a conducir en automóvil hasta Reinosa, encañonándoles. Temiéndose lo peor, el militar provocó un accidente de tráfico en un terraplén, aunque no pudo escapar, hiriéndose en el lance. Fue internado en el hospital de la ciudad para curarse de las heridas, donde fue tratado mal e insultado, según testigos presenciales.
Gral. Sanjurjo.
Próxima su alta hospitalaria, se precintó la habitación y se le mató en la madrugada del tres de agosto de 1936, mediante cuatro balazos hechos a quemarropa, quedando su viuda encarcelada. Los milicianos propalaron el bulo de que había muerto de una angina de pecho, cosa que resultaba difícil de creer, por lo que un teniente ordenó que se practicase la exhumación del cadáver, comprobándose en la autopsia que efectivamente había sido asesinado. No pararían ahí las desgracias, pues en septiembre de 1938 le serían retenidos sus bienes por el republicano Ministerio de Hacienda, alegándose que el fallecido había abandonado el país…
El asesinato de los Varela de la Cerda
Masacrados en Reinosa por la mencionada checa socialista fueron dos miembros de la estirpe de los Varela: don Lorenzo Pío Varela de La Cerda y su hijo Lorenzo, de 33 años de edad. El primero había nacido en el municipio pontevedrés de Moraña en 1872.
Don Lorenzo era teniente coronel de Artillería y había sido Director general de Estadística en el último gobierno de la monarquía. Se casó en 1901, teniendo dos hijos varones, Lorenzo y José María, ambos oficiales del Ejército e ingenieros.
Se trata de una ilustre familia gallega, cuyos antecedentes aristocráticos proceden del rey Ramiro I de Aragón y su esposa Ermisinda, de la casa real de Francia, según su árbol genealógico. En la Guerra de la Independencia, combatieron duramente a las tropas francesas, muriendo gloriosamente en combate Jacobo Varela, caudillo de las milicias del coto de Amil (Moraña) en 1809. Fueron leales a la monarquía constitucional, no así los titulares de la casa señorial de la Bouza, ubicados también en la misma parroquia, quienes fueron partidarios de la dinastía carlista.
Durante la República, esta familia pontevedresa participó en las elecciones siempre a favor de la coalición de derechas, con muchos seguidores en la comarca de Moraña, donde poseía una casa señorial o pazo, el de la Buzaca. Hasta tal punto fue así que uno de sus hijos, el oficial Lorenzo Varela de la Cerda, dejó el servicio activo merced a la denominada Ley Azaña, pasando a formar parte de la CEDA en la ciudad de Reinosa. De hecho, cuando estalló el Movimiento, padre e hijo trabajaban en la dirección profesional de la fábrica La Naval de dicha localidad cántabra, donde existía un fuerte contingente de revolucionarios.
Los «Linces de la Republica»
El hijo, teniente de Artillería en la reserva, había sido elegido concejal en 1934 y también tesorero de la Asociación Católica de Padres de Familia; en junio de 1935, fue nombrado también presidente del comité local de Acción Popular. Como consecuencia de ello, tuvo una intensa vida pública hasta el estallido de la guerra. Murió violentamente, dejando viuda y descendencia. Con todo, la familia no fue molestada por los socialistas de Reinosa hasta el triste otoño de 1936, aunque los bienes muebles que Don Lorenzo conservaba en su casa madrileña fueron incautados irregularmente por la tristemente cuadrilla de Linces de la República (1): títulos y acciones por valor de tres millones de pesetas, collares de perlas, relojes de oro, banderas y hasta una ejecutoria de nobleza del siglo XVI.
Dos meses más tarde, padre e hijo fueron detenidos por haber sido partidarios de Gil Robles y fervientes católicos. Se les hizo comparecer en la checa socialista para inspeccionar su conducta, poniéndoles en diferentes habitaciones. Compareció en primer lugar el hijo, siendo desnudado y apaleado bárbaramente hasta el punto que su cráneo apareció partido a causa de los golpes recibidos, presentando igualmente un trapo introducido hasta la garganta por vía bucal: los abisinios lo interrogaron por unos supuestos planos que sospechaban poseía. Los gritos de sufrimiento fueron escuchados por el padre, quién, postrado de rodillas, imploró al hijo que se encomendase a Dios: Lorenzito, Lorenzito… quien murió invocando el nombre del Altísimo y el de España. Sin solución de continuidad, le correspondió el turno de martirio a su padre, que fue muerto con la misma saña, martirizándolo incluso de peor forma, pues su cadáver apareció con un cable que le presionaba el cuello, aparte de presentar grandes mutilaciones. Tras la liberación de la provincia santanderina, los cuerpos fueron recogidos por la hija política de Don Lorenzo, cuyo marido, capitán habilitado de Artillería, estaba combatiendo con el Ejército franquista. Curiosamente, este hijo había estado en Reinosa horas antes de controlar la ciudad las milicias rojas, alistándose seguidamente en Galicia como voluntario (2).
La brutalidad de tales asesinatos dejó consternada la ciudad de Pontevedra y la comarca donde esta familia tenía la casa señorial mencionada, siendo inhumados los restos mortales en la parroquia de San Lorenzo de Moraña. El cuerpo del teniente coronel Varela de la Cerda venía en una caja pequeña, por mor de las mutilaciones sufridas. Era el mes de octubre de 1937, celebrándose seguidamente un funeral al que asistieron familia y amistades, formando la Falange de la comarca, con presencia de numeroso público. Además, se ofrecieron misas por el alma de los asesinados en toda esta comarca donde los finados gozaban de gran consideración (3).
Estas celebraciones funerarias en pro de los fallecidos convencieron a no pocos izquierdistas de la zona de la inutilidad de sus ideas políticas, abandonándolas definitivamente (4). Tal fue la impresión que produjo en la comarca el conocimiento de estos crímenes execrables.
Liberación de Reinosa.
La única duda que plantea estos homicidios socialistas sería discernir si la muerte de estos ilustres gallegos se produjo en los locales de la checa o en los montes de Saja, donde fueron enterrados clandestinamente. En cualquier caso, constituyeron gravísimas atrocidades, muy similares, por cierto, a las que sufrieron los 73 vecinos del término municipal muertos violentamente por la izquierda, siquiera seis de ellos fueran asesinados en otros sitios de la provincia; tal como se desprende de los datos recogidos por la Auditoría de Guerra tras la liberación de la Montaña.
Daños materiales
Todos los templos de la ciudad fueron asaltados, con destrucción de altares, imágenes y esculturas de gran valor. La propiedad privada recibió una gran embestida revolucionaria: se expulsaron numerosos propietarios de sus casas para ser ocupadas plácidamente por izquierdistas, mineros palentinos huidos o, mismamente, los comités (la checa de Aguado quedó instalada en un chalé de los más lujosos); fueron sustraídos además multitud de bienes (radios, máquinas de escribir, máquinas de coser, cámaras fotográficas, mobiliario, etc.) y hasta ropas y vestidos, dándose la circunstancia de que en tiempos de nieve, incluso les fueron arrebatadas prendas de abrigo a bastantes vecinos… Se requisaron todos los automóviles y se produjeron daños de consideración en las factorías de la Constructora Naval, cuyas pérdidas superaban ampliamente el millón de pesetas de la época. Por lo demás, la checa reinosana, que solía practicar con frecuencia detenciones injustificadas, exigía fuertes sumas de dinero, a título de donativos, para ser liberados los apresados…
En definitiva, un legado de pillaje y violencia.
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